La banda más insistente del rock peruano vuelve con su quinto disco de estudio después de cinco años. Grabando casi de modo artesanal
Somos un grupo de fu- madores", dispara José Manuel Barrios, "Manolo" [a nadie le suena "José Manuel"], mientras enciende el primero de cuatro cigarrillos en 20 minutos y se acomoda en su moto que parece de juguete, una Vespa italiana, roja como labios después de un mordisco. Estamos afuera de la tienda de ropa para chicas lindas en un barrio lindo que maneja con Claudia, su esposa y corista en Mar de Copas. Claudia es una escultora proveniente de una familia de comerciantes textiles palestinos, y tiene la misión de hacer contrapeso a Barrios. También se encargará de destrozar la primera frase del compositor, líder y guitarrista del grupo ["Phoebe, Toto y él fuman; a mí me llega el fútbol"]. Adentro, una nena bronceada que no pasa los dieciséis se prueba ropa ajustada. Distrae. "Así vienen todo el día. Te volverías loco".
Demencial ha sido el tiempo consumido por el lanzamiento de Si algo así como el amor está en el aire, el quinto disco de la banda, aparecido a fines de marzo. Sin el apoyo de una disquera desde su tercer trabajo -llamado III [1997]-, MDC ha producido cada nuevo esfuerzo en estudio propio y recurriendo a campañas que incluyen un sistemático abuso de Internet. Primero se corre el rumor del "nuevo material", luego se anuncia la fecha de lanzamiento, y cuando el disco está a la venta y miles de fanáticos que se saben todas las canciones se matan por una copia, a las radios no les queda otra que programar los sencillos, improvisar especiales o auspiciar sus conciertos.
"Hace cinco años que no tocamos en televisión", dice Manolo, sin revelarse ni incómodo ni contento, "porque no caemos en esa huevada de hacer playback. Y otra cosa más, también prometimos nunca más telonear a extranjeros porque es una mierda. En esa perdimos; de puros misios [sin dinero] nos tragamos el orgullo y teloneamos a Vicentico [de los Cadillacs] y no era nuestro público. Fue un concierto de mierda".
Mito numero uno. la banda odia las entrevistas. Esto es cierto en parte. De la prensa se encargan tanto Manolo como Luis "Wicho" García [voz], o Eduardo "Toto" Leverone [batería], voceros oficiales y las caras más conocidas. En especial Wicho, que como otros tantos frontmen ha batallado sabiéndose perdido contra una cruel calvicie y que ahora se caga de risa del asunto. Mientras conversamos, un insecto aterriza con suavidad en ella y le besuquea los pelambres. "Ahora es un aeródromo de moscas", bromea, antes de espantarla con una mano.
Wicho, además de ser el cantante oficial de la banda [alterna algunos temas con Manolo] se encarga de los arreglos y producción de cada disco. En Si algo así... también estuvo a cargo de evitar un desastre. "Llego un día y me encuentro con las propuestas para el arte final. Le pregunto a Pedro [Cornejo, manager de la banda y enciclopedista del rock local] «¿Eso es lo que hay?», y me responde que sí. ¡Todo era espantoso! En Internet encontré las fotos de Stu Jenks, que me parecieron lo más cercano a la idea del disco -la foto elegida como portada muestra un remolino ascendente de fuego a mitad de una escalera empedrada, en perturbador y oscuro sepia-, y le escribí a la representante, que me puso mil peros y quería cobrar una salvajada. Mientras, me conseguí el contacto con él y me dijo «genial, usen las fotos pero pongan los créditos». Asunto resuelto".
Wicho llegó a MDC cuando era una travesura de Manolo y Toto, quienes salían de una experiencia de corta vida con la banda Los Inocentes. Es el de mayor experiencia del grupo, en todo sentido. El más payaso. El que tiene 44 años. Es el viejo, aunque el resto ya esté bien entrado en sus treinta: Claudia, 35; Phoebe, 38 -aunque se negó a decirlo-; Manolo, 37; César, 33 y Toto, 39. Para cuando fue convocado, en 1992, Wicho ya tenía un largo prontuario en bandas ochenteras como La Banda Azul y la punk Narcosis. Entre aprender los rudimentos del negocio junto a Miki González -rockero de larga data abocado ahora a la electrónica- como casi todos en el grupo, y su posterior coqueteo con el punk -que concluyó con la amarga separación de Narcosis- surgió la desesperación por hallar un buen "proyecto". Años después se arrojó a la piscina de MDC. Para entonces era una voz familiar en Lima, colaborando con cuanta banda se le cruzara en el camino. La experiencia con Narcosis le vino como estigma por la etiqueta de punk arrepentido que le cayó encima al entonar el desamor mardecopense. Wicho tiene una respuesta aprendida: "Nunca fui un punk. Eran sólo canciones y yo sólo las cantaba. Nada más".
De niño hizo una prueba de solfeo que le valió su ingreso al coro escolar. Luego descubrió a los Beatles y a Raphael. ¿¡Raphael!? "Claro, para mí era la imagen del cantante que la rompía; su voz era otro instrumento, tenía esa postura escénica..." Siguieron las encerronas en el dormitorio intoxicándose con Pink Floyd y tratando de emular los artilugios vocales de Peter Gabriel en Genesis. "Descubrí entonces que las cosas que más me gustan tienen guitarra". Con el tiempo, Wicho ha pasado a vivir de, para, y con Mar de Copas. Día a día anclado en el estudio, recibe los demos de Manolo -o de quien traiga algo- y decide qué sirve ahora y qué puede servir más tarde. Corrige las letras, los sonidos. Arma la lista de temas para que el resto se la destroce más tarde. Pone orden en casa, lee a Eco [por segunda vez, la edición pirata de Baudolino], y como a todos, no le alcanza lo que gana para vivir de músico. "Me subo al transporte público y alguien me dice: «¡Tú eres Wicho, el de Mar de Copas! ¿Qué haces acá?». Yo le contesto, «Me voy a trabajar, ¿y tú?»".
Mito numero dos sobre mdc: son una banda de gente depresiva. Aunque una noticia podría deprimirlos: después del feriado por Semana Santa, ha caído una multa que podría acabar con el secreto mejor guardado del grupo, al menos ante el municipio del tradicional distrito de Miraflores: que en la inofensiva casa residencial de dos pisos identificada como Pasaje Buckley 375 funciona un estudio musical. Mediante un sencillo arreglo con Hernán, el vecino, ensayan en horario de oficina desde las 9:00am hasta las 8:00pm, hora en que él vuelve con unas ganas perras de estar tranquilo. Así ha sido en los dos años que MDC ensaya y graba aquí, y en los 19 años que ha funcionado el estudio. Pero Toto armó una juerga irrepetible la semana anterior y casi 20 años después, Hernán se hartó y avisó a la autoridad, haciendo peligrar el reducto. Wicho sostiene la notificación: son casi 300 dólares.
Son casi las 11.30 a.m. y el ensayo debía ser a las 10.30. Van cayendo los cinco restantes como manzanas, desvelados y pareciendo ignorar los rostros extraños. Esta es Villa Rubí versión 2, el segundo reducto cedido a la banda por Miki González -otra vez-, luego de problemas con la acústica y el sistema eléctrico de la Villa Rubí original, una antigua casona con la inscripción "Villa Rubí" en la alta cornisa, que también pertenecía a Miki.
"Eso de que somos depres es una cojudez", dice Claudia. En sus 12 años de vida, MDC ha paseado letras como "vuélvete a morir / no mires atrás / busca el viento" o "no sé si ese cuerpo que cayó fui yo al morir" por Mar de copas [1993], Entre los árboles [1994], III [1997], Suna [1999], el EP Ramera y el doble En vivo [ambos de 2002], alternando con letras de gran belleza como las que se encuentran en Si algo así...: "Tú, mi soledad, yo tu perdición / el tiempo vagó por calles y plazas" que irremediablemente pueden remitir a una insufrible cursilería, aunque ni tanto. Mientras Claudia asegura que no son depres, Wicho ha terminado como cada día el crucigrama de un diario en sólo media hora. Toto ya bajó del segundo piso en cuerpo pero con sus cinco sentidos aún en reposo.
Al llegar nos recibieron unas rejas blancas y tres palomas acurrucadas en tres de las cuatro ventanas de la entrada, convertidas en nidos. Adentro, una casa forzada a ser núcleo creativo: en las paredes se saludan U2, R.E.M. y Hendrix, recortes antiguos enmarcados en un gran collage, una colección de cajas decorativas de CD pintadas a mano y amplificadores expectantes en una sala de muebles con historia a borracheras que rodean a un gran televisor, siempre encendido. Un estante aguarda provisto de la discografía del grupo para las decenas de fans que aparecen a diario y los compran de manos de sus autores. El viajecito tiene la ventaja adicional de recibir una copia con el autógrafo de quien les venda el disco.
Claudia Salem tiene cara de aburrida, de avispada, de tomarte el pelo o de creerte a pie juntillas, todo dependiendo del ritmo de sus ojos verdes. Phoebe también los tiene verdes, pero los suyos son más de un color caramelo de manzana, mientras que los de Claudia son caramelo de menta. Si es que existe algo como los ojos caramelo de menta.
Wicho le hace una broma a Toto. Toto saluda con una mofa por la tardanza a César. César le dice "mamacita" a Claudia. Claudia bromea con Phoebe, y Manolo aplaude marcial. "Comenzamos el ensayo, ¿no?".
Los músicos entran al estudio, que son dos ambientes junto a la escalera de la entrada, un estridente sauna que obliga a aligerar las ropas. Claudia y Wicho, los vocalistas, se quedan en la sala. "Todavía no nos sabemos bien las canciones", confiesa Claudia. "En unos días presentamos el disco en concierto, tenemos que sonar bien". Wicho canta de memoria mirando la TV. Sin esfuerzo, recorre cada canción tal y como suena en el disco. Claudia derrama su metro setenta y cinco en el sofá más grande. Se da vueltas, abraza los cojines. "¡Uy, chucha, mi parte!", y se lanza corriendo a coger el micro. No suena. No está conectado.
Pero a pesar de que parece una improvisación, está todo perfectamente medido. Son profesionales hasta para sus detractores, algunos de los cuales defienden más los proyectos paralelos de los miembros de MDC.
César tiene una banda de punk ácido llamada Ultramotor. Manolo y Toto han lanzado dos discos como Los Trece Baladas, haciendo covers que van desde Luis Miguel a Mari Trini con resultados entre lo airoso y lo sinvergüenza. Y Manolo ha hecho en solitario bandas sonoras con recursos electrónicos, firmando como José Manuel Barrios, como para que nadie se entere de quién diablos se trata. Que quizá sea él, Manolo Barrios, la piedra angular de Mar de Copas y el presunto responsable de tanta melancolía.
Tercer mito: son una banda de gente bonita. "Eso no es algo planeado. Si lo dicen por las chicas, ellas entraron porque eran amigas del grupo desde mucho antes", dice Manolo. Mucha de la fanaticada femenina dice que el papacito es él, que como César, es delgado, alto y con el pelo revuelto. Blancos y castaños en un país de mayoría con piel cobriza. Wicho usa lentes y gorrita. Tiene la tez algo blanca, en definitiva, no chola. Toto tiene sangre italiana aunque sea más peruano que el pisco. Claudia y Phoebe son bellas. Adoran las minifaldas, para alegría de la hinchada.
"Yo odio las entrevistas, odio que me pregunten... Es que soy medio chuncha". Phoebe cruza las piernas con una de estas faldas más arriba de lo imperturbable. Bonita ropa interior. Hay una teoría de las minifaldas entre las chicas de MDC. Entre más chiquitas, mejor. "Así nos sentimos más cómodas. No es un asunto de provocación". Ambas son coquetas y sensuales, pero Claudia parece más enterada de su atractivo mientras que a Phoebe nadie parece haberle avisado. Nació en Iowa, Estados Unidos, tiene un padre griego y una hermana [Katia] actriz doce años mayor que ella y muy popular en Perú; a uno no lo ve mucho y a la otra casi a diario. Y tiene un segundo nombre inolvidable: Naufsika. Sentada delante de mí recién salida de la ducha, lo único que baja cualquier fantasía son las fotos de sus dos hijos y su esposo en la pared [Claudia también tiene un hijo con Manolo]. Fue el último parto de Phoebe el motivo que la alejó seis meses del escenario: el bebé nació prematuro, pesando poco más de un kilo.
De eso hace tres meses y el público le coreó hace poco "Oléé, oléoléolééé, Phoebe, Phoebe" dándole la bienvenida. Phoebe no quiere comentar esto, no encuentra palabras. "Me siento una imbécil...", se disculpa. "Estar en una banda como Mar de Copas suena más importante de lo que es". La rodean en su estudio, al interior de una casa laberíntica en tonos ocres sus discos de Radiohead, Tom Waits, Roxy Music y libros de ángeles, de mitos, de las obras completas de Engels, todos sobre y a los lados de una computadora de pantalla plana donde pasa horas buscando información. Ex profesora de lengua en una academia preuniversitaria por cinco años, ex periodista y antropóloga, conoció a Manolo en la universidad, al igual que a Claudia. Ambas ingresaron a MDC cuando faltaban "voces femeninas". Phoebe no sabía tocar nada, así que le dieron un rápido abecé en los teclados. Por ello sus contribuciones en los primeros discos son largas notas "ambientales", lo único en que podía aportar además de prestar su voz.
Hijo de un diplomatico peruano, manolo Barrios nació en Lima, de donde salió a los 4 años para pasar tres en Venezuela y otros siete en Colombia. Para cuando acabó la vida escolar, el joven Barrios había sido todo menos el soñador bohemio que ahora perciben sus seguidores[as], quienes lo conocen sólo por sus canciones y por las entrevistas en las cuales despliega su innegable carisma. Menor de tres hermanos, fue expulsado de varios colegios por su carácter conflictivo y por un precoz e intenso romance con las drogas. "Ojo. Hace 16 años que no fumo ni siquiera un troncho [un porro]". Igual le da duro al cigarro. En su alejamiento de la yerba y su ingreso a la Universidad Católica de Lima influyeron una serie de trabajos disímiles que le permitieron conocer su inexplorada sensibilidad social: fue albañil, bibliotecario y alfabetizador en un colegio estatal, en una zona de gran pobreza.
Estudió algo de ingeniería antes de conocer a Miki González y ofrecerse como "plomo" [roadie]. En ese mismo entorno conoció a Toto, otro plomo con algo más de experiencia. "Me botaron dos veces de la U. Católica y no me fui. Presenté unos alegatos recontra floros para obtener una Carta de Permanencia, y me la entregaron dos veces". Es decir, sus pinos en la composición fueron palabrerías para no ser echado de la universidad.
"Todos en MDC tenemos algo de Miki", prosigue Manolo. Si Manolo consiguió su formación musical, Toto le sacó además una casa y su gigantesca Ford Bronco II negra con tapiz de cuero rojo. En esta misma camioneta que ruge en cada tramo recto se volcó espectacularmente hace unos años. "Mis patas decían: «¿Nunca te has volcado?». Y me sentía mal cuando decía que no. Cuando me volqué casi me mato. Una vez que vi que estaba vivo, para evitar el roche [la vergüenza] me largué al toque antes que llegase la policía. Y puta que me fui recontra feliz". Toto es el salvaje de la banda. O lo ha sido y planea ya no serlo; ahora prepara todo para casarse con una novia de varios años.
César Zamalloa tomó la posta que dejó el bajista original, Félix Torrealba, que tiró la toalla al ver las cifras en rojo. Músico formado en los secretos del jazz, César es un fanático del heavy metal -Iron Maiden, Megadeth-, que igual puede estimularse con Cocteau Twins o algo clásico de Johann Sebastian Bach sin que le asalten complejos de identidad. Estudiaba en un colegio experimental/liberal cuando en una clase de música el maestro mostró un instrumento que César sintió le hablaba a él solo: un bajo eléctrico. En aquella época, Lima era un hervidero de movidas subterráneas que se odiaban unas a otras: waves, punks y metaleros misios se odiaban entre sí, y odiaban a los waves, punks y metaleros adinerados, tanto que las golpizas todos contra todos eran comunes. "Ibas a un concierto punk y venía la Horda Metal y le sacaba la entreputa a los punks. Y los punks se la desquitaban. Y con el tiempo, la movida se fue a la mierda".
César es el menos comunicativo. El que más odia la pose. Detesta lo que los demás respetan: detesta a Bono, a R.E.M., a Hendrix y le entra "más o menos" a Led Zep. "Esos cuadros que viste en el estudio son de Toto". Es el único además pegado a su instrumento todo el día. Postuló y no ingresó a la universidad. "Le dije a mi viejo «No jodas, quiero ser músico», y acá estoy". De tantas cenizas ochenteras surgió Mar de Copas.
En todas nuestras canciones siempre hay algo de mar, es inevitable", dice Manolo. Hay que añadir algo para hacer justicia. Que sin Claudia, que para muchos sólo hace los coros y agita su pandereta, muchas canciones de Mar de Copas no existirían. Incluyendo "Mujer noche", aquel tema-himno de 1993 que poco a poco se diluye en el repertorio. O las extrañas melodías de III, un álbum surgido en medio de intensos vaivenes emocionales de Manolo que a la postre ha sido considerado el mejor trabajo de la banda. "Entonces, somos un grupo de fumadores, de adictos al fútbol y al mar. Ahora que lo pienso, no tanto al fútbol pero al mar sí. Será porque somos costeños. Mucha gente en Lima olvida lo que significa ser costeño". Manolo mira, tiene una vista privilegiada de la puesta solar desde su tienda. "Es que los peruanos nunca sabemos lo que tenemos".
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