
El camino de Yupanqui
Dos CD con temas inéditos fueron editados por el sello EMI
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La obra de Atahualpa Yupanqui parece brotar de la llanura inabarcable de la Pampa, del canto ancestral de la copla, de la profundidad de las noches tucumanas, como un hilo de río perdido en el silencio del Cerro Colorado. Brota de lo anónimo y circula de forma persistente, sin tiempo. "De tanto ir y venir, abrí mi huella en el campo. Para el que después anduvo, ya fue camino liviano", escribió Yupanqui, este caminante de los territorios del canto popular anónimo.
Así es la obra de Atahualpa Yupanqui. Sus poemas, partituras o grabaciones inéditas siempre salen al encuentro de quien las busca. Por eso, cada nuevo descubrimiento de su legado folklórico (lo engrosan unas mil composiciones) se convierte en un hallazgo arqueológico-musical invalorable.
EMI lanzó, por estos días, dos materiales discográficos "El andar" y "Don Ata", que reúnen una veintena de canciones, donde aparecen varias piezas inéditas. Muchas de ellas fueron grabadas en plena época de la dictadura, venciendo el silencio impuesto por la junta militar de Jorge Rafael Videla. Parte de esos registros terminaron en un disco oficial, "Pasaban los cantores", editado en 1979. El material que quedó en el camino perdido reaparece ahora, dos décadas después, en estos dos trabajos.
El primer disco, "El andar", muestra en la tapa a un Yupanqui joven (retratado por Annemarie Heinrich), con el mismo gesto severo y grave de los versos que invoca; desde el legado mismo de todos esos ancestros indios que homenajeó en la figura de Atahualpa: aquel soberano del imperio inca que se levantó contra el conquistador español en 1500.
Por milagro de la tecnología, de esos archivos reencontrados, la voz de Atahualpa renace desde el fondo de la historia americana para sentenciar: "Puso España en nosotros su Sancho y su Quijote bullen en nuestra sangre su fuerza y su tesón, pero hay un indio extraño, silencioso y huraño, paseándose en el templo de nuestro corazón". Le siguen los compases de "Zamba de la toldería" para esclarecer los orígenes del folklore.
Envuelto en la atmósfera de los tiempos de vinilo, con la fritura característica, Yupanqui atraviesa por tres obras de su imaginario: "Minero soy", el clásico "La pobrecita", en versión instrumental, y "Tú que puedes vuélvete", donde la voz de este hombre de Pergamino, nacido el 31 de enero de 1908, aparece entre la bruma del olvido, como si estuviera tocando en una radio antigua.
El sonido cambia radicalmente a partir de "Milonga triste", donde la obra de Piana-Manzi permite que la mano izquierda del músico se deslice con suavidad, los dedos caminando por el diapasón, como cantando la melodía, intentando desentrañar ese inmenso "pozo de soledades", como definió a su instrumento.
Sus primeros maestros fueron esos peones que se sentaban a payar al fondo del boliche y tocaban sólo con el dedo pulgar, o "matapulgas". Pero su verdadero profesor, aquel que abrió su modo criollo a otro horizonte, fue don Almirón, un concertista de Junín que le hizo escuchar a Bizet, Bach, Beethoven, Albéniz y Granados.
Los aires sureros de la milonga son la forma que encuentra para unir sentimiento musical y sostener esa piedra filosofal que envuelven temas existenciales como "Hay leña que arde sin humo", "Quién me presta una guitarra" o "Las cruces", de su autoría. Surgen del disco otras piezas de colección, inéditas hasta ahora, como la chacarera instrumental "La maldición" (anónima), "La nieve" (popular peruano) y otra chacarera sólo en guitarra, "El andar", donde Yupanqui demuestra ese swing criollo y esa digitación certera.
Los silencios se vuelven versos de amor en "El promesante", otra zamba surgida a la influencia de su vida en Tucumán, donde usa su instrumento como una caja vidalera, que cierra esta serie de temas registrados entre las noches del 27, 28 y 29 de noviembre de 1978, en los estudios Odeón de Barrancas de Belgrano. El disco deja al final tres joyas más, las milongas "Malquistao" y "Gramilla", donde el fraseo de los sonidos pampeanos refleja esa vastedad pampeana, y un recitado donde recuerda al guitarrista Hilario Cuadros.
El otro Yupanqui
El segundo volumen, llamado "Don Ata", muestra al profeta folklórico en sus últimos años, esos de ajetreados y largos viajes entre Córdoba, Buenos Aires y París. Aparece la misma severidad y hondura de los versos. La misma sabiduría, rescatada de la herencia ancestral de los antiguos, brilla en este disco, donde el repertorio muestra a un Yupanqui caminador de territorios y estilos dentro de la canción.
El listado de piezas inéditas comienza con "Milonga surera" y continúa hasta "Chacarera trunca" (grabaciones que realizó entre enero de 1978 y julio de 1979), en la que deja versos como éste: "Jamás ningún instrumento podrá expresar en canción a qué hora de la oración nacen aquellos murmullos, que brotando de los yuyos desgarran el corazón".
La verdad que extrae de la tierra, de ese surco que fue haciendo camino, se va desgranando en sus coplas, resumiendo vida, pesares, silencios y amores y reflejando su propia condición trashumante. "Me gusta andar" es una prueba de ese destino. Lo mismo que el respeto por el silencio del monte en la subyugante "Vidala del silencio". O la zamba que bautiza "La llorona", para exorcizar las desdichas.
Las quince composiciones perfilan parte de esa esencia, rostro de la América perdida. Temas instrumentales, poemas y un encadenado de milongas, zambas, chacareras, gatos y vidalas resumen vida y pensamiento. Atahualpa Yupanqui aparece tal cual es, con esa voz ahogada, con esa misma sencillez de canción sin tiempo que desandó con la mirada puesta en el horizonte, al que creía inabarcable, misterioso y maravillosamente único, como su obra.
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