
El retazo animado de un libro bíblico
"El príncipe de Egipto" ("The Prince of Egipt", EE.UU., 1998), presentada por UIP -DreamWorks-, en versiones en español e inglés. Canciones: Hans Zimmer (música) y Stephen Schwartz (letras). Dirección de arte: Kathy Altieri, Richard Chavez. Montaje: Nick Fletcher. Dibujos animados. Dirección: Brenda Chapman, Steve Hickner y Simon Wells. 93 minutos. Voces (edición en inglés): Val Kilmer, Sandra Bullock, Ralph Fiennes, Michelle Pfeiffer. Danny Glover, Jeff Goldblum, sólo cuando hablan. Cantan otros. No se indican las voces en español. Nuestra opinión: buena.
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En otro tiempo devorábamos la "Historia sagrada", libros de diferente medida pero siempre con cautivantes ilustraciones, que habrán sucedido a los cromos de ediciones más antiguas, ya entonces inhallables. Por ahí desfilaban Daniel, Sansón, Caín y Abel, Ruth, Moisés, los reyes David y Salomón, Absalón colgado de los pelos, Jacob y una imaginación desmesurada, que subía al cielo por escaleras infinitas o perdía el aliento en la carrera hacia el Arca.
Hoy, otros tiempos, la lectura y el desciframiento del brillo y los colores de las "figuritas" emergen de un refinado ejercicio de computación que reducen a imágenes en movimiento aquellas fantasías que uno siempre ponía en tela de juicio, pero daba igual. La historia de Moisés, por ejemplo, que llega en un largometraje de dibujos animados con profundidad de campo, que en estos días es un film superespectacular y que mañana será el video que, en casa, reemplace más cómodamente al viejo libro sagrado.
Con las canciones de Broadway
La voz sin sonido de aquellas páginas cuentan ahora con el formato musical de las canciones de Broadway, y los personajes, Moisés y su hermanita Miriam, Zephora, Ramsés, Aaron y todos, tienen gesto, expresión y movimiento. Sus facciones se mueven como nunca en los dibujos animados. El paisaje bíblico, hecho de desierto y montañas, de horizontes arenosos y de noches con luna y palmeras, gana en "El príncipe de Egipto" la dimensión desproporcionada de la tierra eterna de todos los sueños.
Tan bien cumplen sus creadores, los dibujantes y animadores de Spielberg y de Katzenberg, que uno queda satisfecho, pese a la violencia genocida de la voluntad divina expresada en la decisión de Moisés de exterminar con una plaga a todos los primogénitos y que el film no ahorra en literalidad y texturas siniestras como para que nadie dude de que la ira de Dios surca la tierra bien a ras.
"El príncipe de Egipto" es una transcripción imponente y enfática del "Libro del Exodo" -segundo del Antiguo Testamento-, sólo de la primera de sus tres partes, y es una cholulesca versión de "Los diez mandamientos", la película ya eterna del insaciable Cecil B. De Mille, el último a quien Steven Spielberg le faltaba decir que admira desde lejanas matinés.
Los productores -Spielberg, Katzenberg, Finkelman, Rabins- han querido subrayar la universalidad del pensamiento y el mensaje judíos en una propuesta muy imaginativa, donde el punto de vista puesto en los esclavos hebreos sostiene la fuerza de la narración y da paso al progreso del relato desde la descripción del fastuoso mundo monárquico egipcio hasta la austeridad de la vida en el desierto; desde escenas de humor y vibración heroica hasta el austero sufrimiento del héroe venido en sacerdote y profeta, que guía a un pueblo hasta un destino de eternidad.
Salvado de las aguas
Como corresponde, la cestilla con el bebe que flota sobre el Nilo -Moisés significa salvado de las aguas, según aquellos viejos libros- y una carrera de cuadrigas entre Moisés y su medio hermano adolescente, Ramsés, el heredero, ocupan la primera parte. Sigue el llamado de la sangre y el elegido se reencuentra con su familia hebrea, entre canciones muy tímbricas en el fondo o por los protagonistas. Pero la ansiedad sólo está puesta en la secuencia culminante, la división del Mar Rojo, que abarca siete minutos y medio y ocupa operísticos timbales, antes del final.
La acción se desarrolla entre dos mundos, el de la luz y el de las sombras. En el primero habitan los felices pasajeros de la nobleza egipcia; en el segundo, donde se halla la verdadera vida, los esclavos mueren de a montones bajo la vocación monumentalista de la albañilería faraónica. Entre la luz y la sombra nace el humanismo del nuevo pueblo. Gigantescos planos de referencia con varios niveles de profundidad caracterizan el trabajo de los dibujantes: los perfiles de las esfinges inevitables en los fondos se convierten en el tornaluz de las montañas cuando ellas pasan a ocupar, junto con el triunfo de la naturaleza, el espacio de aquéllos. Monumentos o montañas, el cielo domina ocluido por gigantes pétreos.
Esta es la estética visual de "El príncipe de Egipto", cuya línea narrativa sigue la fórmula clásica de arrancar en el equilibrio expositivo y quebrarlo, para finalmente recomponerlo con los mismos personajes pero transformados. El eje es Moisés, que ocupa el primer plano audiovisual permanente, gracias a la técnica de ilusión de relieve 2-D (y algún 3-D), que ya empleó Disney en "Mulan", con igual eficacia.
La memoria de la esclavitud evoca en el futuro profeta un mal sueño de jeroglíficos animados, cierto expresionismo ubicado en los pliegues -al modo de los secretos del modelo Disney- y no en la tersura. Por eso mismo, está entre lo mejor de la realización, junto con el cruce del Mar Rojo. Es lo menos literal en una producción que no ahorra en crueldad y que manifiesta la inteligente decisión de texturar y retexturar de gamas y colores cada tramo, según su significación.






