Lisandro Rodríguez: "El Estado nos fagocita como artistas y lo permitimos"
Conversar con Lisandro Rodríguez (actor, autor, director y docente teatral) es hacerlo con alguien que tiene muy claras las ideas acerca de quién es, qué tipo de teatro quiere hacer y cómo piensa esa disciplina artística en la que viene dejando un sello personal desde 2005. Sin familia vinculada al universo del arte, su primer contacto con un lenguaje expresivo fue la música: "A los 12 años tuve una banda propia, con la que grabé tres discos. Pero había algo en mí que me decía que no iba por ahí la cuestión". Y, como suele ocurrir, el teatro lo encontró a él casi de manera azarosa. "Me enteré de que había un señor, un tal Agustín Alezzo, que daba clases de teatro y decidí anotarme. Apenas empecé a trabajar con él entendí que esto era lo que quería; pero yo estudiaba Ciencias Económicas en la universidad. Era una gran decisión la que tenía que tomar". Y claro, no es sencillo encontrar los modos de hacer teatro ya que, como disciplina, tiene una lógica de acción que requiere, inevitablemente, de un espacio en el que suceder. Y Rodríguez sabía que eso era una limitación que, acorde con el modo en el que quería trabajar, lo sería siempre. Muy probablemente por aquel entonces comenzó a generarse el deseo de la sala propia, un lugar en el que se pudiera hacer funciones, pero sin la lógica de trabajo que implica lo que denomina muy inteligentemente el "teatro de alquiler".
Un pequeño gran Elefante
Hacía cursos de teatro y estudiaba en la Universidad de Buenos Aires, mientras vivía en el conurbano bonaerense con su familia. Hasta que en cierto momento la necesidad de mudarse, de tener algo en donde desarrollar su trabajo, se fue volviendo imperioso. Ahí es cuando apareció el primer Elefante. Luego el espacio se trasladó a Guardia Vieja 4257 y ahora se denomina Los Vidrios. "Era un PH que tenía una habitación en la que yo dormía, otra en la que ensayábamos y otra en la que con mi hermana desarrollábamos un pequeño emprendimiento de venta de ropa para sobrevivir. Yo vivía y trabajaba allí. En ese lugar estrené mi primer espectáculo, Felicidad doméstica (2005) y ahí se empezó a generar esa matriz que forma parte de mi teatralidad hoy, de mi espíritu".
-¿Cómo lo definirías? ¿Rebelde, independiente?
No, autónomo. Estoy muy peleado con la noción de independiente. Creo que el teatro independiente es una marca maravillosa pero que reivindica un teatro de otro momento, no el que hacemos nosotros. El teatro que hoy hacemos, el que yo hago, es muy dependiente de un público, de un subsidio, de un espacio y de una lógica de alquiler de ese espacio; pero sobre todo de un otro. Y eso es lo que lo vuelve tan político. Porque hay que entender que decir autonomía no es referirse a un "hago lo que quiero". No, es una autonomía en diálogo político con el otro. Y eso también se da en lo creativo, en mi relación con el teatro como director. Yo soy sumamente horizontal. Entiendo mi rol como director como algo en donde yo genero un puente de diálogo entre todas las partes que constituyen el teatro. No voy al ensayo con una verdad sabida y a transmitírsela al equipo. Por eso siempre digo que mi lugar de trabajo es la incomodidad e invito a los artistas que trabajan conmigo a vivir esa incomodidad, a soportarla creativamente.
-¿Es por eso que, desde muy joven, supiste que necesitabas tener un lugar propio?
Es que siempre es complicado cuando desarrollás tu trabajo en un espacio de alquiler, ya sea porque estás rentando una sala independiente o porque estás trabajando en un teatro público. No diferencio el tema. La lógica es de qué modo uno como artista y la obra que va desarrollando van habitando un determinado espacio. Una cosa es alquilar con la certeza de lo temporario y lo temporal. Estás ahí por un tiempo y tenés que hacerlo en un tiempo acotado. Otra, muy diferente, es simplemente estar ahí, el tiempo que sea, el tiempo que vos y tu obra lo requieran.
-Esa lógica tiene un presupuesto que es la noción de obra. ¿Vos cómo te llevás con esa idea?
Mal, me llevo mal. Esa incomodidad de la que recién hablaba es una dinámica creativa que hace que nunca sepa muy bien hacia dónde voy. Por lo general estoy por estrenar y sigo sin tenerlo muy claro. Pero la lógica teatral, la de los subsidios, la de los artistas, es que cierto día se estrena, se muestra a un público un producto ya acabado y a lo largo de determinada cantidad de funciones. Y yo no lo entiendo así. No porque a lo largo de las funciones le ajuste cosas, sino porque para mí el trabajo consiste en investigar, en buscar. Y esa búsqueda es infinita, se sigue buscando e investigando en el proceso de funciones para poder lograr ese objeto vivo que está vivo en tanto y en cuanto destruya su zona de certezas cada vez que encuentra alguna.
-¿Y cómo se aplica esta lógica a los teatros oficiales? Ahora estás por estrenar Fassbinder en el Cultural San Martín, donde la lógica debe ser bien diferente a la que lográs en tu sala.
En un punto es distinta porque se parece mucho a la dinámica del alquiler. Pero precisamente por el modo de trabajo que tengo vamos buscando la relación con esa espacialidad, con la historia de esa espacialidad tratando de que algo de todo eso aparezca en el proceso creativo. La sala AB del Cultural no es un espacio vacío, "deshistorizado", al que nosotros llegamos dos meses y nos vamos. No. Estamos trabajando con su historia, con su dinámica cotidiana, con su arquitectura. No puedo omitir que es una sala que fue construida originalmente para conferencias de la ONU y que tiene cabinas de traducción simultánea, o que allí se reunía la Conadep. A mí me interesa mostrar el estado lamentable en el que está ese espacio pese a tener una arquitectura maravillosa. Ese espacio fue alquilado para empresas, fue tomado y fue un lugar en el que estuvo la policía para desalojar a artistas. Para mí es imprescindible estar en diálogo con todo eso, así como también pensar el modo en que el Estado se apropia del teatro independiente para producir. Acepté ese dinero escaso para ser un teatro público porque sabía que también iba a hablar de eso: de cómo el Estado nos fagocita como artistas y nosotros nos dejamos fagocitar. En este sentido es el mismo trabajo consciente que hice en el Centro Cultural Recoleta cuando estrené Dios o el que haré en el Cervantes cuando estrene Acá no hay fantasmas, una visita guiada para adultos, que obviamente va a trabajar sobre la propia espacialidad del teatro.
-¿Y en esto Fassbinder debe tener mucho para decirte?
Totalmente. Fassbinder en términos estéticos es melodrama alemán de posguerra pero para mí, además de eso, es un artista que fundamentalmente interpela a los civiles de posguerra en Alemania. Es un tipo que los obligaba a pensar cuál era el rol de un civil alemán en ese contexto. Entonces me pregunto como civil, como artista y como ser comprometido, cuál es el lugar político que tenemos en este momento, y lo pongo sobre la mesa para discutirlo. En este sentido para mí Fassbinder es una excusa para pensarnos hoy. Y su obra es una excusa para indagar en la pregunta por el vínculo con el otro. Él era alguien que trabajaba muy fuertemente el tema del poder, que estaba obsesionado con ese tema, y para mí esa es una zona a trabajar. En este sentido te diría que me interesa tanto su poética como su estética y su ética. Muestra un modo de ser en el mundo y el dolor que ese mundo produce. Es algo sobre lo que reflexiono en mi relación con el teatro. No sé si el teatro me hace feliz, solo sé que es lo que me permite canalizar el dolor que me producen las cosas.
Fassbinder, todo es demasiado
De Lisandro Rodríguez
Jueves, a las 21; viernes y sábados, a las 21.30.
Cultural San Martín, Sarmiento 1551.