El refugio de la vida
"Marius y Jeannette. Un amor en Marsella" ("Marius et Jeannette", Francia, 1996), presentada por Cinemanía Mercure, en francés. Guión: Jean-Louis Milesi, Robert Guédiguian. Fotografía: Bernard Cavalié. Música: motivos populares. Intérpretes: Ariane Ascaride, Gérard Meylan, Pascale Roberts, Jacques Boudet, Frédéric Bonnal, Jean-Pierre Darroussin. Dirección: Robert Guédiguian. 105 minutos. Nuestra opinión: excelente .
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El amor vive en un inquilinato, especie de conventillo, a pasos del puerto de Marsella, donde unas cuantas humanidades son capaces de contarse la historia de amor con la que sueñan y que, por fin, se les cumple. "Marius y Jeannette" es una hermosa narración, llena de paz interior y con un espíritu que rebosa optimismo y buenas intenciones. Robert Guédiguian, el director, dice que "es una historia de amor entre pobres"; y tiene razón, a lo que añadimos: y ni siquiera venidos a menos, porque casi siempre se cuentan aventuras amorosas de gentes que económicamente valen la pena.
Los protagonistas son el guardián de una cementera abandonada, Marius, y una cajera de supermercado, Jeannette, que por querer hacer valer sus derechos de mujer es despedida. No hay mucho más: sólo una cadena escasa en eslabones de seres de quienes no se tarda en enamorarse: un matrimonio que se ama tanto como se maltrata a gritos; un viejo jubilado que no cree en Dios pero podría, de tanto hablar de El, y una ex deportada de la guerra que recuerda sin rencor las violaciones a las que fue sometida durante la ocupación.
Sobre esta base, el director Guédiguian, en su séptimo largometraje -el primero que conocemos aquí-, logra sorprendernos con el sencillo naturalismo sentimental de los hechos descriptos. La trama no es apasionante, pero oficia la gracia del conjunto, con aires de sainete solidario, inteligente, sobrio y sutil.
Cierta teatralidad hay en la puesta, que apenas sale de dos espacios: la cementera y el patio con las habitaciones en torno. La cementera es el ámbito para el amor de los protagonistas; el patio es el sitio de las confidencias, las reyertas, el discurso político y la disquisición social. A través de los seres de este cuento contemporáneo, Guédiguian habla de las transformaciones de la política y de la economía en Francia, con frases que parecen arrancadas de otros lugares del mundo: no hay trabajo y crece la desocupación; abunda la desidia por las personas mayores, indefensas con sus recuerdos o sus viejas creencias, algunas muy universales pero aparentemente fuera de moda; los liberalismos inmediatamente pasados dejaron una estela de miseria por el cierre de las empresas y el ingreso de mercaderías absurdas e inservibles, importadas desde Asia.
A propósito de lo último, la escena del vendedor ambulante de ropa interior femenina, divertida y profunda en la expresividad de bromas, juegos y reflexiones, es uno de los momentos de intimidad adulta apreciados por simpleza y hondura.
El espesor de la palabra
Guédiguian pertenece a la más reciente escuela del cine francés, la de los realizadores que realzan el valor de la palabra por encima de la acción agitada y neurótica de otras cinematografías y de algunos canales de cable de moderna sintaxis. Significa la verbalización de la vida interior, ejercida entre acciones de naturaleza inmediata y reconocible. La mujer del director, Ariane Ascaride, habitual protagonista de sus películas (esta mujer realiza un maravilloso trabajo en "A place du coeur", la última de Guédiguian, donde encarna a una francesa que viaja a Sarajevo para buscar el testigo que defienda a su joven yerno, un negro, de la acusación de una violación sólo por el hecho de que el color de su piel es diferente), Ascaride, decíamos, es la Jeannette del título, un rostro maduro, marcado por señales de alegría o de tristeza, de mansedumbre o curiosidad.
Guédiguian nació en el barrio marsellés de L´Estaque, pegado al puerto, y ha visto cómo las políticas de convivencia y los resultados de las economías fueron arrancando a sus gentes la credibilidad y el deseo de seguir adelante. Guédiguian, desde la prodigalidad crítica que le ofrecen los textos de Bertolt Brecht (se lo enseñó a leer su madre alemana), es el gran cronista visual de la frontera portuaria de Marsella. Sólo la posibilidad de un gran amor, maduro y comprensivo como el de Jeannette y Marius, puede dar fortaleza para recorrer tramos de la vida.
En sus films -en éste también, por supuesto-, el realizador pone en juego relaciones interraciales (el hijo menor de Jeannette es negro) y un visible esmero por subrayar la hegemonía de la mujer en la sociedad y en la consideración que ella tenga de sí. De ahí la sorpresa de que su hija mayor quiera ir a París a estudiar en vez de anunciarle casamiento o embarazo prematuro.
Una banda sonora musical de gran riqueza acompaña la narración: desde "Las cuatro estaciones", de Vivaldi, durante el primer encuentro sexual de los protagonistas, hasta temas populares tales como "O sole mio", por Pavarotti, y la tradicional "Llueve sobre Marsella", de Milesi, con que abre y cierra el film.
Sin academicismo, con la soltura del operaprimista que ya no es y mediante la vocación de sólo modelar el sentimiento, Robert Guédiguian se revela como el realizador concentrado, elocuente y magnífico narrador -aunque no sale de la cámara siempre fija, exterior, analítica, murmurante- que vale la pena conocer.





