El fin de la censura cumple años
Hay algunas anécdotas referidas al cine y la censura que sólo pueden recordar los mayores de 30 años, como la que se vivió aquel jueves de hace un cuarto de siglo en que la gente corrió al Cinema Uno de la calle Suipacha (hoy una agencia de apuestas hípicas) para ver "Ultimo tango en París" antes de que fuera abruptamente dada de baja por orden judicial.
También cómo, por décadas, creció el mito de las "audacias sexuales" del cine sueco y las transgresiones de Federico Fellini, o el carácter indefectiblemente "subversivo" del cine soviético. Otras sólo se atesoran en la memoria de los que pasaron los 40 y 50 años, como cuando el censor de turno Ramiro de la Fuente perseguía casi como una cuestión personal al cine de Armando Bó con Isabel Sarli, o el distribuidor Vicente Vigo casi termina entre rejas por querer estrenar la película "Teorema", de Pasolini. Son parte del pasado, tiempos del Lorraine y de tantas cosas que ya no existen.
Sin embargo, el calendario señala una fecha más reciente que debe ser recordada generación tras generación, porque marca un antes y un después en el mundo del cine local.
El 22 de febrero de 1984, es decir hace quince años, marcó un momento clave en la cultura argentina. Al mismo tiempo que el Instituto Nacional de Cinematografía (actual Incaa), entonces comandado por Manuel Antín, anunciaba la primera partida de créditos para la reactivación de la producción, el Senado de la Nación derogaba la ley 18.019, que en enero de 1969 había creado el conocido Ente de Calificación Cinematográfica que, a la vez, daba rienda suelta a cortes y prohibiciones de películas tanto argentinas como extranjeras, en su intento por dar marco legal a la censura previa.
La norma, que llevaba firma de Juan Carlos Onganía, entonces presidente de facto, y la letra de su ministro del interior, Guillermo Borda, estuvo vigente durante década y media, incluido el conflictivo -y breve- período democrático que ocupó el peronismo entre 1973 y 1976, es decir tantos años como los que han pasado de su derogación.
Un día memorable
En el verano de 1969, Bernardo Neustadt reunió a Ernesto Sabato con el ministro Borda, propulsor de la censura cinematográfica, incluso de los guiones de producciones locales por rodarse. El autor de "Sobre héroes y tumbas" se mostró alarmado y advirtió: "Se puede terminar con los pocos restos del cine nacional. Y si se aplica la ley en forma rigurosa, se va a matar la creación cinematográfica". En buena medida, así ocurrió.
Década y media después, el miércoles 22 de febrero de 1984, a las 18, en el edificio de Lima 319, se realizó una conferencia de prensa presidida por el entonces secretario de Cultura de la Nación, el dramaturgo Carlos Gorostiza, con Antín, productores, guionistas y periodistas, además del interventor del ente, el crítico e historiador Jorge Miguel Couselo, que tuvo a su cargo la disolución del mismo. Antín se refirió a las medidas que el organismo a su cargo propondría para reactivar la enseñanza de cine desde las aulas del Centro de Experimentación y Realización Cinematográfica, así como a la industria. Entre las producciones que gozaron de ampliación de créditos figuraba "Camila", que resultó nominada al Oscar, y la lista de películas con preadjudicación de créditos incluyó a "La historia oficial", que lo ganó en 1986. Ya por entonces, Antín hablaba de "desgravación impositiva" a las inversiones en cine, tema que , no obstante, no fue incluido en la futura ley de cine, pero que ahora, instrumentado en Brasil, da buenos resultados frente a las políticas del "estado de bienestar" cada vez más lejanas en el tiempo. Y también al inminente fin de la censura, que conseguiría dos horas después.
Ese mismo día, a las 20, en la Cámara alta, el senador José Alejandro Falsone (UCR) dijo, refiriéndose a la ley que dejaba de tener vigencia, que "... en la concepción que animó a quienes elaboraron dicha ley se halla la conocida teoría de la "seguridad nacional" ... Con la derogación de esta ley, que fue el símbolo de una época ya superada, la democracia dejará en el desván de la historia una norma surgida al calor de una doctrina de sojuzgamiento".
El proyecto de derogación fue aprobado por unanimidad. El aplauso fue tan prolongado, como lo recuerda la revista Heraldo del Cine, que los senadores levantaron sus cabezas y miraron a los palcos.
En marzo de 1985, ya vigente la ley 23.052 y su reglamentación, la nueva comisión calificadora autorizó más de medio centenar de películas hasta entonces prohibidas. Casi de inmediato, el entonces floreciente video hogareño y la TV por cable comenzaría a recuperar parte del patrimonio cinematográfico de la humanidad prohibido o mutilado por décadas, finalmente en versiones completas.
Sólo por tres meses
El primer intento de desactivar el organismo de censura tuvo lugar cuando el 9 de agosto de 1973, sin mucha difusión, el director Octavio Getino, asumió como interventor del Ente de Calificación.
"Pienso que hay manifestaciones de esta ley que si antes servían para una política de represión, pueden ser utilizadas hoy para una descompresión de lo que hasta hoy era la censura", declaró Getino al asumir.
Así, se autorizaron unas ochenta obras y pudieron estrenarse clásicos como "Estado de sitio", de Costa Gavras; "La gran comilona", de Marco Ferreri; "Los demonios", de Ken Russell; "La Chinoise", de Godard; "Gritos y susurros", de Ingmar Bergman; "La hora de los hornos", de Fernando Solanas; "Decameron", de Pier Paolo Pasolini, y hasta "Ultimo tango en París", que desató un proceso judicial que termino acusando a Mario Soffici, director del Instituto tras el fugaz paso de Hugo del Carril como titular del organismo, por supuesto "incumplimiento de los deberes de un funcionario público", y con el recrudecimiento de la censura.
El paso de Getino por el Ente de Calificación duró tres meses: en 1974 fue reemplazado por el crítico Miguel P. Tato, que revocó muchos de los certificados emitidos y convirtió su misión en una auténtica cruzada.
Corte y confección
Cuenta la historia que en los últimos años de censura, los distribuidores preferían enviar al organismo calificador versiones previa y prudentemente censuradas por ellos mismos, en virtud del maltrato que estas obras sufrían en el trámite de calificación. Para este fin montaron una sala de montaje en la ochava de Ayacucho y Tucumán, en el corazón del conocido como "barrio del cine". En esa esquina, oculta tras afiches y un inocente quiosco de golosinas, un veterano montajista del cine argentino, Nicolás Proserpio, dedicaba su conocimiento a la edición de sus propias versiones de títulos con escenas o situaciones objetables por los censores, cuyo paradigma fue Tato.
En ese rincón de Buenos Aires, donde, por ejemplo, se transformó a obras como "Cruising", de William Friedkin, en relatos poco menos que incomprensibles, se amontonaron por años los fragmentos mutilados de cientos de largometrajes. Aquellas cajas, con miles de metros de celuloide sin clasificar, difíciles de identificar, se conservan todavía en los depósitos de la Fundación Cinemateca Argentina.
Datos al corte
- Origen: la ley 18.019, de 1969, creó el Ente de Calificación Cinematográfica, responsable de cortes y censuras.
- Consecuencia: algunos de los títulos que los argentinos no pudimos ver durante años fueron "Ultimo tango en París" y "Novecento", de Bernardo Bertolucci; "Regreso sin gloria", de Hal Ashby; "La batalla de Argelia", de Gillio Pontecorvo; "La naranja mecánica", de Stanley Kubrick; "Más allá del bien y del mal", de Liliana Cavani; "Jesucristo Superstar", de Norman Jewison, y "El imperio de los sentidos", de Nagisa Oshima.
- En democracia: el 22 de febrero de 1984, el secretario de Cultura de la Nación, Carlos Gorostiza, anunció la disolución del Ente de Calificación Cinematográfica.
- Aplicación: dos horas después, en el Senado de la Nación, la ley 23.052 puso fin oficialmente a ese organismo de censura.
- Resultado: además de las películas mencionadas anteriormente, llegaron al público argentino, en versiones completas, obras del cine sueco, con Ingmar Bergman a la cabeza ("El silencio", entre otras), films soviéticos y las siempre cuestionadas obras de Luchino Visconti o Federico Fellini, que acreditan persecuciones ( "La caida de los dioses" y "Ludwig", del primero; "Satyricon", "Roma" y "Amarcord", del segundo).