
Elogio de la comedia argentina
Juan Carlos Mesa honró como pocos en la historia de nuestra televisión a la comedia. Hizo fácil, asombrosamente fácil, lo más difícil del mundo, que es hacer reír. Su muerte tal vez nos ayude a revisar por una vez ese equívoco monumental que coloca a la comedia muy por debajo del resto de los géneros más característicos.
Como señala el sagaz Eduardo A. Russo en su magnífico Diccionario del cine (Paidós, 1998), el problema de la comedia estaba en su origen por ocuparse de situaciones y personajes que hacían reír porque no podían ser tomadas demasiado en serio. Esa idea fue adoptada al pie de la letra por críticos y ensayistas adustos y estrictos, para quienes los asuntos graciosos no podían ser puestos a la misma altura de los serios. Esa conducta se convirtió en epidemia universal y explica, entre otras cosas, que el Oscar y los otros grandes premios del cine reconozcan siempre los méritos del drama y jamás los de la comedia.
En la tipología básica de la comedia, que reconoce dos modelos esenciales, Mesa se ubicaba con admirable facilidad y un espíritu de multiplicación pocas veces visto en lo que Fernando Martín Peña define como "comedia brillante" o de situaciones. Parten siempre del mismo esquema: "un grupo de personajes reconocibles envueltos en situaciones complejas de las que deben salir de la mejor manera posible", explica en Gag, la comedia en el cine (Biblos, 1991), texto fundamental para asomarse a este fantástico mundo.
Mesa abordó esas situaciones complejas en cantidades industriales. Todas ellas tenían un mismo punto de partida, el disparador de toda comedia que se precia de tal: el eterno conflicto entre la realidad y la ilusión. Una realidad que nacía del voraz apetito literario de Mesa (todo lo escrito en lengua hispana despertaba su curiosidad lectora) y se volcaba a sus textos, sketches y obras con un genuino color local, bien argentino.
Imposible pensar a un autor como Mesa fuera del contexto en el que se movió toda la vida. Por eso hacía lucir con sus palabras a los grandes capocómicos locales de la historia: Biondi, Verdaguer, Olmedo, Tato Bores. Pero igual de imposible es sostener la creencia de que el mundo de Mesa únicamente funciona en el tiempo y en el espacio que nos corresponde. Las regocijantes situaciones y los desopilantes personajes que poblaron su mundo son de estirpe argentina, pero unas y otros pueden ser comprendidos en cualquier otro lugar del mundo. También son universales.
Lo mismo podría decirse de las peripecias románticas que en clave de comedia dibuja película tras película Ariel Winograd, la gran figura del género en el cine argentino actual. Lo convalidó hace muy poco Leonardo D'Esposito. En su crítica de Permitidos, estreno del último jueves, para el semanario Noticias, sostiene que Winograd conoce la "regla de oro" de la comedia: "Lo vernáculo, lo nacional, lo idiosincrático no es ni debe ser el centro, sino apenas el telón de fondo sobre el que se mueve un conflicto universal", afirma.
Apoyado en el carisma de una ascendente estrella de moda (Lali Espósito) y en un actor de vis comica innata, alter ego del realizador (el enorme Martín Piroyansky), Permitidos se instala en un conflicto actual y juega en clave irónica con el efecto deletéreo que pueden dejar las redes sociales en el organismo social y en una generación que depende de ellas como ninguna otra. A la vez, recurre a figuras prototípicas en sus respectivos estilos como Liz Solari y Benjamín Vicuña para satirizar al extremo la propia imagen que ambos representan. Podríamos encontrar decenas de ejemplos de esta conducta en las comedias estadounidenses de cuño reciente de las que Winograd abreva todo el tiempo. Pero presencias como las de Espósito, Piroyansky, Solari y Vicuña llevan a que esas situaciones pisen muy fuerte en nuestra realidad.
En tiempos y espacios bien diferentes, la obra de Mesa y la de Winograd podrían sumarse espontáneamente a lo que de manera todavía poco sistemática podríamos empezar a denominar "comedia a la argentina". O, mejor dicho, el modo de expresión que encuentran algunos creadores locales para trabajar con la materia prima universal e inalterable de la comedia.
Es una pena que lo mejor del trabajo televisivo de Mesa se haya perdido para siempre por culpa de la irresponsabilidad de quienes tenían la obligación de preservar la memoria histórica y, en cambio, miraron para otro lado cuando esas grabaciones empezaban a borrarse, a perderse, a quemarse o a desaparecer sin explicación alguna. De haberse conservado, esos viejos tapes de los años 70 (sobre todo) y 80 con toda seguridad mostrarían su vigencia.
Ya lo decía Peña hace unos años, al presentar en Córdoba un ciclo retrospectivo de Carlos Schlieper, el gran maestro clásico de la comedia cinematográfica argentina. "Creo que las comedias envejecen mejor. Lo que nos hace reír no varía tanto como lo que nos emociona. En el humor se trabaja siempre con elementos cómicos básicos y las comedias en general viven más", señaló el responsable de Filmoteca, un espacio televisivo que honra la memoria del cine y que por suerte lleva adelante ese propósito casi épico con sorprendente continuidad.
Separadas por más de medio siglo, pero unidas desde la esencia, las películas de Schlieper y las de Winograd dialogan todo el tiempo. Sobre todo porque reconocen un común denominador al ponerse en movimiento: la necesidad que tiene el personaje protagónico femenino de recuperar a su enamorado. Lo que en los libros de teoría del cine se conoce como screwball comedy.
A Mesa solo le faltó desarrollar esa materia dentro de su extraordinaria carrera. Tal vez el casi olvidado Vivan los novios, en la década del 80, es el único testimonio cercano a las comedias de matrimonio (aunque sujeto a las reglas televisivas, distintas de las del cine) que dejó el inmenso autor cordobés. A Mesa le quedaban mucho mejor las vestimentas de la sitcom (Gorosito y señora), de la comedia brillante y completa instalada en un mundo propio (Mesa de noticias, Stress) y del sketch (El chupete, Hupumorpo) como formato ideal para estimular la risa.
En este punto, Mesa se acerca más al segundo de los modelos esenciales que identifican a la comedia como género. "El slapstick, la farsa cómica basada sobre todo en el gag. El momento de impacto visual más inmediato, rápido y pensado para estimular la risa aún quebrando las banderas y los límites de la lógica". Así lo identifica Peña en su libro. En esta faceta Mesa también llegó a la cumbre. Murió dos días antes del estreno de Permitidos. Su director, Ariel Winograd, cree en la comedia y trata de explorar todas sus virtudes desde nuestro lugar en el mundo. Igual que el inmenso creador que nos dejó esta semana.
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