
El magnetismo de Fats Fernández
En banda: acompañado por un grupo juvenil y eficaz, el trompetista abrió el ciclo Buenos Aires Vivo Jazz III.
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Un público por demás heterogéneo y en su mayor parte casual, debido a cierta falta de difusión que sufre el género en líneas generales, mostró respeto y altura musical para recibir al quinteto de Roberto Fats Fernández, que abrió el fin de semana el ciclo gratuito y al aire libre Buenos Aires Vivo Jazz III, en el escenario del parque Centenario, y que continuará el sábado próximo con la actuación de Luis Salinas.
El recital arrancó con una balada de Cole Porter, a medio tiempo, ideal para el fraseo moroso de Fernández, quien tiene en su sencillez su principal arma de llegada con la gente, que, inmediatamente, se vuelve fuerza propia.
Como atado al magnetismo de ese gran imán que es "Fats" Fernández, el auditorio se sacude con los aires de "Cherokee", caballito de batalla del genial Charlie Parker.
En su acompañamiento, Fernández llega con sorpresas. Por ejemplo, el guitarrista Guillermo Armani es sencillamente delicioso; tiene una depuradísima técnica asociada a una imaginación infrecuente.
Andrés Beeusaert, en el piano, y Javier Puyol, en batería, no le van en zaga. Sus solos son inspirados y consiguen un alto nivel técnico que exige a Fernández en su desempeño. Es un grupo con mucha química, a pesar de las diferencias de experiencia.
Esta ciudad es tango. No importa la edad, el espíritu de esta música está registrado en la carga genética de los porteños. "Fats" lo siente y suelta en su trompeta los primeros acordes de "Grisel", de Mariano Mores. El público queda como la cobra frente al encantador, fascinado por esta canción que guarda tanta emoción en su melodía. El sonido de la trompeta planea sobre los corazones del público, cuyo cerrado aplauso es una prueba de ese calor que transmite el quinteto.
Dos estilos
El tándem Fernández-Armani en los solos funciona a la perfección. Dos estilos, el cálido e intimista del trompetista, y el investigativo y con cierta dosis de agresividad del guitarrista. Como bisagra trabaja el piano, cuyos "coros" (solos en la jerga jazzística) tiene algo de los dos.
La tarde comienza a vestirse de noche y llegan temas como "S´ Wonderfull", de Gershwin; y un movido "Tanga", de Gillespie, que lleva a la gente (en un auditorio que crece) a arremeter sin inhibiciones con el baile y brindar a la reunión un calor que luego se convierte en intimismo con "No sabes qué harás el resto de su vida", de Michel Legrand.
Para el cierre llegan "Fiesta", de Chick Corea, con evidentes aires de faena taurina y "Night in Tunisia", de Gillespie, pero matizada con un fuerte acento funk, que logra una suerte de ceremonia entre el público que no se quiere ir, que le cuesta despegar de ese imán que es la música bien interpretada.




