
E. Schierloh
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Schierloh asoma en el mapa literario
Difusas, inaprensibles, evanescentes, así son las figuras que forma el humo. Y de la misma manera que esas volutas se escapan en el aire dejando nada más que incertidumbre, así se escapa la memoria del protagonista de esta novela.
En un viaje rutero a través de lugares fantasmales (una fábrica abandonada, un desierto), un chico, tras enterarse de que su madre fue internada en una institución psiquiátrica, sale en busca de la memoria perdida. Lo que encuentra son fragmentos de canciones, restos musicales o poéticos que deambulan en algún lugar de su cerebro blanco surcado de zanjitas grises como las figuras del humo. Pero también encuentra una voz para crear el relato de una novela de iniciación (Eric Schierloh, el autor, nació en Buenos Aires hace sólo 25 años) que esquiva casi obsesivamente los caminos de la narración convencional. Algo de eso es lo que generan la voz de un narrador y las anotaciones de una libreta que se intercalan de improviso formando un canon coral que confluye en el personaje.
De todas maneras, Schierloh avanza con un mapa seguro, el que trazan los mejores nombres de la literatura estadounidense: Salinger, Kerouac, Fitzgerald, Carver y otros tantos igualmente incuestionables. Del lado de la música, la canción sigue siendo la misma: epígrafes y partes de letras se esparcen aquí y allá, a partir de un canon tan previsible como empático. Sin embargo, algo raro pasa al final con ese cimiento. El autor, a modo de bonus track, hace una confesión expresa de las lecturas y canciones que lo atraviesan, y la honestidad brutal cae bien, como una manera de hacerse cargo de la contaminación. Eric Schierloh podría, igual, estarse tranquilo, porque entre todos esos nombres el suyo ya tiene peso propio.






