Cine nacional: se estrenaron 219 películas, pero tres vendieron el 96 por ciento de las entradas; cuáles fueron las más vistas
Cada vez menos gente va a las salas de cine y eso afecta a las producciones en general y en particular a los films locales
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Hay muchas maneras de ver el año cinematográfico en la Argentina y cada una dependerá del sesgo ideológico o político que quiera adoptar quien lo analice. Aquí vamos a optar por datos y por intentar algunas explicaciones respecto de ellos. Esos datos son los de la gerencia de Fiscalización del Incaa, que pueden consultarse -es decir, pueden contrastarse- libremente en su web.
Empecemos por un dato duro: este año se llevan vendidas 32 millones de entradas. Tres millones menos que en 2024 y 16 menos que en 2019, año importante porque fue el último “normal” antes de la pandemia y la cuarentena gigantesca que sufrió la Argentina. En 2022, fueron 37 millones, y hubo un salto en 2023 -42 millones- que coincidió con nada menos que 12 películas por encima del millón de espectadores, mientras que en 2024 solo hubo seis que superaron esa cifra. Aunque entre esas seis estuvo Intensa Mente 2, que llegó casi a los siete millones de entradas, récord histórico.
La primera lectura que puede hacerse es que los avatares económicos argentinos incidieron en que la gente fuera menos al cine, aunque eso no explicaría el récord de Intensa Mente 2 el año pasado, que además tuvo como segundo puesto a Mi villano favorito 4 con casi 4 millones. De hecho, esas dos películas explican bastante la brecha con 2025. Aunque hay otro factor que explica lo sucedido entre 2023 y 2024: la corrección de precios relativos. En la Argentina, por lo menos desde la convertibilidad, una entrada de cine rondaba un promedio de 4 dólares; a finales de 2023, con un dólar promedio de poco más de $800, el ticket promedio que calculaba el Incaa estaba poco más de dos dólares. Hoy, con brecha casi inexistente entre el dólar oficial y el blue, vuelve a esos míticos 4 dólares. Pero en 2024 y buena parte de 2025, el precio del ticket rondó los US$ 7.
Claro que eso es tomando el valor promedio: los tickets en el AMBA -especialmente en CABA, sobre todo en los complejos multisala- son más caros aunque la mayoría del público aprovecha promociones bancarias que reducen drásticamente el costo total. Pero es cierto que en parte estos vaivenes, con paritarias por debajo de la inflación, influyeron en un menor gasto. Aunque si se considera que hubo 8 películas por encima del millón y una muy cerca de los cuatro millones (Lilo & Stitch), se ve otra cosa: que en parte la baja tiene que ver con la oferta de títulos y con nuevos hábitos de consumo.
Lo primero es fácil de ver: películas que a fines de 2025 se consideraban “salvadoras” (después de un año terriblemente malo en los EE.UU.) como Superman, Los 4 Fantásticos o Thunderbolts (es decir, “las de superhéroes”) funcionaron globalmente por debajo de lo que se esperaba, y eso sin contar notorios fracasos como la versión con actores de Blancanieves. Hay un dato importante para comparar: en los EE.UU. la taquilla quedó apenas un 4% (estimado) por encima de la de 2024, que fue el peor año de la “recuperación post pandemia”. Y se calcula que entre un 15 y un 20% de los espectadores de 2019 no volverán a las salas porque esperan ver los films en plataformas, que por algo pagan todos los meses. Los estadounidenses gastaban a principios de este año un promedio de 61 dólares mensuales y tenían -también, en promedio- cuatro servicios. Los argentinos (la penetración según Kantar-Ibope es del 46%) gastan menos, pero solo tienen en promedio dos servicios. Sí, muchos números, pero ilustran un estado de cosas: menos gente va al cine incluso si se ven más películas. Y el fenómeno es global: la baja de espectadores aquí, economía aparte, es consistente con la del principal mercado occidental. No todo es, siempre, “culpa del gobierno”.
Qué pasó con el cine argentino
Lo que nos lleva al cine argentino. Este año se estrenaron (siempre según Incaa, dado que tiene cierto desfase por los métodos de fiscalización, las cifras pueden ser superiores) 219 films nacionales de un total de 645. En 2019 fue la misma cantidad, pero de 665 estrenos. Es decir, la cota fue superior. Y en aquel año “sin pandemia”, vendió 2,8 millones de entradas. Este año, también fueron 2,8 millones. Pero hay un dato fuerte aquí: en 2024 el cine argentino vendió 0,8 millones. Y este año hubo una película que se lleva la diferencia, Homo Argentum, que se acercó a los dos millones. De hecho, la productora decidió retrasar su salida a streaming por el éxito en salas. Entre ese film, Mazel Tov de Adrián Suar, y Belén (las únicas en rebasar las 100.000 localidades) se llevan casi todo. Las otras 216 películas vendieron unas cien mil localidades entre todas.
Otra coincidencia: en 2019 el cine nacional vendió la misma cantidad de entradas que este año (2,8 millones en ambos casos, aproximadamente), pero la participación porcentual es mayor porque el total de entradas vendidas es menor en 16 millones entre ambos años. Sin embargo, ese 8,75% de participación del cine nacional en la taquilla sería más cercano al casi 3% de 2024 si Homo Argentum no hubiera sido un éxito.
Estos son todos datos, normalizados y auditados. Hay preguntas: por qué, si se estrenaron 219 películas nacionales (apenas 16 menos que en 2024, apenas 22 menos que en 2023), la cuota del mercado no es mayor. Incluso si se tiene en cuenta la caída de espectadores -tanto por la contingencia nacional de la economía como por el peso global de los cambios de hábitos de consumo-, es muy poco el interés que genera. Que quede claro: esto no va en desmedro de la calidad que muchas de esas películas con poquísimos espectadores pueden tener o efectivamente tienen (hay muchos buenos films en ese conjunto). Pero la pregunta sigue siendo pertinente: ¿qué pasa?
Puede decirse que quizás el cine mutó a un espectáculo grandilocuente y que aquellas películas que no conquistan con vértigo, fantasía y efectos especiales, no llevan público. Algo de eso hay, por cierto, pero ¿entonces por qué Homo Argentum tuvo casi dos millones de espectadores si Guillermo Francella no vuela ni despide rayos láser con los ojos? ¿Por qué le fue bien a Mazel Tov, donde Adrián Suar no escapa de ninguna explosión? La segunda explicación podría ser que “la gente va al cine a ver a sus ídolos populares”. Más allá de que es torpe hablar de “la gente” como una masa indiferenciada (son espectadores, individuos que eligen ver algo por muchas razones diferentes), no explicaría por qué hace dos años funcionó extraordinariamente bien el film de terror Cuando acecha la maldad, de Demián Rugna. Ni por qué la anterior película de Francella, La extorsión (con precios relativos más amables, de hecho) quedó en los 600.000 espectadores, buena cifra, pero un tercio de Homo... La explicación más sencilla es que el público se acerca a lo que imagina que va a satisfacerlo y, si lo hace, funciona el boca a boca, el comentario y la recomendación. Y eso genera una buena taquilla y, llegado el caso, un fenómeno. Cada uno de los espectadores -especialmente cuando controla sus gastos- es mucho más inteligente y selectivo de lo que los números fríos indican.
Si en esta nota se comparan años y cifras es porque es falaz explicar todo -como suele ser reflejo generalizado- alrededor del cambio de gobierno o la administración del Incaa. Ese cambio de administración aún no hace mella en la exhibición dada la cantidad de películas que quedan todavía por estrenar (y las que se hacen, dado que la producción, contra el lugar común, no está “totalmente paralizada”). Siempre es bueno recordar, además, que la Argentina, por su extensión territorial y su desarrollo educativo, tiene muchísimos menos cines y pantallas de lo que debería, apenas poco más de 1000, que además durante meses son acaparados por “tanques”. Pero aunque es un misterio solo analizable a posteriori por qué un producto cuaja o no en determinado momento, hay una pregunta que muchos de quienes hacen películas en la Argentina aún no se hacen: ¿es interesante, tiene algún espectador lo que el cineasta propone?
Otra vez, la aclaración: una película de arte y ensayo radical (digamos As I was moving ahead occasionally i saw brief glimpses of beauty, bellísimo experimento de cuatro horas del gran Jonas Mekas) se dirige a alguien, piensa en un conjunto de espectadores y se comunica con ellos, aunque sean pocos. Lo mismo se puede decir de grandes experimentadores argentinos como Claudio Caldini, Narcisa Hirsch o, más cercano en el tiempo, el platense Hernán Khourián. Son solo ejemplos. La pregunta es si esos números magros mencionados más arriba no reflejan no ya un estado económico de las cosas, sino uno de desconexión entre quienes hacen cine y quienes lo van a ver. Esa quizás sea la pregunta más incómoda de todas, pero cuando se la hace solo sirve para patear la pelota afuera ofendiéndose con quien se atreve -incluso entre susurros- a pronunciarla. Y sea dicho: también tienen gran responsabilidad los exhibidores, que por defecto miran hacia otro lado cuando se les propone un film argentino. No están exentos de culpa.
Así están el cine y la exhibición en salas en la Argentina en este 2025 a punto de irse: nada ajenos a crisis de consumo global y con un cine propio al que le sigue costando encontrarse con su público. Quizás esta situación, incluso con problemas económicos y dificultades políticas, cambie. Esperemos: el cine nacional tiene muchísimo para crecer. Solo le queda entender a su público.
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