Gabriel Goity y Cyrano de Bergerac: “Esta obra es la excusa para contar la historia de mi vida”
A los 16 años fue por primera vez al teatro para ver la obra de Edmund Rostand en el San Martín y quedó deslumbrado; ahora, el actor anticipa a LA NACION cómo se prepara para representar en ese mismo lugar la obra que despertó su vocación en 1977
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“Desde hace 46 años estoy listo para estrenar esta obra”, dice Gabriel Goity mientras recorre con la mirada el inmenso hall que tiene la sala Martín Coronado en el primer piso del Teatro San Martín. Apenas iniciada la larga charla que comparte allí con LA NACION, el actor deja en claro que en ese lugar su destino quedó marcado para siempre.
En 1977, cuando tenía 16 años, asistió por primera vez en su vida a una función teatral. Sentado en una butaca de esa misma sala quedó deslumbrado al ver a Ernesto Bianco como Cyrano de Bergerac, el inmortal personaje creado por Edmund Rostand. “Fui con mi abuelo materno, Modesto, que siempre me alentó a disfrutar de la buena música, de los museos, del Colón. Pero nunca había entrado a un teatro. Cuando salí, extasiado, le dije que quería ser Cyrano”, evoca Goity con el entusiasmo creciendo en su voz a cada segundo.
El sueño está por cumplirse. Después de una larga espera, por fin llegará al escenario de la sala Martín Coronado la versión de Cyrano traducida, adaptada y dirigida por Willy Landín, que tendrá a Goity como gran protagonista en su regreso al teatro clásico y a los escenarios del San Martín, donde debutó en 1988 dirigido por Rubén Szuchmacher en una puesta de Sueño de una noche de verano, de Shakespeare.
“Yo no quería ser actor, quería ser Cyrano”, insiste el Puma, ese apodo que Goity ya tiene incorporado como un nombre más. Pero todo empezó con Bianco, un actor de aquellos, cuyo recuerdo vuelve a la memoria gracias a aquella memorable puesta con la que se despidió del teatro y de la vida, porque falleció mientras dormía en la tarde del 1° de octubre de 1977, pocas horas antes de otra de las funciones que cerraba entre ovaciones interminables.
“Yo lo seguía mucho a ese flaco en la tele –cuenta Goity-. Me acuerdo que cantaba en el programa cómico El botón con Olmedo y Pepe Soriano. Hacían de los Beatles. Cuando le conté a mi abuelo que me gustaba mucho, me dijo: ‘a ese lo vamos a ir a ver al teatro’. ¿Hace falta? ‘Sí, me contesta, es Cyrano de Bergerac’. ¿Y dura mucho? ‘Cuatro horas, pero no importa’. Cuando llegué pensaba en una sola cosa: cuánto faltaba para salir e ir a comerme una pizza a Güerrin. Y en cambio salí extasiado. Había entrado a esta sala de una manera y salí de otra. Le dije que quería ser como ese personaje. Y me contestó: ‘para eso tenés que ser actor’”.
A esa altura, su relato empieza a transformarse en un gran show de stand up. Goity se levanta, camina, gesticula, proyecta la voz con apasionamiento y da vueltas por el lugar mientras busca en el cronista la complicidad para confirmar cada una de sus intuiciones. Lo que está por contar es todavía más digno de ese espontáneo unipersonal. Un tiempo después de ese bautismo teatral, a instancias de su padre militar, Goity entró a trabajar en una pequeña oficina del Instituto de Obra Social del Ejército (IOSE). Allí atendía el teléfono y archivaba papeles, guiado por un empleado que se llamaba Osvaldo.
Un día atendió el teléfono y alguien identificado como Jorge, de Gas del Estado, preguntó por Osvaldo. Los diálogos se hicieron frecuentes y al adolescente Goity le llamó la atención la pregunta sobre el horario de un ensayo: “Un día me animé y le pregunté a Osvaldo si era actor. Me dijo que sí y que su amigo Jorge, egresado como él del Conservatorio, lo estaba dirigiendo en una obra. Me animé todavía más y le pregunté si podía ir a verlo. Fuimos al estudio de Hedy Crilla, en Paraguay y Canning, me presentó a Jorge, vi el ensayo y quedé todavía más extasiado que en aquella tarde del San Martín”.
La audacia del muchacho llegó al extremo, después de presenciar varios ensayos, cuando se atrevió a reconocer por primera vez en público que le gustaría ser actor. Osvaldo y Jorge le recomendaron ir a la Escuela Nacional de Arte Dramático, de la que habían egresado. Así lo hizo, con todos los resultados conocidos. Años más tarde, cuando ya era un actor consagrado, le tocó recibir de sus pares el premio Podestá a la trayectoria. “¿Sabés quiénes me lo entregaron? –le dice Goity al cronista como si acabara de descubrir un tesoro-. Osvaldo del IOSE y Jorge de Gas del Estado. ¡Osvaldo Santoro y Jorge Marrale!”.
¿Qué pasó después en la vida de Gabriel Goity? “Al final me enamoré por completo del oficio. Pero aquella vieja obsesión siguió firme y latente. ¿Por qué el Cyrano y no cualquier otra obra clásica? Debe ser porque fue la primera que vi. No solo me había deslumbrado la magia del teatro. También lo hizo el personaje”, admite.
–¿Qué tiene Cyrano que no tengan los otros grandes personajes teatrales?
–El idealismo. El hacer todo por nada. Es un romántico, un idealista, un noble que se la banca y nunca se victimiza. Es el justiciero, el que lucha contra el poder y defiende a los que menos tienen. Y es un hombre enamorado que siempre tuvo, como yo, el complejo del patito feo. Pero con dignidad. ¿Cómo no te va a enamorar un personaje así?
–¿Cumplís ahora con la gran asignatura pendiente de tu carrera como actor?
–Nunca lo sentí así, porque vos hablás con cualquier actor y todos quieren hacer el Cyrano. No es casualidad. Alguna vez me contactó un productor, sabiendo de mi interés por la obra, con la idea de hacerla en un teatro comercial, pero ninguna producción privada podría tener la dimensión que tiene hacer esta obra en el San Martín. Siempre me lo dije: si algún día llego a hacerla tiene que ser en el San Martín. Mucho más después de haber visto a Bianco en esta misma sala.
El destino siguió escribiendo el guión de una obra soñada. Un día llegó a oídos de Ingrid Pelicori e Irina Alonso, las hijas de Bianco, la historia de aquel primer encuentro con el teatro del muchacho que vivía en El Palomar y le dijo a su abuelo que quería ser Cyrano. Inmediatamente, ellas invitaron a Goity a ocupar un lugar destacado en una serie de homenajes preparados para el gran actor que murió mientras estaba al frente de la más recordada puesta del texto de Rostand en el San Martín: un libro, un audiovisual, un tributo en el escenario del Multiteatro.
Así lo cuenta Goity: “Cuando hicimos el audiovisual hace un año llegué con Ingrid e Irina acá, a la sala Martín Coronado, y fue como entrar por primera vez. Les mostré dónde estaba sentado, cómo había visto a Ernesto y terminamos improvisando. Puse a las dos hijas de Bianco a hacer de Roxana y cuando termino les pregunto: ‘¿quién dirige este teatro?’ Gabriela Ricardes, me contestan. Yo no la conocía. Y ahí tuve el impulso. Subí, fui a verla, llegué sin avisar, me preguntó la secretaria si tenía cita. ¿Por qué asunto es?, me dice. Dígale que soy Gabriel Goity, que soy actor y que quiero hacer el Cyrano”.
El encuentro finalmente se produjo y después de varias conversaciones finalmente pudo concretarse, después de varios pasos y etapas que hasta involucraron a Guillermo Francella, en quien las autoridades del San Martín llegaron originalmente a imaginar como un posible protagonista del regreso al escena de este gran clásico del teatro. Atento a otros proyectos prioritarios, Francella finalmente dejó libre la cancha para que su gran amigo Goity pudiese cumplir el anhelo de toda una vida.
–¿Que se haya demorado tanto el estreno te puso más ansioso?
–El San Martín tiene sus tiempos, pero no estoy ansioso. Estoy feliz. También un poco cansado, pero es algo lógico. Nunca en mi vida ensayé tanto para un papel. Estoy preparando esta obra en lo personal desde el 2 de enero y al teatro llegué el 15 de mayo, ensayando siete, ocho horas por día de martes a domingo. Claro que es complejo, pero también es maravilloso. Y yo soy de esos actores que quieren estrenar ya. No le tengo miedo a eso.
–Podría entenderse en este caso algún tipo de miedo escénico o ansiedad. Cyrano te cambió la vida por completo.
–¡No! ¿Qué miedo? ¡Esto es alegría total! Estoy emocionado, feliz. Miedo le tengo a otras cosas. Me da placer, felicidad, estoy haciendo algo que amo. Yo la paso fenómeno. No necesito la aprobación de afuera, dicho con todo respeto. Lo hago por mí, y si les gusta mucho mejor. Y estoy seguro que les va a gustar, porque esta obra es la excusa para contar la historia de mi vida. En el balcón de Roxana te estoy hablando de mi abuelo, de mis amores, de mis dolores. Están mis amigos, está Bianco, está El Palomar. Me agradezco a mí mismo por haberme animado, no es nada fácil lanzarse a eso.
-¿Qué tiene de diferente o novedoso esta puesta de Willy Landín?
-Debo haber leído o visto 5000 versiones, pero en este caso encontré a un director que ama esta obra todavía más que yo. Wily tiene un conocimiento del personaje, del alma y de la esencia de Cyrano tan grande que sabe marcarme hasta cómo respira. Y mirá que soy un actor que propone, que participa y se compromete mucho.
-No hay nada más que agregar a lo que te indica el director.
-Estoy en las mejores manos. Willy tiene a Cyrano metido en el alma. Es un fana total. Discuto con él desde el apasionamiento y con argumentaciones hermosas. Eso me potencia. Para Willy todos los actores tienen la misma importancia que el protagonista. Me dedica el mismo tiempo a mí y al actor que tiene una sola frase.
-Y el público, ¿con qué se va a encontrar?
-Con teatro puro. Y con una puesta muy bella, parecida a la de una ópera. Willy viene de ese palo, así que es algo inevitable. Hay músicos en vivo, me vas a ver espadeando con Fernando Lúpiz. Una obra muy intensa, dos horas y cuarto sin contar los intervalos. Willy hizo un trabajo muy meticuloso para hacerla bien compacta y que no falte nada a la vez.
–¿En qué criterio te apoyás para hablar de teatro puro?
–Es cuando te sentás, mirás y decís: ‘Ah, esto no es fácil’. No es para cualquiera. Lo mismo que me pasó a mí en 1977 cuando vi la obra por primera vez. Es entrar a la sala de una manera y salir de otra. Eso es teatro.
-¿Qué podrías decirme del elenco?
–Es un elenco de actores. No hay ninguno acá que venga de Gran Hermano. Mario Alarcón estuvo en aquella puesta de 1977 con Bianco, tenerlo conmigo es una gloria. Iván Moschner es uno de los mejores actores de la Argentina. María Abadi es una exquisitez. Y si me preguntan sobre Larry de Clay les digo que egresó conmigo de la Escuela Nacional de Arte Dramático. Es un gran actor.
–No es la primera vez que te toca actuar en el San Martín.
–Empecé en 1988 con Rubén Szuchmacher haciendo Sueño de una noche de verano. Después ensayamos El soldado fanfarrón, de Plauto, pero nunca llegó a estrenarse. Más adelante hice Noche de reyes, otro Shakespeare, con Alberto Ure. Y tuve una sola experiencia fallida con David Amitín y el Volpone, cuando Juan Carlos Gené era el director del teatro. Tuve que renunciar antes del estreno porque nos bajaron el sueldo. Ahora vuelvo de la mejor manera.
-Hubo un tiempo en que estaba muy marcada la división entre los actores del teatro más comercial o de la tele por un lado y los intérpretes del teatro serio o clásico del otro. ¿Eso quedó atrás?
-Por suerte eso no existe más. Lo que sigue existiendo es la separación entre el buen y el mal teatro. Se acabaron todos los prejuicios y en parte tenemos que agradecérselo a José María Muscari. El tema es otro: ¿estás o no capacitado para hacer este trabajo? ¿Le interesa al actor?
-¿Y qué es lo que más te interesa en este momento?
-A mí me fue muy bien en la tele, pero nunca dejé de hacer teatro. Y del bueno. Siempre estuve arriba de un escenario. A veces la gente que ve solo televisión cree que el mundo pasa nada más que por ahí. Yo pasé del teatro a la tele, no al revés. Cuando hacía Los Roldán, un éxito fenomenal, estaba al mismo tiempo representando El método Grönholm, dirigido por Daniel Veronese.
-Ahora que hay menos ficción en la tele, el actor tiene más tiempo para preparar al personaje que interpreta en el teatro.
-Bienaventurado el actor que tenga un problema de falta de tiempo. Eso quiere decir que está ocupado todo el día. Algo así no sería un problema para mí. Ensayar y grabar…¡qué problema hermoso! Eso es éxtasis para mí. No había cosa más hermosa que pasar un día grabando en la tele y después llegar al teatro y subirme a un escenario con Jorge Suárez, con la Negra Flechner, con Martín Seefeld. O cuando hacíamos Porteños junto a Fanego, Santoro, Gastón Pauls. ¡Eso era una gloria!
–¿Cuál es tu consejo?
–Hay que saber organizarse. Y estar bien entrenado. Yo siempre lo estuve. Cuando nadie me conocía yo estaba en cuatro obras de teatro a la vez. Y hace poco, tres. Arrancaba temprano con Laura Yusem en el Cervantes haciendo Las benévolas, y al terminar salía corriendo por Corrientes para hacer Sin filtro con Carola Reyna. Todo de miércoles a domingo. Y los lunes y martes me cruzaba a Uruguay con Casados sin hijos. Tres obras tres. ¿Se enteró alguien? No. Esta es mi pasión. Y no hay estrés, sino cansancio. Todo se resuelve durmiendo.
–El entrenamiento debe ser una gran ayuda para vos en este momento porque además del Cyrano estás con algunos proyectos audiovisuales muy importantes: la segunda temporada de El encargado, junto a Guillermo Francella, y la nueva película de Sebastián Borensztein, Descansar en paz.
–Sí. Zambrano está por volver. Y ya estamos grabando la tercera temporada. El estilo de Cohn y Duprat me encanta, un humor ácido que además es bien argentino. Lo que se viene va a ser muy fuerte. Y la película también: están Joaquín Furriel y Griselda Siciliani, con producción de Ricardo Darín. Trabajar con Joaquín es muy movilizador. Lo conozco desde chico, viéndolo entrar para estudiar teatro con colegas míos muy distinguidos. Es un actor excelente.
–Por lo que se sabe, también en Descansar en paz te vamos a ver en un personaje bastante terrorífico. El Zambrano de El encargado también tiene lo suyo. ¿Te gusta hacer de malo?
–Los malos son los personajes más hermosos. Hacer de bueno es un embole.
–Cyrano es de los buenos.
–Mmmmm… ¿Te parece?
–En todo caso podemos coincidir en que es un héroe.
–Es un héroe, sí. Pero me hubiese encantado que este Cyrano fuese todavía más oscuro. A mí me encanta ese tipo de personajes. Yo le meto siempre un poco de eso para que sean bien humanos. A mí no me gustan las comedias blancas, las prefiero más bien oscuras, con personajes más bien ásperos, incómodos. Como Uriarte en Los Roldán. Ahí está la gracia.
–¿Por qué no hay ficción en la tele?
-Para hacer ficción hay que trabajar. Buscar autores, vestuarios, iluminación, actores, escribir, producir. Antes teníamos productores especializados en ficción. Ahora no, porque no se mantuvo esa escuela y los canales van a lo más fácil. A veces pienso que son unos burros. Ellos te dicen que la ficción no es negocio, pero resulta que sí lo es en todo el mundo, menos acá. Es genial. Igual hay que agradecerle a Adrián Suar todo lo que sigue haciendo por la ficción.
–¿Tenés opinión formada o algo para decir sobre la situación política antes de la segunda vuelta?
–Tengo mi opinión, por supuesto. Pero no me gusta hacerla pública. No corresponde. Mi lugar está en la actuación, en este oficio. Pero más allá del pensamiento o la tendencia de cada uno, sin dudas estamos padeciendo la realidad, todo esto que nos pasa.
–Vuelvo al comienzo. Llegaste finalmente a la obra que te llevó a ser actor. ¿Después de Cyrano podrías retirarte tranquilo?
–Yo me podría haber retirado antes. A mí no me hace falta el Cyrano, de verdad. Cuando pasaba la gorra en Villa Gesell a la noche con Claudio Martínez Bel después de trabajar de mozos todo el día en un restaurante, él me decía: ‘Puma, no nos podemos morir ahora. Hay un accidente y la noticia es que se murieron dos mozos’ [risas]. Los dos coincidíamos: si tenemos que morirnos, que sea como actores. Y si la vida nos sorprende tiene que ser actuando. Ahora puedo morirme tranquilo porque estoy haciendo lo que me gusta. Como te dije antes, no tengo asignaturas pendientes. Y esto del Cyrano no me lo esperaba, aunque siempre tuve la fantasía de hacerlo. Se lo dije a mi abuelo en esa misma vereda hace 46 años. Y acá estoy.
-Te va a costar contener las lágrimas el día del estreno.
–Y no las pienso reprimir. Voy a llorar de alegría, porque me lo merezco.
Para agendar
Cyrano, de Edmond Rostand, se representará a partir del 15, en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530, de miércoles a sábados, a las 20, y los domingos, a las 18. El elenco encabezado por Gabriel Goity se completa con María Abadi, Mariano Mazzei, Mario Alarcón, Daniel Miglioranza, Iván Moschner, Larry de Clay, Fernando Lúpiz, Pacha Rosso, Dolores Ocampo, María Morteo, Hernán Jiménez, Pedro Ferraro, Ricardo Cerone, Tomás Claudio, Franco D’Aspi, Pablo Palavecino, Jess Rolle, Lucía Raz y Paloma Zaremba. Habrá también seis músicos en escena.
Además de la traducción, la adaptación y la dirección general de esta puesta, Willy Landín es el responsable del diseño de vestuario, la escenografía (junto a Pilar Camps), la iluminación (con Rubén Conde), la música original y el diseño audiovisual (junto a Matías y Juan Guerra).
El sábado 25, el viernes 1° de diciembre y el miércoles 13 del mismo mes están previstas tres funciones accesibles que contarán con subtitulado electrónico, autodescripción, aro magnético individual, sonido amplificado y programa en braille.
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