Con el don de brillar entre las estrellas
Desde el centro de la escena europea, el argentino Lucio Vidal vuelve al país para bailar en una gala extraordinaria que reunirá a catorce bailarines de compañías de todo el mundo; quién es quién y por qué no hay que perderse estas funciones
Llega de Berlín y, por su apariencia, podría perfectamente ser un alemán. Pero cuando empieza a hablar, con un suave pero advertible acento español, y se lo oye decir "vídeo" en vez de video, para cualquier mortal la confusión podría ser grande. Lucio Vidal se fue de su ciudad, Buenos Aires, en 2008, cuando un convulsionado Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín le daba incertidumbre. Los cazadores de talentos de la entonces flamante Compañía de Danza de San Pablo daban aquí una audición donde se hacían evidentes las razones para querer llevarse al rubio del millón: un bailarín magnífico, con imán y un brillo al que no se le puede cerrar los ojos.
Si ese fue el comienzo de un recorrido que llegó lejos -digamos que hasta el centro de la escena europea-, el que hasta ahora es el último capítulo del cuento trata de un hombre maduro a sus 32, que regresa ilusionado a un país que pensó que ya no volvería a verlo bailar. Trae la convicción de estar en su mejor momento. "Me siento mucho más fuerte que a los 20; ya no gasto energías en cosas que no lo merecen, voy directo a lo que tiene que ser." Y trae además en la manga un par de piezas que en nombre del Staatsballett al que ahora pertenece y en el suyo propio bailará esta noche y mañana en la Gala Internacional de Ballet que anualmente trae al Coliseo un seleccionado de virtuosos.
Pero volviendo al nudo donde se desató la singular carrera de Vidal, un total descreído de las jerarquías que después de ser primera figura ahora se alínea en las filas del cuerpo de baile de una compañía de repertorio mixto (clásico y contemporáneo), fue un año después de su mudanza a Brasil cuando dio el gran salto. Estaba ya de vuelta en Buenos Aires y en el San Martín cuando llegaba de visita Nacho Duato para presentar con su Compañía Nacional de Danza (CND) dos programas aquí. En una audición privada, el genial coreógrafo español -famoso también por su carácter- lo vio y no titubeó en ofrecerle un contrato, que hiciera las valijas, que se fuera con los suyos. Desde entonces, el bailarín sigue la regla que marca su historia de superación: "Cada vez que sentí que había un techo o un límite, y que quería seguir explorando, dejé todo para empezar de nuevo en otro lado. No me da miedo arrancar de cero".
De la mano de Duato en Madrid se hizo principal de un staff de alto nivel y mucha exposición, que un buen día vio cómo su líder daba el preanunciado portazo y se iba, harto de las idas y vueltas burocráticas, llevándose consigo todas las obras valiosas que había creado durante su gestión. La CND se quedó prácticamente desnuda, tuvo que volver a aprender a vestirse. "Fue productivo ese tiempo también, porque como el nuevo director, José Carlos Martínez, tuvo que crear un repertorio nuevo, me llegó la oportunidad de trabajar, por ejemplo, con [el coreógrafo sueco] Mats Ek en persona. Pasé muchos días con él y Ana Laguna, fue uno de los mejores momentos de mi carrera. Él es un referente muy grande, me cambió la visión de lo que uno hace en el escenario."
-¿Sos el favorito de Duato?
-No me siento así. Tengo una relación profesional con él, es una persona excelente y como director es uno de los mejores con los que estuve. Tiene mucho criterio. Sabe muy bien qué quiere de la gente. Me siento especial, sí, porque un día me llamó por teléfono para pedirme que fuera a Berlín. Pero a la hora de estar en la sala soy uno más.
-En el Staatsballett tienen el repertorio contemporáneo de Duato, obras de nuevos coreógrafos, y también están los clásicos. ¿Cómo se lleva tu cuerpo con esa mixtura?
-Ese es el precio de estar ahí. Porque estoy haciendo cosas que realmente no me interesan. Un ballet romántico como Giselle, por ejemplo.
-¿Y hacés de aldeano o Albrech?
-¿¡Qué Albrecht!? ¡No! Pedí no participar, pero tengo que hacerlo, así que me tocan personajes de la realeza, cosas que para mí son una pérdida de tiempo realmente. Es un poco una lucha, pero no estoy sufriendo porque en Berlín tengo tantas posibilidades de hacer cosas afuera de la compañía. Hay mucho movimiento y gente muy interesante, y tener en la compañía un espacio menos presente me da estas posibilidades. Hoy para mí es muy importante el trabajo, pero es muy importante disfrutar la vida también. Estuve muchos años sin tener una vida fuerte afuera, y desde que lo pude balancear me siento mucho más tranquilo. Me costó muchos años reconocerlo.
-Ese balance también está en lo que traés a la gala de hoy: una obra de Duato que estrenaste en Berlín y una coreografía surgida como inquietud personal, por afuera de la compañía.
Herrumbre es una pieza que hizo Nacho Duato en respuesta al atentado en la estación Atocha. Compara el alma humana con el óxido en el hierro. ¿Cómo puede convertirse en algo tan duro, tan derruido? Mi parte es de las más melancólicas, en pies descalzos, un estilo Duato más a tierra que lo que estamos acostumbrados a ver en sus obras anteriores. Bailo con Kayoko Everhart, que estrenó esta pieza en Madrid, y yo la hice la primera vez que se dio en Berlín el año pasado. También por primera vez en la gala haré un solo de coreografía mía, Alien, que refleja esta transición que tuve de Madrid a Berlín y cómo hoy me siento, en un momento más auténtico y sin presión ni vergüenza de mostrar quién soy de verdad.
Un show de fuegos artificiales
Como mirando el cielo la última noche del año. Así, sin querer pestañear, se está en la platea de una gala de ballet. Los 14 bailarines que hoy y mañana, a las 20.30, subirán al escenario del Coliseo (M. T. de Alvear 1125), no volverán a reunirse en otra función como éstas jamás. Esa extraordinariedad define a una "gala". Y el nivel que solamente pueden darle al espectáculo un puñado de los mejores bailarines del mundo.
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