
El prestigio del tedio
Recital del saxo tenor Leandro "Gato" Barbieri, junto a Eddie Martínez en piano, Adalberto Cevasco en bajo eléctrico, Robert González en batería y Richard Flores en percusión. Compañía del Teatro Gran Rex, en el teatro homónimo. Nuestra opinión: regular.
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Se apagan las luces. Silencio total. Suspenso. Ingresan, pachorrientos, cuatro músicos. Se instalan. Ni un chistido en la gran sala. Calma chicha. Suspenso. Bizarro, como se dice ahora galicísticamente, por extraño.
El preámbulo es atípico, como corresponde a un gato que, se supone, no viene a meter el perro.
Gato Barbieri asoma gatunamente y camina parsimoniosamente hacia el centro de la escena. Llega agazapado detrás del telón de sus anteojos oscuros y de su imponente sombrero negro, que pasan a integrar su enigmática prótesis. Gato está todo de negro, salvo su elegante chalina de tonos ocres. La gente despierta y aplaude un poco.
La música emerge sigilosamente. En ese preciso instante se plantea el esquema de este nuevo encuentro, diríase calcado de aquel del 91: el saxo tenor de Gato es el auriga, con sus furiosas notas largas, de los cuatro corceles inquietos del ritmo trepidante.
Un largo, interminable, bolero caribeño es la materia musical -digamos sonora- de todo el concierto.
Borges viene a nuestro encuentro para insinuarnos que también Gato goza del prestigio del tedio . Como los conspicuos académicos y sus plúmbeos escritos y charlas.
Un saxo prepotente que reincide en su clásico y celebrado sonido rabioso, crispado, espasmódico, es el Atila estruendoso que acapara protagonismo mientras sepulta literalmente al piano y ahoga al bajo eléctrico para dar generosa cabida a la batería y a la percusión.
La dualidad está planteada: por un lado, las larguísimas notas chirriantes del saxo -reiterativas hasta el hartazgo-; por otro, el furor de los parches que no se dan respiro. Saxo, batería y percusión viajarán juntos por este camino incierto de melodismo tentativo, circular, que nos arrastra obstinadamente hacia un trópico explosivo.
Los temas pueden haber sido bautizados como "Milonga triste", "Don´t cry Rochell", "Susy" o "Sueño de ayer". No importa. El poderoso fiato de Gato, sus pulmones de órgano de tubos, no perdonan. Ni siquiera al pobre "Arriero" de Yupanqui, contra el que arremete sin piedad, descarriándolo de su senda, dejándolo sin su tropilla de notas y borrándole todo rastro con la impiadosa impronta tropical.
Los temas "Europa", "She is Michelle", "Brazil", "Emilio Zapata", caben todos en el mismo molde.
Gato no nos ha regalado sutilezas. Ni siquiera tuvo la cortesía de entregarnos el arte del matiz. Y ha faltado al supremo mandato musical de producir sorpresas. Esas que justifican todo arte de calidad. Sólo los furtivos silencios de un piano casi inexistente y las únicas buenas ideas aportadas por la percusión conforman la contrapartida de tantas carencias de imaginación.
Gato ha reiterado sus esporádicos e inexplicables fonemas y grititos gratuitos; ha levantado muchas veces su imperioso dedo índice de director y ha impartido su serie de órdenes a sus músicos, como de costumbre.
La mejor música del Gato Barbieri ha quedado lejos. Muy lejos.





