
Hopkins, en malas compañías
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“Malas compañías” (“Bad company”, Estados Unidos/2001). Dirección: Joel Schumacher. Con Chris Rock, Anthony Hopkins, Matthew Marsh, Gabriel Macht, Peter Stormare, Brooke Smith y Kerry Washington. Guión: Jason Richman y Michael Browning, basado en una historia de Gary Goodman y David Himmelstein. Fotografía: Dariusz A. Wolski. Música: Trevor Rabin. Diseño de producción: Jan Roelfs. Producción de Touchstone Pictures y Jerry Bruckheimer Films, presentada por Buena Vista International. Duración: 111 minutos. Para mayores de 13 años.
Nuestra opinión: regular.
Esta producción de Jerry Bruckheimer (especialista en blockbusters como “La Roca”, “Con Air” “La caída del Halcón Negro” y “Pearl Harbor”) apunta a mixturar dos subgéneros muy transitados en la factoría hollywoodense: el de las buddy movies, comedias sustentadas en las diferencias entre dos protagonistas opuestos entre sí que son obligados a trabajar juntos, que generalmente son interpretados por un ampuloso humorista negro (aquí, Chris Rock) y un contenido actor blanco (en este caso, Anthony Hopkins), y el cine de suspenso con directas y obvias referencias a la saga de “Misión: imposible”, a los films de James Bond y –remontándose un poco más en el tiempo– a las historias de Charlie Chan.
Este largometraje dirigido por el irregular Joel Schumacher (“Un día de furia”, “Batman y Robin”, “El cliente”, “8 milímetros”) tiene un prólogo en el que un joven agente encubierto de la CIA (interpretado por Rock) es asesinado, en medio de una negociación con terroristas que intentan comprar y vender un arma nuclear, por salvar a su superior (Hopkins) en medio de un tiroteo.
Ante la amenaza de que un líder balcánico se haga de la bomba, que cuesta 20 millones de dólares y cabe dentro de una pequeña valija, la poderosa agencia norteamericana no tiene otra opción que convocar de urgencia al hermano gemelo del agente asesinado: se trata de un personaje patético y delirante diseñado a la medida de la expresividad desatada de Chris Rock. Jake se dedica a la venta clandestina de entradas para espectáculos y eventos deportivos, es DJ de penosos clubes nocturnos y completa sus ingresos jugando por dinero partidas de ajedrez en los parques.
Días de entrenamiento
En medio de una crisis afectiva, este típico perdedor es obligado a ingresar en la CIA y, en tiempo récord, es entrenado no sólo para conocer los secretos del espionaje sino también para cultivarse en terrenos sofisticados (vinos, trajes, cigarros, arte, música clásica), cuando su cultura no supera la escala de repetir letras de hip hop o la formación de Los Angeles Lakers.
La película, que nunca supera la categoría de una fórmula tan artificial como superficial, encuentra en el apuntado arranque cierto interés y comicidad, pero con el correr de la historia todo empieza a desdibujarse para caer en los lugares más comunes de estos dos subgéneros, con el pobre Jake sometido a toda clase de ridículos, que de todas maneras resultan menores frente a la ridiculez de unos villanos que en la comparación dejarían a Ben Laden como un exponente de la alta diplomacia.
“La Guerra Fría terminó y el terrorismo, el fanatismo, ahora es global”, nos informa una línea de diálogo didáctica y aleccionadora de esta historia coescrita por ¡cuatro! guionistas. La amenaza de un ataque nuclear en los Estados Unidos (para colmo, parte de la acción transcurre en Nueva York) hizo que esta discreta película –que iba a ser estrenada a fines del año último– fuese lanzada sólo esta temporada debido a las secuelas de los atentados del 11 de septiembre.
En medio de todo tipo de exageraciones, de gags remanidos y de una narración que, en su intento por conseguir un vértigo narrativo, cae en una edición veloz y confusa que parece copiada de un videoclip de principiante, “Malas compañías” apenas se sostiene en la solvencia y elegancia acostumbrada de Hopkins (en un papel intrascendente e innecesario para su rica carrera) y en ciertos destellos humorísticos de Rock. Muy poco para una comedia de acción que promete algo durante los primeros 20 minutos, pero que se consume demasiado rápido en su propia ineficacia.





