
Jaime, el de las metáforas
En aquel reinado de poesía que fueron los años cuarenta, cincuenta y sesenta, los salteños se acostumbraron a hablar con imágenes, a cultivar la alegoría, a discurrir con metáforas. Por eso, el folklore pergeñado en esas tierras y en aquella breve edad de oro de la música popular fue enriquecido y trepó, en la fértil inventiva de sus poetas, insospechadas cimas.
Junto con su padre Juan Carlos, y Manuel J. Castilla, Jaime Dávalos fue uno de los elegidos de los dioses.
Báquico, epicúreo, sibarita, hedonista, Jaime era una celebración de la vida, de la inventiva, de la libertad. Era báquico por la inspiración que le dictaba su inseparable vino; epicúreo por celebrar el goce espiritual de la creación; sibarita por su espíritu refinado; hedonista por amar los placeres de la vida. Jaime supo que la poesía no es un mero lujo o un pasajero divertimento, sino una necesidad del alma.
El salteñísimo poeta de inconfundible voz grave y pausado acento provinciano sabía que lo poético no anida sólo en la palabra, sino que es -como dijo Aldo Pellegrini- "una manera de actuar, de estar en el mundo y de convivir con seres y cosas".
Entre la belleza de sus versos emergen las metáforas como destellos de su prolífica imaginación. La metáfora como la más portentosa de las mitologías del lenguaje, con su "llevar más allá" ( metá phorá ) de su etimología.
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¿Cómo no haber gozado de esa plasmación que nombra a la golondrina como "brasita negra que lustra la claridad" y ver como en el cielo "veleros de la tormenta se van las nubes", y de nuevo las golondrinas "como sílabas negras... dicen adiós, dicen adiós"?
¿Cómo no reparar en su Canción del Jangadero y esa jangada en el río "piel de barro, fabulosa lampalagua/me devora la pasión de navegar"? ¡Y tantas otras! "No quiero que el amor, sea trigo sembrado en el mar... Que te quede de mí la ternura, como resolana debajo la piel" (de Resolana ). "Robarte guitarra adentro, hacia el tiempo de la madera... Ciñendo voy tu cintura, encendida por las estrellas" (de La Nochera ). "Por los profundos sauzales desangra llorando su canto el crepín... Dame a beber de tus ojos, dos tragos de sombra de tu corazón" (de Trago de sombra ). " Tenemos que levantar, todo el dulzor de la tierra, cuajado en las fibras del cañaveral" (de Vamos a la zafra ). "En los cedrales la luz, quema su eterno verdor. Y los helechos recogen, tu silbo que hiere la umbría de amor" (de aquella olvidada El silbo del zorzal ).
Este es Jaime. Modelo para los poetas pedestres del actual folklore. De él deberán beber para elevar su canto en alas de nuevas metáforas.




