Hay que rescatar a Prometeo
"Prometeo olvidado", con dramaturgia de Laura Yusem y Eugenio Soto. Intérpretes: Eugenio Soto, Stella Brandolin, Alberto Pérez Cohen y Maricel Alvarez. Banda sonora y música original: Claudio Koremblit y Patricia Martínez. Escenografía: Norberto Laino. Iluminación: Jorge Pastorino. Dirección: Laura Yusem. En el Patio de Actores, Lerma 568. Nuestra opinión: bueno .
En las últimas dos décadas, varios autores contemporáneos mostraron un interés particular por reescribir algunas tragedias griegas. Steven Berkoff (Inglaterra), Heiner Müller (Alemania), Rodrigo García (España) y la argentina Griselda Gambaro recuperaron para la escena a Edipo, Antígona y Prometeo.
Ahora son Laura Yusem y Eugenio Soto quienes reparan en Prometeo y a partir del "Prometeo encadenado", de Esquilo, conciben un texto, "Prometeo olvidado", que coloca al héroe trágico en el marco de nuestra historia.
Prometeo roba el fuego de los dioses y se lo entrega a los mortales. Encadenado a una roca estalla en lamentos. El dice conocer un secreto del que dependerá la suerte de Zeus, pero no llegará a revelarlo.
Muchos han sido los creadores que a lo largo de los siglos se han servido de esta pequeña fábula para multiplicar sus sentidos y afirmar así su eterna vigencia. Los más diversos investigadores del mundo han encontrado al personaje en obras de Goethe, Byron, Gide, Stevenson o Shelley.
Como bien escribió Karl Reinhard: "¿De qué no ha sido símbolo Prometeo? Símbolo del genio creador, de la insurrección contra las normas de la naturaleza, del titanismo exaltado de los artistas, del entusiasmo del genio creador que asciende al salto de los cielos, de la ampliación del yo a las dimensiones del universo, de la elevación del homo poeta al rango de dios creador... Y además símbolo de lo humano y de la cultura humana, de la libertad y la filantropía que desafía y combate todas las opresiones políticas y religiosas..."
Partiendo del "Prometeo mal encadenado", de André Gide, el texto de Yusem/Soto ubica a los personajes de la tragedia en una biblioteca. Prometeo va a dictar una conferencia, pero no recuerda nada de su historia. Sólo lo acompaña el águila, pero está dormida, ¿o muerta? Tal vez haya desistido de picarle el hígado. Su memoria, de todos modos, ya no funciona. No tiene referencias de su acto definitivo, ya tampoco se lamenta.
Océanides será la encargada de ayudarle a recuperar algunos instantes de su tiempo anterior, y para ello pondrá especial interés en abrir enormes cajoneras que cubren las paredes de esa biblioteca. Ellas guardan objetos, rastros de una cultura perdida. Y hasta, por qué no, la pasión con que enfrentara al poderoso Zeus. En uno de los cajones estará también Io.
Más actos que palabras
El espectáculo no se define tanto a través de las palabras. En definitiva, son las que menos credibilidad producen en esta realidad. Su devaluación es manifiesta y pueden expresar verdades o mentiras, sin que puedan comprobarse. Los actos imponen otro registro en el cuerpo y las imágenes tienen fuerza dramática. Cada acción que marca la relación entre Prometeo (Eugenio Soto) y Océanides (Stella Brandolin) demuestra una profunda investigación. En más de una oportunidad el espectador se sentirá conmocionado por sus resultados.
Hermes y Io resultan personajes muy deslucidos en esta puesta. Y sus intérpretes no llegan a imponer aspectos de sus respectivas conductas.
Inmerso en una profunda oscuridad, con su memoria fracturada, Prometeo asoma como la gran figura que esta sociedad necesita rescatar urgentemente de las sombras. Vencido, acobardado, sin fuerzas, sólo la luz podrá recuperarlo y aportarle esa fuerza que reclama para seguir, para volver. Para renovarse en su intención de robarle al poder lo que los mortales siguen necesitando, el fuego.