Hugo Urquijo: "Kive Staiff ha sido un hombre indispensable en el campo del teatro y la cultura"
Sabíamos que podía pasar en cualquier momento pero cuando María Comesaña, su mujer, me escribió anoche a las 20, con la palabra "falleció", volví a sentir esa imposibilidad de dar crédito a la noticia. Debe ser que lo juzgábamos "tan eterno como el aire y el agua", parafraseando a Borges. A Kive nunca le gustó que se hablara de él. Lo dijo en algunos reportajes a lo largo de tantos años de gestión pública. Le gustaba, en todo caso, que se hablara de lo que hizo. Hoy, ante la tristísima noticia de su desaparición física no tenemos más remedio que incumplir su deseo y decir que Kive Staiff ha sido un hombre indispensable en el campo del teatro y la cultura del último medio siglo en nuestro país.
Fue un hombre que atravesó regímenes y gobiernos diversos y se impuso por prepotencia de calidad y por coherencia de gestión. Una gestión larga, larguísima y riquísima que fue, como todos sabemos, al frente del Teatro San Martín. Más adelante fue el Complejo Teatral de Buenos Aires que sumaba a otros teatros, pero su nombre quedará para siempre ligado al San Martín, que es la nave insignia de ese Complejo.
Cuando llegó a su primera gestión, en 1971, venía del mundo de la crítica teatral. Fue crítico respetadísimo del diario La Opinión en su época de oro, de Correo de la Tarde, de la revista Confirmado. Pero, además, fue editor de una revista exclusivamente teatral: Teatro XX, que muchos recordamos como una iniciativa sin duda excepcional. ¡Una revista exclusivamente dedicada al teatro! Esto no se ha repetido y da cuenta, ya en los años 60, de su amor y su dedicación al teatro.
Debo decir algo personal sobre Kive en este punto: cuando yo, director debutante, estrené en 1975 una obra argentina de un autor también primerizo, Kive me pidió el texto antes de ver el espectáculo porque no lo conocía para hacer luego la crítica en La Opinión. Nunca más me pasó algo así y nunca escuché que le ocurriera a ningún colega que un crítico se tomara su tarea con esa rigurosidad.
Antes del 71, ya había escrito algunos libros: El teatro de Augusto Strindberg, en 1966; y El teatro de Armando Discépolo, en 1968. Más tarde publicaría también Tadeus Kantor y el teatro de la muerte, en 1984.
Cuando llegó al San Martín en 1971 y después de haber sido muy crítico con gestiones anteriores del teatro municipal porteño dijo: "Ahora voy a demostrar que se puede y se debe hacer un teatro político en Buenos Aires". Y lo demostró muy rápidamente. Porque ese mismo año el montaje de Un enemigo del pueblo, de Ibsen, produjo un gran revuelo en medio de un clima muy politizado en el país que hacía que la participación del público fuera muy activa. Ernesto Bianco y Héctor Alterio encarnaron en grandes trabajos a los hermanos Stockman. Recordemos que la obra propone una confrontación de la que el público no permanecía ajeno: un hermano médico ético y el otro, alcalde e inescrupuloso hacen que Ibsen ponga en oposición los intereses económicos por una parte y el bien común y la salud de un pueblo con sus aguas contaminadas por la otra.
Eso era para Kive hacer teatro político. Nunca panfletario ni sectario. También figuraron ese año en la programación "El círculo de tiza" de Brecht y "Nada que ver" de nuestra talentosísima Griselda Gámbaro, una autora muy respetada por Kive. Agrego a éstos, otro gran éxito del teatro como fue Las troyanas de Eurípides/ Sartre del 72 con un enorme trabajo de la siempre recordada María Rosa Gallo.
Nunca embanderado, como dije antes, con ninguna corriente política partidaria, Kive siempre concibió al teatro como un lugar para la invención, para la magia pero también como una tribuna. "Siempre creí en el poder transformador del teatro. Siempre pensé en el teatro como un revolucionario. Un actor se sube a un escenario, dice cuatro palabras y esas cuatro palabras deben resultar desafiantes, revulsivas, deben llevarnos a repensar la vida que vivimos y cómo mejorarla", dijo.
Luego del período comprendido entre 1973 y 1976, al asumir Ricardo Freixá como director de Cultura de la Municipalidad en 1976, Kive fue convocado nuevamente a hacerse cargo de la dirección en una decisión que, me consta, le fue muy difícil tomar en un período nefasto para el país como fue la dictadura militar. Me consta porque tuvimos una conversación sobre el asunto a fines de marzo de ese año. Afortunadamente aceptó. Vaya a saber qué energúmeno hubiera ido a parar a ese puesto.
Y llegó el día de la asunción del cargo en el que recuerdo que Freixa dijo: "Vengo a restituir al señor Kive Staiff al cargo del que nunca debería haber sido apartado". Saliendo del hall de la Sala Casacuberta ese mediodía, casi al oído, Kive me pidió que vaya leyendo Seis personajes en busca de autor, obra que estrené en septiembre de aquel año. Y con ese Pirandello dio comienzo una larga carrera de trabajos como director para los que Kive me convocó en una relación que se prolongó hasta el final de su gestión.
Lo que no puedo dejar de testimoniar es la emoción que me produjo siempre y que revivo ahora: la emoción de que este padre artístico que tuve apostara a las patas de mi caballo que, por aquel entonces, tenía 32 años. Quiero agregar dos cosas: no fui el único; hizo lo mismo con muchos jóvenes a lo largo de los años. Y segundo, espero no haberlo decepcionado.
Los años de la dictadura, por supuesto, no fueron fáciles. Kive echaba de menos poder poner en escena a Brecht o a Griselda Gambaro como antes. Pero fue transformando al teatro en un refugio para un púbico que colmaba las salas en esos rituales colectivos como son cada una de las funciones de un teatro. Porque "los militares no evaluaban al teatro como peligroso", dijo en la presentación del libro de los 50 años del teatro, en 2010. "Entonces desarrollamos un trabajo teatral ideológico que reconoció la fuerza del intelecto y criticaba la fuerza bruta".
El repertorio seguía honrando los grandes textos de los grandes autores: Chejov, Bernardo Shaw, Moliere, O Neil, Calderón de la Barca, Discepolo, Pinter, Beckett, García Lorca de quien Alejandra Boero creó un gran éxito con LA Casa de Bernarda Alba, una Bernarda que era una representante de la tiranía que vivíamos, pero en el interior de su familia. Éxitos eran casi todos los espectáculos del teatro.
Y en ese largo periodo del 76 al 89 poco a poco el despacho de Kive en el quinto piso se fue poblando de sus cuadros, de sus libros, de sus premios, se fue transformando en su casa.
Y el San Martín se fue transformando en lo que él quería lograr: que no fuera un meramente un teatro sino una institución ligada con la cultura, que para él es parte fundamental de la educación.Transformó la confitería del subsuelo en una nueva sala, la Cunill Cabanellas, adecuada para lo experimental; creó la Compañía de Ballet Contemporáneo, con sus talleres de formación que fueron fundamentales para su continuidad; constituyó el Grupo de Titiriteros, con Ariel Bufano y Adelaida Mangani, que todavía sigue vigente y son varias las generaciones que se iniciaron en el teatro de muñecos y títeres al calor de su arte maravilloso.
A su vez, Kive formó un elenco estable y esto fue importantísimo. Fue a partir de 1977, fundamental para desarrollar un teatro de repertorio en el que los actores y actrices ensayaban de tarde y actuaban de noche; no podían hacer televisión y casi ninguna otra cosa porque su trabajo era de gran entrega y compromiso. Para ellos, creo, fue una experiencia formadora, creativa, de gran crecimiento.
Desde 1970 hasta 1989 la cantidad de espectadores del teatro subió de 200.000 a 1.000.000. Y esa afluencia de un público propio del teatro continuó en el período 98/2010 , un público que sabía que allí encontraba teatro de arte con puestas de calidad.
La actividad del San Martín fue febril y se multiplicó en los 40 años que abarcó la gestión de Kive: en el hall se hacían conciertos gratuitos con musicos de todo tipo, comenzó a publicarse la Revista Teatro, empezaron a publicarse los libros con los textos que el teatro hacía. El teatro empezó a tener su programa de televisión, y se inauguró su fotogalería, los espectáculos del teatro cruzaron las fronteras y se vieron en América latina y en Rusia. En movimiento inverso, las temporadas internacionales nos permitieron tener acceso a artistas de la talla de Pina Bausch, Tadeus Kantor, Robert Sturua o Peter Brook.
Un gestor cultural de la talla de Kive no podía quedar inactivo y no poner su capacidad y experiencia al servicio del Estado en los periodo en que no estuvo al frente del CTBA: fue director de Asuntos Culturales de la Cancillería y del Teatro Colón, entre 1996 y 1998
Los últimos años de su gestión, entre 2004 y 2010, fueron quizá para él la última gran batalla. Para alguien como él, que había librado ya múltiples y difíciles batallas, me aventuro a decir que se encontró con un apoyo insuficiente de parte de sus superiores. Lo cual culmina en 2010 con su renuncia a seguir al frente del Complejo. Una renuncia que tiene que ver con la sordera con que se encontró en los funcionarios de la ciudad, sordera respecto del presupuesto, sordera respecto de la necesidad urgente de hacer las obras de mantenimiento y actualización que el edificio demandaba: actualización de la instalación eléctrica y los dispositivos antiincendio, los techos del Alvear y de la dala Martin Coronado que estaban seriamente dañados, "Dicen que no hay dinero y me dan ganas de dar una piña", decía Kive.
No sé si dio esa piña pero en cambio firmó su renuncia. Y durante algún tiempo quedó al frente de un ente asesor de la dirección del Complejo Teatral. Había pasado la mitad de su vida al frente de esta tarea que para él se me ocurre fue como una misión. Y el cumplimiento de muchas de sus más firmes creencias en términos de política cultural.
Si hablamos de sus creencias, muchas, casi todas están a la vista si observamos su obra.
Pero quisiera terminar recordando esta reflexión suya, profunda, conmovedora, que creo que da cuenta de la poética personal de Kive, hombre de la cultura: "Creo en la superioridad del teatro sobre cualquier otra forma audiovisual: siempre me da cierto escalofrío pensar que el actor que está representando un personaje en el escenario, no importa de qué tiempo sea, en ese momento, en el momento de la representación, es mi contemporáneo más absoluto y más perfecto. Está viviendo este tiempo, envejeciendo y caminando hacia la muerte igual que yo, espectador sentado en la platea. Y me parece que en una sociedad que sobredimensiona los gestos y las imágenes, esta condición humana del teatro es la que lo salva".
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