Marcelo Álvarez: "Al Teatro Colón no le interesa la proyección internacional"
El tenor cordobés que acaba de actuar en el Met neoyorquino en un doble papel habla de su carrera, como primera figura de la lírica, y de las dificultades para cantar en el coliseo porteño
En la ópera su nombre no necesita presentación: Marcelo Álvarez, uno de los grandes tenores del mundo, dueño de una de las voces más bellas y reconocibles de su generación, protagonista aclamado en las mejores salas líricas. Su historia reproducida en varios idiomas ilustra la prensa del género desde los comienzos de su notable carrera internacional, desde fines de los años 90, hasta el día de hoy: la historia de un joven cordobés que abandonó sus estudios de economía y una empresa familiar para abrazar su vocación y aventurarse con el canto en Europa luego de que Paravotti y Di Stefano, ambos en visitas porteñas, descubrieran el potencial del tenor en ciernes. Entre los hitos de esa biografía en continuo ascenso, surge el llamativo dato de que Marcelo Álvarez no canta en el Teatro Colón. Sólo una vez lo hizo: un Rigoletto, en 1997, cuando poco y nada se sabía de él. Jamás volvió a pisar el escenario del mayor coliseo argentino. Mientras tanto, encabeza producciones en los escenarios más relevantes, inaugura temporadas y sobre la base de talento y carisma, garantiza el mayor de los éxitos.
Acaba de estar en el Met neoyorquino, con una producción de Cavalleria Rusticana e Il Pagliacci bajo la dirección de David McVicar y la batuta de Fabio Luisi, en la cual asumía, de manera excepcional, el rol de ambos tenores, Turiddu y Canio. En su agenda, un nuevo disco (20 Years on the Opera Stage, con un programa de arias junto a la Sinfónica de St. Petersburgo para el sello Delos) y el lujo de hacer nuevas producciones: debut de Turandot en el Met, La Fanciulla del West en La Scala, Il Trovatore en París con Anna Netrebko, Tosca en Mónaco y Zurich, Manon y Carmen en el Met, y un proyecto brillante del cual, sin nombrar escenario, sólo permite dar título y fecha: Otello 2018.
Su amor por la ópera, su respeto por el público, su frescura y naturalidad y una sinceridad a prueba de todo se mantienen tan espontáneos como al inicio en aquel remoto Barbero en Córdoba allá por 1994, cuando de la mano del Conde componía el primero de sus roles inolvidables. Al día siguiente de una de esas celebradas funciones neoyorquinas en las que gracias al cine y las nuevas tecnologías aplicadas a la lírica, cantó para 400mil personas, desde la ciudad de Nueva York Marcelo Álvarez dialogó con LA NACION.
-¿Cómo afrontaste el desafío de este doble debut?
-Siempre digo que es mil veces mejor debutar en un teatro grande como el Met porque es una garantía. Vocal y actoralmente es pesado hacer los dos roles en la misma función. Turiddu está siempre "torturando el pasaje" con recitativos sobre notas complicadas. Canio está mejor escrito, con los recursos de la vocalidad a disposición de la obra. Como hace siempre McVicar, muestra otra Sicilia, una Sicilia plana sobre un escenario giratorio. Es una puesta oscura. Hubiese querido más luz pero entiendo su idea. Es un grande de la ópera y me encanta lo que logró. Fue algo digno de ver.
-¿Cómo ha sido tu evolución desde el belcanto hasta este verismo puro?
-Gracias al belcanto tengo un control sobre mi voz que me permitió enfrentar este desafío. Muevo mis piezas como en un tablero de ajedrez. Creo que es un error pensar que el verismo es siempre fuerte. Muchos tienen en el oído a Di Stefano y Corelli pero era una época diferente, con otras orquestas y otras escenografías. Ellos cantaban a cuatro metros del foso. Hoy cantamos a treinta y con el escenario completamente abierto. Han cambiado las dimensiones del canto y la manera de escuchar. En mi evolución siempre hice todo con calma, sin apurarme y tratando de aplicar los principios belcantistas. Me animé a cambiar repertorio y aquí me ves? recibiendo estas ovaciones increíbles. Siento que esto es el premio a la honestidad de una carrera.
-¿Tenés planes de cantar en la Argentina?
-Me habían propuesto cantar en el nuevo Centro Cultural Kirchner, pero finalmente no llegamos a un acuerdo. Mala organización, como siempre.
-¿Y en el Colón?
-Me gustaría, pero no les interesa. En un momento se habló de La Bohème en la reapertura pero no se llegó a nada. El Colón tiene problemas de todo tipo: económicos, organizativos, estructurales, presupuestarios. No puede hacer programaciones serias y las cosas importantes se le caen. No me gusta hablar de esta manera pero es así. Estoy en contacto con la nueva dirección artística pero habrá que ver cuánto dura y si las cosas llegan a término.
-Si tuvieras que elegir los mejores teatros del mundo?
-Met, Bastille, Scala y Viena. Hasta hace poco también Londres estaba en ese circuito pero decayó por su moneda. Llevan estrellas, pero se les hace duro mantener el nivel de los demás.
-¿Qué define ese nivel?
-La visibilidad a escala mundial, la cantidad de producciones y el nivel de los cantantes en los que invierten. Son los teatros que más y mejor promocionan una carrera.
-La ópera es principalmente el canto?
-Pero hay lugares en los que eso se ha revertido porque piensan que el público es zonzo. Creen que nadie se da cuenta de las diferencias porque la gente igual sigue comprando entradas. Una producción puede ser muy linda pero si faltan los cantantes... Muchos teatros fueron buenos en algún momento, pero bajaron la calidad de cantantes y perdieron interés. Pienso que a la larga el público, que no es estúpido, se da cuenta de eso.
-¿Dónde ubicarías al Colón en relación a ese circuito top?
-El Colón no tiene proyección internacional y no puede tenerla porque no le interesa. Para lograrlo se necesitan compromisos grandes. Sé que el público sigue aplaudiendo como hace 50 años, pero con eso no se hace nada. No es fácil trabajar allí: se cambian los contratos, la producción, el director... Los grandes cantantes directamente no van al Colón.
-¿Qué ves hoy a la vanguardia de la producción lírica?
-Producciones minimalistas pero efectivas. Los teatros importantes trabajan para el formato cine ¡Extraordinario! Todo el mundo lo está haciendo. Hoy no se canta para miles sino para cientos de miles y en directo. Es otra vida, un gran stress, que implica exigencias y cuidados extremos.
-¿Cómo te llevás con esa rutina?
-Estoy acostumbrado pero cansa. Por ejemplo para una función como la de ayer transmitida en directo por cine a todo el mundo a unas 400.000 personas tengo que empezar a prepararme a las cuatro de la mañana. Divierte verlo pero no tanto hacerlo. Es un sacerdocio.
-Acabás de lanzar un disco ¿cómo ves el panorama discográfico en la ópera?
-Todos tienen problemas de dinero. Está la piratería, pero ese tema no se toca por el derecho a escuchar música. ¿Pero cómo se graba un disco si no hay dinero? Deutsche Grammophon y Decca -las únicas que existen, porque las demás no cuentan- trabajan con muy pocos artistas. En mi caso vendo más en formato imagen (DVD). El video no te deja mentir. Los discos en cambio, en busca de la perfección, se graban y se editan mil veces destruyendo la esencia del cantante. En mi último disco he procurado conservar esa esencia.
-¿Un consejo para los más jóvenes?
-Estudiar y no apurarse. Saber que el pasado fue maravilloso, pero pensar que el presente puede serlo aún más.
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