
En ópera, la tecnología ayuda
No extraña que algunos avances tecnológicos puedan ser mal vistos y rechazados en el área artística. Ha ocurrido muchas veces, lo que no extraña si se recuerda que también se han boicoteado algunos logros científicos de gran beneficio para la humanidad. Esto viene a cuento recordando cómo en estos últimos quince años ciertos teatros líricos impugnaron la adopción -novedosa por entonces para este ámbito- del sobretitulado. Algunos por considerar que podían distraer innecesariamente, y otros convencidos de que impedirían una correcta visión del espectáculo.
Hubo casos inclusive en que se juzgó que tal adopción significaba una pérdida de categoría para la institutición. James Levine, el todopoderoso director musical del Met, amenazó con que habría que pasar por encima de su cadáver antes de que la gran sala neoyorquina contase con dicho sistema. Afortunadamente no hubo que matarlo para que hoy los espectadores gocen de una magnífica instalación, que ubica una pantalla individual en el respaldo del asiento delantero. En el teatro de la Bastille, el sobretitulado suele ser bilingüe (toda una exquisitez), de manera que puede leerse en cada cartel el texto original de la ópera y su traducción.
Entre nosotros el sobretitulado se inició en 1992 con "Tosca", tarea en la que Mónica Zaionz ha logrado un gran dominio y profesionalismo, a costa de llevar ya siete años ocupada en estos menesteres. Traductora de los textos, la etapa siguiente para Zaionz estriba en realizar la adaptación musical, que consiste en organizar cada cartel y numerarlos. Es obvio que debe seleccionar las frases que tienen que ver con la trama y dejar de lado las que son de relleno. Esta adaptación va indicada en una partitura que pasa a manos de otro especialista, quien envía a la pantalla, a través de un proyector especial, los carteles preparados en la computadora. Este técnico, a semejanza del apuntador, debe seguir los movimientos del director de orquesta y el curso de la acción en el escenario.
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Una ópera como "Rigoletto", según Zaionz, insume unos 700 carteles, mientras "Cosí fan tutte" 1200, pues los recitativos permiten decir más texto y a mayor velocidad. Una ópera de Wagner puede superar los 1500. El sobretitulado ha permitido ganar nuevos públicos y, a mi juicio, ha beneficiado a los ya existentes. Porque aquí no se trata sólo de entender lo que ocurre y de llegar al cimiento del planteo dramático. La ventaja va mucho más allá, pues un oyente activo, profundamente comprometido con la música, puede descubrir los mil y un procedimientos de escritura sonora que convoca el compositor, para expresar a través de las voces y de la orquesta las más sutiles reacciones de los personajes.
Es una manera de valorizar el oficio y la imaginación del creador, pero también de enriquecerse personalmente y de gozar con la experiencia hasta el fondo de nuestra sensibilidad. Casi nada.







