
En los cien años del poeta Cadícamo
Hoy los habría cumplido quien escribió, entre otros versos, "Nostalgias", "Garúa", "Los mareados" y "Niebla del Riachuelo".
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Un 15 de julio de 1900, entre la luz declinante de un siglo y el resplandor inicial de otro, nace en Luján, en la estancia de Malcom, el décimo hijo, al que inscriben en el Registro del Estado Civil con el nombre de Domingo Enrique. Así escribe en "Mis memorias", editadas por Corregidor el año pasado, el propio Cadícamo, el hijo de Angel Cadícamo y Hortensia Luzzi, aquella pareja que contrajo matrimonio en 1875, en el "pueblecito italiano de San Demetrio Corone, provincia de Cosenza". Angel, de veinte; Hortensia, de dieciséis.
La llegada del poeta a Buenos Aires forma parte de la anécdota familiar. Su hermana Amalia Rosalía está de novia con Rogelio Ferreyra, "de la capital", quien pide su mano a los esposos Cadícamo. El forastero convencerá a toda la familia de trasladarse a Buenos Aires. "El barrio de Floresta -recuerda Enrique-, en la época del Centenario, era tan desploblado como la villa de la que terminábamos de llegar... Era presidente de la República el doctor Figueroa Alcorta." Y ese año, "con motivo de las fiestas conmemorativas del primer centenario de la patria, la ciudad se vistió de gala para recibir la visita de su A. R. la Infanta Isabel de Borbón".
El entorno familiar, el paisaje urbano, sus estudios, la vida poética y musical (su amistad con Gardel y Juan Carlos Cobián), las contingencias políticas de la Buenos Aires de entonces, su estada en París y cientos de anécdotas están narrados minuciosamente por el poeta en este libro singular.
Mucho antes de ser poeta del tango -hacia los treinta- Cadícamo fue poeta a secas. Así lo puntualiza José Gobello en "Crónica general del tango".
Su primera aparición como vate data de 1926, con su libro "Canciones grises". Serían, según Gobello, una variación criolla de los poemas saturninos de Verlaine. "Libro refinado y decadente del autor de "Che papusa, oí" y de "Muñeca brava". Allí se prenunciaban ya temas tan tangueros como "Nunca tuvo novio" y "Milonguita". Su segunda publicación poética, bastante postergada, es "Luna de bajo fondo", en 1940. Poco a poco, el poeta fue adentrándose en el espíritu de la ciudad del tango, relegando de algún modo las influencias literarias de la alta poesía francesa y latinoamericana.
La poesía del tango -sostiene Luis Adolfo Sierra en "Los poetas", de la colección de Corregidor- tiene sus reglas. Y no es posible apartarse de ellas "sin riesgo de incurrir en inautenticidad o desvirtuación de su definido e inconfundible carácter". Tanto la temática como su sensibilidad ciudadana en los versos nos han dado muy pocos auténticos creadores dentro de la poesía tanguera. Flores, Contursi, González Castillo ya habían regalado sus florilegios cuando apareció Cadícamo.
Podríamos volver a recordar que, entre sus trescientas obras, Carlos Gardel llevó al disco veintitrés, si bien no fueron lo mejor de su poesía.
Un bohemio distinguido
El perfil que de Cadícamo traza Sierra es insuperable: "Arquetipo de bohemio distinguido, mundano, culto, transitador impenitente de la noche de Buenos Aires, de cajetilla elegancia, de atildados modales, de parsimoniosa prestancia, de trato afable y cordial, con aspecto de gentleman europeo que deja traslucir cierto displicente escepticismo, cierto refinado spleen tras la dulce mirada de sus ojos azules y el rubio mechón de pelo despreocupadamente caído". En este "símbolo poético de la ciudad" vive el viajero, aquel que confesó: "Todos hemos querido a París como a una amante. Cada calle es un refugio nupcial para todos los enamorados del mundo. París fue siempre mi tema preferido para una canción". Y el solitario, el de "¡Qué noche llena de hastío y de frío/El viento trae un extraño lamento/parece un pozo de sombras la noche/y yo, en las sombras camino muy lento/mientras tanto la garúa..."
Más allá de los mitos porteños del farolito, el compadrito, la percanta, el corralón, el patio del conventillo, el percal, el malvón, Cadícamo extendió los personajes y las historias de esta sorprendente Buenos Aires. Las fue tejiendo con las posteriores influencia literarias de Rubén Darío y Evaristo Carriego. El bardo porteño de "Misas herejes" fue un sentimental, un profundo romántico en sus pinturas suburbanas de costureritas y guapos, de faroles mortecinos y de orillas del negro río de La Boca. Allí están "Pompas" (Pebeta de barrio, papa, papusa/que andás paseando en auto con un bacán), "Che papusa, oí" (Muñeca, muñequita que hablás con zeta/y que con gracia posta batís "miché"...), "Madame Ivonne" (Mademoiselle Ivonne era una pebeta/que en el barrio posta del viejo Montmartre), "Niebla del Riachuelo" (Turbio fondeadero donde van a recalar/barcos que en el muelle para siempre han de quedar), "Nostalgias" (Quiero emborrachar mi corazón/para apagar un loco amor,/que más que amor es un sufrir). Un estilo sin efectismos, sin ornamentaciones fastuosas, sin adjetivaciones retorcidas ni laberintos metafóricos, con un lunfardo que lo acercó en certeros trazos a Discépolo.
Cadícamo vive en cada verso.
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