
Dedos de oro
A los 69 años falleció en Austria este audaz y excéntrico pianista, uno de los grandes músicos del siglo XX
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VIENA (Reuters).- El músico y compositor austríaco Friedrich Gulda, considerado uno de los pianistas más importantes del siglo XX y también ampliamente conocido por sus excentricidades, falleció a los 69 años de un ataque al corazón en su casa de Weissenbach, a orillas del lago Atter.
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"Normalmente, uno es joven y estúpido o viejo y listo. Pero ser joven y listo es un privilegio del que yo disfruto plenamente". Audaz, virtuoso, innovador, arrogante, original, divertido y siempre dispuesto a jugar al límite en todos sus proyectos, Friedrich Gulda fue un talento portentoso que transitó por varios caminos a la vez, para su regocijo e irritación de sus compatriotas y admiradores.
El pianista austríaco, nacido en Viena el 16 de mayo de 1930, fue en pocos años considerado un caso excepcional de genio musical y virtuosismo. Ya de por sí fue notable su período de estudio, ya que en sólo cinco años tomo lecciones con el maestro Félix Pazofsky y pasó por la Academia de Música de Viena, tomando clases magistrales de piano con Bruno Seidlhofer y de teoría con Joseph Marx. Allí dio muestras acabadas de su predisposición natural al punto de comenzar a ofrecer recitales, invitado por instituciones europeas. En 1946 causó impacto su consagración como ganador del Concurso Internacional de Ginebra. Tenía 16 años.
Su debut en Buenos Aires, por iniciativa de Bernardo Iriberri, que fuera su representante, tuvo lugar en 1949 en un recital para la Asociación Wagneriana en el Teatro Astral, ejecutando obras de Bach, Mozart, Schubert, Prokofiev y Debussy. Los comentarios críticos hablaron de un joven poseedor de pleno dominio del los recursos técnicos, juicio ratificado a los pocos días con su presentación con orquesta para el ciclo de la Asociación Amigos de la Música, brindando una espléndida versión del Concierto K 488, para piano y orquesta, de Mozart. Pero todavía Buenos Aires no había reaccionado con Gulda como lo hace siempre frente a los grandes artistas.
Apoteosis porteña
Ese mismo año, el pianista ofreció dos recitales en el Teatro Colón. El primero reunió una buena cantidad de público, pero no suficiente para un lleno importante. Sin embargo, el delirio que se generó en el final de ese recital, con una concurrencia enfervorizada que prácticamente sacó a Gulda en manifestación por Cerrito en dirección al Obelisco, dio motivo para que el segundo concierto tuviera un lleno total.
A esta actuación se sumó otra en el teatro Gran Rex, una maratónica presentación como solista con un programa integrado por obras de Beethoven, Mozart (sus dos compositores predilectos) y Prokofiev, junto a la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Buenos Aires, dirigida por Ferrucio Calusio.
Ese joven de 19 años había conquistado, sólo en su primera visita, al público local. De ahí que durante dos décadas sus visitas a Buenos Aires provocaran un inusitado interés.
Así ocurrió con sus tres recitales al año siguiente (1947) en el Colón, otras tantas actuaciones en 1952, la interpretación integral de las 32 sonatas de Beethoven en 1954, los cinco conciertos para piano y orquesta del mismo compositor en 1960 (con dirección de Robert Lawrence y Olav Roots en dos sesiones de la Orquesta Filarmónica), recitales secundando al violinista Ruggiero Ricci (otro ídolo de Buenos Aires de aquellos años) y una actuación, en 1962, con el célebre Cuarteto Budapest, organizada por el Teatro Colón sobre la marcha, dada la coincidencia del conjunto y del pianista en la ciudad, motivo de una velada de música de cámara de alta jerarquía.
De más está decir que, pese a la improvisada realización del concierto, Gulda se amalgamó al grupo de cuerdas como si hubiera actuado desde siempre junto a ellos, tan sólo con unas pocas lecturas llevadas a cabo un día antes de la presentación, en el mismo escenario del Colón, donde ya se había dispuesto la sala para el concierto. La sala se llenó totalmente y las críticas fueron unánime e inusualmente elogiosas.
Jazz e improvisación
Pero Gulda no fue un pianista reposado y conformista. Todo lo contrario. Ya desde la década del sesenta, y pese a su registro discográfico comercial de la integral de sonatas de Beethoven, fue espaciando sus recitales y presentaciones normales del mundo clásico para incursionar en el terreno del jazz.
En Buenos Aires, quizá uno de los primeros centros mundiales que conocieron la inclinación del artista por la música popular, se había formado un grupo llamado Amigos de Gulda, del que participó el entrañable Enrique "Mono" Villegas. A partir de 1956, con sus primeras actuaciones en el club Birdland, de Nueva York, quedó en claro que Gulda había encontrado en el jazz una nueva fuente de inspiración. Así, participó del Festival de Newport y tuvo activa presencia en la formación de la Orquesta Eurojazz.
En largas noches que sólo concluían con la salida del sol, se escuchaban su frenesí por el ritmo, su pasión por la improvisación infinita y el vértigo de una ejecución incomparable. Tal vez buscaba así fuerzas renovadoras, porque toda música escrita era muy poco para él.
Es posible que su don para dominar el teclado con facilidad y su capacidad de memorizar toda la literatura pianística hayan sido la causa de esa multiplicidad de inquietudes. Para algunos, más ortodoxos, era un pecado imperdonable; para otros, la convicción de que Gulda encontraba así una necesidad para seguir viviendo. Así lo pudo comprobar el público argentino en una presentación que Gulda hizo en el Opera, donde armó programas mixtos con Bach, Beethoven o Mozart en la primera parte, y otro totalmente dedicado al jazz, en la segunda.
No fue suficiente. También se dedicó a componer música yuxtaponiendo la obra de los clásicos a una progresión desde el jazz y la música pop, sin dejar de lado su intervención como solista de saxo barítono, flautista o piano eléctrico. Así, fue capaz de compartir un concierto de Mozart para dos pianos con Chick Corea o zapar incansablemente con su entrañable amigo Joe Zawinul, el líder de Weather Report. Su insaciable avidez de originalidad y algunas posturas excéntricas y controvertidas fueron desfigurando su imagen de músico, tanto que en los últimos años su arte de tocar el piano se eclipsó en la consideración general, pasó a ser un aspecto sin importancia y, entre el dolor de quienes lo admiraban, fue alejándose lentamente.
De todos modos, Gulda firmó en algún lugar inhóspito y lejano un contrato de vigencia perdurable porque, como nadie, logró que su muerte sea lamentada por toda la música del mundo, sin fronteras ni certificados de autenticidad.
Humor
Casi un año atrás, el 28 de marzo, la prensa austríaca recibió la noticia de que Gulda había fallecido.
Se trataba, sin embargo, de una broma ideada por él mismo para observar la reacción que provocaba a su alrededor.
Unos días después, festejó con una "fiesta de la resurrección", a la que invitó a tocar al grupo a-go-go The Paradise Girls.






