Ifigenia, la tragedia sin fin
"Ifigenia en Aulide", de Eurípides, en versión de Gabriela Massuh. Intérpretes: Patricio Contreras, José María Gutiérrez, Mario Pasik, Claudio Quinteros, Patricia Gilmour, Analía Couceyro, Pablo Messiez, Edgardo Rudnitzky, Irina Alonso, Maricel Alvarez, Karina Antonelli, Paula Canals, Fabiana Falcón, Gaby Ferrero, Berta Gahgliano, Ana Garibaldi, Andrea Garrote, Silvia Hilario, Andrea Jaet, Inés Saavedra, María Inés Sancerni y Bárbara Togander. Entrenamiento corporal y coreografía: Diana Szeinblum. Música: Edgardo Rudnitzky. Iluminación: Ernesto Diz. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. Dirección: Rubén Szuchmacher. Duración: 90 minutos. En el Teatro San Martín. Nuestra opinión: bueno .
El destino, entramado por las diosas Atenea, Hera y Afrodita, determinó el sacrificio de Ifigenia. Inocente de todo pecado, se ve compulsivamente enfrentada a la muerte para que su padre, Agamenón, pueda responder al mandato divino que le permitirá llegar a las costas troyanas y cumplir con sus obligaciones de general en jefe.
Tomada de "La Ilíada", la historia de esta familia Atrida adquiere relevancia por haber sido fuente de inspiración para los tres trágicos griegos: Esquilo, Sófocles y Eurípides.
Es el sacrificio de Ifigenia el que desatará los odios de su madre, Clitemnestra, que buscará una venganza que manchará a toda su progenie.
En "Ifigenia en Aulide", y acentuado en la puesta de Rubén Szuchmacher, el texto subraya la toma de conciencia de un padre que debe aceptar el sacrificio de su hija para cumplir con una profecía y complacer a los ejércitos griegos, que juraron vengar los ultrajes que los invasores habían cometido contra sus propios hogares.
Ante esa decisión, de la que no encuentra un resquicio para el arrepentimiento, Agamenón debe enfrentarse a Clitemnestra en su papel de madre, que defiende con todos los argumentos al alcance de su mano la vida de su hija. Enfrentamiento que remite a una realidad cercana, donde la muerte presuntamente accidental del hijo de un ex mandatario presidencial provocó la airosa reacción de la madre.
No es la única similitud. Hay otra, que remite inexorablemente a la variación de la condición humana que sufre el hombre cuando accede al poder. Variación que siempre toma la pendiente más oscura, que apunta a intereses personales, y menos solidaria, que aparta del camino los reclamos de los justos.
Una visión oriental
La puesta que diseña Szchumacher para esta tragedia se basa fundamentalmente en una estética del movimiento o del no movimiento, según corresponda al coro o a los protagonistas.
Con claras reminiscencias orientales, tanto en el vestuario como en la gestualidad y en la música, el director -con un estilo similar a "Persephone", de Bob Wilson- diseña una marcación actoral que apunta al estatismo, con una interpretación neutra y despojada intencionalmente de emociones y con una gestualidad propia del teatro de los pueblos orientales, tanto balineses como japoneses.
Escapa por momentos de estas connotaciones Patricio Contreras, que manifiesta corporalmente la lucha de pasiones encontradas, y recurre a un estilo de marcación que recuerda su trabajo en "Geometría", donde utilizó algunos recursos del método Suzuki que emplea Mónica Viñao.
El resto del elenco, a excepción del coro, sin caer en una evaluación cualitativa, también apela a la inexpresividad intencional, que evita cargar las palabras con un sentimiento reconocible.
Probablemente la intención del director fue buscar un distanciamiento emocional a través de un planteamiento estético, búsqueda que no sería un reparo si quedara en claro hacia dónde apunta. Porque, realmente, en la tragedia la función distanciadora está a cargo del coro que, por su concepción, es un intermediario entre los agonistas y los espectadores, o al decir de Friedrich Schiller, es "un muro vivo en el que se envuelve la tragedia para aislarse del mundo real y preservar su terreno ideal y su libertad poética."
Según la visión de Szuchmacher, en el coro está el movimiento físico, no sólo en el desplazamiento, y también el gestual similar al lenguaje utilizado por los hipoacúsicos, pero que no manifiesta su razón de ser.
Se sabe que la tragedia no es un género fácil de llevar a escena, sobre todo cuando la estructura mantiene los cánones que existían hace más de 25 siglos, lejanos a las costumbres contemporáneas, e implica cierto estatismo en la interpretación. Esto puede de por sí empañar la dinámica que impera en el propio conflicto dramático y generar un ritmo moroso.
Este es quizá el único reparo de peso que empaña el resultado final. Pero es un riesgo que se corre ya desde la elección de la obra y que aumenta cuando se pretende diseñar una estética que, aunque interesante, puede pecar de neutra, tanto como los colores elegidos, por llamar de alguna manera al blanco, al gris y al negro.
En todo caso, es un valedero intento de acercar a nuestros días el pensamiento y la filosofía de un pueblo que parece haber descubierto hace 25 siglos la esencia del hombre.
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