La mujer del camarote 10: malogrado misterio y muchos lugares comunes para el film que encabeza el ranking de Netflix
Esta producción, protagonizada por Keira Knightley, se encuentra entre lo más elegido de la plataforma desde hace días
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La mujer del camarote 10 (The Woman in Cabin 10, Estados Unidos/Reino Unido, 2025). Dirección. Simon Stone. Guion: Simon Stone, Emma Frost, Anna Waterhouse, Joe Shrapnel (basado en la novela de Ruth Ware). Fotografía: Ben Davis. Edición: Mark Day, Katie Weiland. Elenco: Keira Knightley, Guy Pearce, David Ajala, Gitte Witt, Art Malik, Hannah Waddingham, Lisa Loven Kongsli. Duración: 92 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
La premisa de La mujer del camarote 10 instala una pista falsa: que lo que vamos a ver a continuación es un whodunit, una intriga de cuarto cerrado en la que un inspector sagaz deberá descubrir cuál de todos los sospechosos es el culpable. Pero La mujer del camarote 10 no es eso, y tampoco es una buena película. No solo porque fracasa en sembrar el misterio, se torna previsible en su devenir narrativo, su puesta en escena es mediocre y las actuaciones bastante flojas, sino porque falla en su concepción, en lo que quiere ser ante la mirada del espectador.
El verdadero whodunit no solo contiene una mirada crítica sobre el mundo en el corazón del crimen y su motivación -a menudo la avaricia, o el despecho-, sino que planea una colisión esencial entre lo salvaje del asesinato y lo civilizado de su resolución. De allí el rol clave de todo investigador, sea detective o algún delegado, que actúa otorgando sentido a aquello que asoma como caos, como el destello concreto de que vivimos en un mundo inexplicable.
Pero volvamos a La mujer del camarote. En esa equivocada idea de presentarse como un whodunit, la película introduce a su personaje central, no un detective sino una periodista del diario inglés The Guardian, que acaba de ser reconocida por un arriesgado reportaje a unas mujeres kurdas y por perder un importante informante a manos de una venganza. Ese condimento de distinción y sensibilidad que define a Laura Blacklock (Keira Knightley) choca casi de inmediato con su decisión de asistir a un viaje de tres días en un lujoso yate de bandera noruega donde una mujer millonaria y enferma de cáncer celebra junto a su marido una reunión de ricos y filántropos para financiar una fundación benéfica. No sabemos si Laura se lo toma como un experimento social, como un desafío de convivencia entre gente a la que quiere escudriñar, o como un recreo luego de la extenuante experiencia de periodismo “de investigación”.

Pese a las dudas (nuestras, no de ella), Laura llega a la imponente embarcación, se cruza con los invitados -un empresario esnob y una galerista extravagante, un aristócrata, una influencer y un entrepeneur de tecnología, el médico de la anfitriona y un rockero rebelde-, con su ex novio Ben (David Ajala), fotógrafo de la travesía, y con el marido anfitrión, un solvente Guy Pearce que no requiere mayor arte que su presencia para la sugerente inquietud que destila su personaje.
Además del lujo de las instalaciones, y la siniestra eficiencia de la tripulación, lo que parece instalarse en las primeras escenas es cierto enigma alrededor de Anne (Lisa Loven Kongsli), la millonaria consumida por la enfermedad, recluida en su camarote, quien convoca a Laura para sugerirle cambios en su testamento de último momento. En su regreso al ala de huéspedes, Laura se mete en la habitación contigua a la suya, la número 10, para ocultarse del coqueteo de Ben con una pasajera. Allí se topa por casualidad con una mujer rubia, pronta a meterse en la ducha, frente a quien se disculpa y retira. A la noche escucha ruidos, percibe la caída de alguien al agua, pero cuando afirma ante todos que seguro ha sido la mujer del camarote 10, resulta que nadie se alojaba allí. Laura parece estar hablando de un fantasma.

La novela de Ruth Ware en la que se basa la película toma esa idea de La dama desaparece (1938), una película de la etapa inglesa de Alfred Hitchcock de origen también literario (la novela corta de Ethel Lina White, autora de otra célebre historia terrorífica como La escalera de caracol, adaptada al cine por Robert Siodmak). En el mundo de Hitchcock, una joven sube al tren que la lleva a lo largo de una Europa en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, conversa con una simpática anciana, y al despertar de una siesta la mujer ha desaparecido. De hecho, la mujer parece nunca haber existido. La locura y la fabulación atribuida a la soñante le sirven a Hitchcock para delinear el inestable clima bélico bajo una trama de espías plena de ironía y humor. En cambio, para Laura, su aparente obsesión con la desaparecida deriva en un derrotero imprudente -y lleno de ridículos “accidentes”- para describir un misterio que solo a ella parece importarle.

La película se toma tan en serio que no hay un trazo de humor en La mujer del camarote 10, y tampoco importa demasiado el verosímil, en tanto Laura y los otros personajes se convierten en títeres de una trama absurda, plagada de clisés y resoluciones caprichosas, que además decide revelar lo que ya se intuía a mitad del metraje para perder fuerza en el drama e interés en toda posterior revelación. Lo que sí hace el director Simon Stone (quien había demostrado más pericia en La excavación, otro estreno de Netflix) es filmar los paisajes nórdicos como postales, con cielos y mares cristalinos, fondos nevados, planos cenitales del yate que atraviesa el encuadre, todo en una simetría pueril y anodina. Keira Knightley hace lo que puede con un personaje mal construido, tironeado entre actitudes infantiles y poco inteligentes en el atisbo del peligro, y temerarias en una resolución que se escapa del cuarto cerrado para compensar con espectacularidad un misterio sin sentido.
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