Family Jewels

Incontenible máquina rock

Un doble dvd recopila shows de la bestial banda australiana entre 1975 y 1991. Con cualquiera de sus dos formaciones (con Bon Scott o Brian Johnson), los genios del riff suenan igualmente imbatibles.

Las joyas de la familia es un título adecuado para este doble DVD que compila casi tres horas de performances de la banda australiana durante el período 1975-1991, con cuarenta temas procedentes de actuaciones en vivo, para la televisión y de videos, muchos de ellos previamente inéditos en DVD. Salomónicamente, está dividido en sendos discos dedicados sus cantantes (el primero con el recordado Bon Scott, el segundo con Brian Johnson), y presenta una visión cronológica de la historia de la banda –están presentes casi todos sus grandes hits– cuyo approach básico permanece casi inamovible. Sus temas se basan en el extraordinario ajuste grupal y en los devastadores riffs, con el hiperkinético Angus Young (eterno uniforme escolar y su paso de Chuck-Berry-en-anfetaminas) y su hermano Malcolm descerrajando acordes que son verdaderos mazazos con la guitarra Gretsch, pegado a la base rítmica como si estuviera soldado. El monolítico rock & roll de AC/DC encuentra su ámbito ideal en las actuaciones en vivo, y los videos –aun cuando presenten algún desarrollo argumental– son una excusa para mostrar a la banda tocando. El comienzo del primer disco es antológico, con la versión de “Baby Please Don’t Go” que muestra a un Scott vestido de colegiala, con peluca rubia y su sonrisa de lobo perverso; sobre el final hay dos temas grabados en la televisión española –entre ellos “Highway to Hell”–, sólo un par de semanas antes de la muerte del cantante. El segundo disco comienza con cuatro temas de la joya mayor del catálogo AC/DC –el inoxidable Back in Black–, e incluye las cinco canciones del video home Fly on the Wall y un par de interesantes registros en estudio de 1983. A lo largo del tiempo, puede verse que el sentido de diversión y sorpresa de las primeras épocas fue siendo gradualmente reemplazado por una férrea concentración de proporciones épicas; pero la máquina de rockear no se detiene, asombrosamente inalterable con el paso del tiempo.

Por Por Claudio Kleiman

LA NACION

• Críticas

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