
El hombre que vive como en el siglo XIX
Por motu propio, rechaza las comodidades de la vida moderna
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DUNDEE, Estado de Nueva York, (The New York Times). – Hay quienes al enterarse de que John A. Coffer, fotógrafo que utiliza la técnica del ferrotipo, vive sin automóvil ni teléfono ni cañerías podrían considerarlo un individuo que se opone a los cambios tecnológicos. John insiste en que eso no es cierto porque tiene una computadora. Incluso, una salita de computación desde marzo pasado. Las paredes son de fardo de pasto, el techo es de chapa, y su fuente de energía es un panel solar de 75 vatios en su chacra, de unas 20 hectáreas, en Finger Lakes. La salita soportó intensas lluvias, y si se llegara a arruinar, el fotógrafo dice que no le importaría, ya que sólo invirtió 15 dólares para construirla.
Coffer, de 54 años, es uno de los pocos individuos a los que se les atribuye el mérito de una reciente resurrección de la técnica fotográfica del ferrotipo, inventada en 1852, en la que la imagen se fija en una placa de metal expuesta en la cámara y se laquea con barniz. Y subsiste merced a la venta de sus trabajos y a sus talleres de ferrotipo.
Pero no sólo produce fotografías como se hacía en 1860, sino que vive, en gran medida, de la manera en que uno podría haberlo hecho en esa época. Su casa es una pequeña cabaña de troncos que él construyó; la calefacción proviene de una estufa de leña, de modo que allí dentro todo, incluso Coffer, huele a hollín.
También se percibe, de entrada, algo de cólera latente. Coffer, a quien con sus tiradores, sombrero de paja, caballo, y Buggy, frecuentemente confunden con un amish, no es un artista loco de los bosques, aunque de alguna manera puede ser un excéntrico.
¿Sonreir o no sonreir?
Ante la pregunta de por qué la gente en las fotos del siglo XIX rara vez sonreía, respondió que se debía a que posaban con dignidad y que sólo en los últimos tiempos la gente "piensa que tiene que sonreír de oreja a oreja como un vendedor de autos usados".
También lo irritan los valores de la mujer moderna, una actitud que es más fácil de comprender tan pronto uno se entera de que su mujer, después de vivir un tiempo en la cabaña, huyó despavorida.
Es que nadie podría decir que Coffer es un hombre exquisito. Su cabaña de troncos tiene dos metros cuadrados. Saca agua de un pozo con un balancín de dos baldes. Duerme en un pequeño desván, entre sábanas que piden a gritos un lavado. Puesto que no tiene una heladera en la que podría adherir fotos, algunas de sus favoritas cuelgan de sierras sobre las paredes de la cabaña.
Una de ellas muestra a dos mujeres jóvenes que conoció hace unas semanas en una recreación de escenas de la Guerra de Secesión. Estaban aburridas y las fotografió en ropa interior típica de entonces –calzones largos y camiseta– con un jarro de whisky y una cartuchera que él agregó "para hacer más interesante la foto".
Es un hombre, está claro, que podría usar un servicio de citas por Internet, pero debido a que su computadora no está conectada a la Red, alguna mujer audaz de espíritu pionero tendrá que encontrarlo, cuidandose de no pisar a las gallinas mientras cruza el umbral de la cabaña.
También está claro que es un tipo práctico. Su chacra incluye media docena de estructuras: establos en carretas, ambiente anexo, salas de revelado, una despensa, todo construído por él.
No se opone a todas las conveniencias modernas. Su panel solar carga las baterías para la única lamparita de su cabaña y para el aparato de radio en el que escucha NPR (Radio Nacional Pública).
Pocos gastos
Gasta lo mínimo indispensable. Su cabaña costó 800 dólares y es mayormente de madera de cedro. La elegante bañera metálica con patas cerca del bosque, en la que se baña cuando hace calor, le costó 1 dólar. Además, pagó 20 dólares por la caldera de 240 litros que usa para calentar el agua para bañarse.
¿Cada cuánto se baña? Dos veces por semana en invierno, en un fuentón de aluminio portátil y adentro de la vivienda, y todos los días en verano.
La gran pregunta es la siguiente: ¿por qué Coffer prefirió vivir de ese modo? "La vida moderna siempre fue muy vertiginosa para mi. No me adapté a la vida del siglo XX", explica.
Su historia comienza así. Cierto día, Coffer vio una antigua cámara fotográfica de madera Century N° 4 en la vidriera de un negocio y supo, inmediatamente, que le cambiaría la vida. La compró por 50 dólares y comenzó a fotografiar recreaciones de época. Además cambió su auto por un caballo y un Buggy.
Finalmente, dedicó su vida a este modo devida inusual. A fines de julio pasado, fue anfitrión de su sexto festival anual de ferrotipo, gratuito, para decenas de colegas aficionados. El mismo mezcla sus propias sustancias químicas, creando imágenes sobre planchas de vidrio y placas de metal. Le lleva una hora hacer un retrato, incluyendo sensibilizar la plancha, tomar la foto, luego revelar, fijar, lavar, secar, y sacarle brillo a la placa. Las personas deben quedarse quietas durante varios segundos, a veces con la ayuda de un cuello ortopédico. Cuando se está inmóvil tantos segundos, es difícil ocultar la verdadera expresión facial.
Mujeres que huyen
Durante su vida nómade, Coffer conoció a quien fue su esposa. "Un gran error", dice ahora. Su esposa tenía ansias de aventura pero después de un tiempo lo amenazó con dejarlo si no se afincaban en algún lugar. En 1985 llegaron al condado de Yates, "y al poco tiempo –recuerda el fotógrafo– quiso un automóvil y un teléfono". Después de vivir dos años allí, la esposa lo abandonó –hace 18 años de eso– y nunca volvió a mantener una relación amorosa desde entonces.
"A nadie le gusta aquí, me parece", dijo. "Es como vivir en un monasterio", agregó. Pero podría tratar de conocer a otra mujer. "Solía hacerlo e iba a los bares", respondió. "Era barato pero no me satisfacía. No quiero vivir pendiente de las expectativas de otra gente. Aquí tengo unas 20 hectáreas propias y bastante plata en el banco. He estado en galerías de arte de Nueva York, pero siempre escucho lo mismo: "¡No tiene teléfono!"
Muy rara vez es procaz, pero sí cuando habla de mujeres. "Prefieren un tipo abrumado por las deudas y con un empleo sin oportunidades de progreso, pero, eso sí, que tenga teléfono y automóvil", comentó irritado.
Le han sugerido que la falta de una mujer allí tal vez se deba a la falta de cañerías. "A mí me encanta mi hogar en pleno campo", repuso Coffer. "Me gusta vivir así. Imito a mis héroes, la independencia que tenía la gente, las antiguas carretas y cosas así. Es una manera más terrenal de seguir viviendo, tiene una cadencia natural, un cierto ritmo y poesía."





