Marcelo Marcote: "No aguanté la fama"
De niño prodigio a Jefe de Unidad en un hospital público de Avellaneda; el siempre recordado ídolo infantil de la década del setenta, hoy es un médico que consagró su vida a los niños; en una charla íntima con LA NACION revive su pasado y cuenta su presente
“Médico de trinchera”. Así se define Marcelo Marcote, quien desde 1994, año en que se recibió en la Universidad de Buenos Aires, ejerce su vocación en el Hospital Presidente Perón de Avellaneda. Un universo muy distinto al de los sets televisivos que lo convirtieron en una celebridad precoz en los años setenta. Abocado a sus múltiples tareas, se dispone a dialogar en medio de risas, llantos y corridas de chicos. Un murmullo casi como el de un jardín de infantes o el del patio de un recreo sobrevuela la charla. “Esperá que cierro la puerta”. Es la única forma que encuentra el médico para poder aislarse unos segundos y repasar su vida.
Esos cientos de pacientes que atiende cada año, no saben sobre su pasado de estrella. “Solo me reconocen los abuelos o los padres añosos de los chicos que atiendo. Y también, alguno que otro de mi generación. En el recital de Paul McCartney se me acercó una pareja y me dijo: ´¿Vos sos el que pensamos que sos?´. Y yo les respondí: ´No sé quién pensás que soy´. Obviamente, me reconocieron. Encuentros como ese tengo frecuentemente. Ya no me piden autógrafos, pero sí me saludan con mucho cariño”.
-Existe cierto vínculo entre quienes fueron catalogados alguna vez como “niños prodigios” y los escándalos, adicciones o problemas personales exhibidos después de adultos. Una suerte de sino trágico tanto en nuestro país como en el mundo. Los ejemplos abundan. En tu caso, llevás una vida muy apacible, ¿cómo se logra esa “normalidad”?
-Lo anormal era la fama. Mi vida actual es como la de cualquiera y así fue siempre. Mi viejo fue un laburante de frigorífico y jamás dejó de trabajar mientras yo era famoso. Mi madre una ama de casa de las de antes que hacía de todo.
-¿Cómo lograbas compatibilizar la fama con la vida de un chico de barrio?
-Siempre tuve objetivos claros. Tenía ángel, trabajaba como actor y ni sé si quería serlo. Era un chico que hacía televisión. Estuve bien orientado por los grandes con los que trabajé: Luis Sandrini, Ernesto Bianco, Osvaldo Miranda, Susana Campos, Soledad Silveyra, China Zorrilla, Claudio García Satur, Ricardo Darín. Y jamás dejé de ir al colegio o jugar a la pelota con mis amigos.
-Siendo una figura tan reconocida y exitosa, y teniendo en cuenta que lo fuiste desde muy chico, ¿no sufriste el síndrome de la invasión a la vida privada?
-Me generó trastorno en la infancia. Yo quería ir a jugar y me pedían autógrafos. Y el juego es un derecho del niño. Los chicos deben jugar. Es parte de su crecimiento. Finlandia, que es uno de los países más desarrollados, tiene tres horas de estudio y mucho más juego. Hay que jugar. A los chicos de hoy, la sociedad les quitó la vereda y encima los cargan de obligaciones.
-Hay un engranaje nada banal en lo lúdico...
-Por supuesto, no hablo del juego electrónico, sino de los juegos creativos. De la pelota, de la plaza, de la vereda... Nosotros jugábamos a las bolitas en la calle.
Al doctor Marcelo Marcote le brota rápidamente el médico y la pedagogía. En definitiva, la vocación de un hombre de 52 años que hizo de su amor por los chicos el sentido de su vida. Así como la medicina es una elección vocacional, en la televisión comenzó de casualidad, como suelen iniciarse muchas carreras exitosas. El marido fotógrafo de una maestra del jardín de infantes le tomó unos retratos y, azar mediante, fue visto por gente de Pampero que, rápidamente, lo seleccionó para una publicidad. Así las cosas, no tardaron en llegar otras marcas interesadas por su simpático y angelado rostro lleno de pecas. Al poco tiempo, Alberto Migré, el cerebro de tantas telenovelas, ideó un personaje para él en la mítica Rolando Rivas, Taxista. De la mano de la popular historia que paralizaba el país, comenzó el camino estelar. Marcelito Marcote, como le decían todos, tenía el physique du rol de un niño “común”. Simpático a más no poder, generaba rápida identificación en el público infantil. Creció en pantalla. Se le cayeron los dientes, pegó el estirón y se convirtió en un adolescente. Todo frente a los medios.
-En un espacio tan hostil, donde muy pocos logran tener éxito, vos conociste ese reconocimiento. ¿Por qué te retiraste del ambiente artístico?
-Trabajé hasta los 17 años. Mi último programa fue con Elvira Romei en Canal 13. Tuve un altercado con la producción del programa, hablé con mi viejo y renuncié.
-¿El qué te dijo? ¿Lo sorprendió la decisión?
-Me preguntó si estaba seguro. Y, como estaba seguro, lo hice. Estuve seis meses en crisis, me daba cuenta que iba perdiendo algo que me había costado mucho. Hoy en día, cuando me llaman de algún canal, me da un cosquilleo recorrer los estudios. Siento nostalgia y volvería...
-¿Por qué no volvés?
-Me han propuesto columnas sobre medicina, pero insume mucho tiempo. No puedo desatender a mis pacientes. Quizás, algún día, haga radio.
-Hoy se habla de bullying. A raíz de tu trabajo poco convencional, ¿sufriste algún tipo de discriminación por ser un chico famoso?
-Si bien era otra sociedad, un poco más sana que la actual y con menos información, podría decirse que sufrí cierta discriminación, aunque en pocas ocasiones. Siempre fui a la educación pública y no tuve privilegios. Pero, en el secundario, tuve una profesora de Lengua que me tomaba oral los diez primeros minutos de cada clase. Tenía que preparar un tema todas las semanas.
-¿No hacía lo mismo con el resto de la clase?
-No, a mis compañeros no les tomaba. Con el tiempo me pidió disculpas.
-El “castigo” de la fama.
-No fue la única vez que me sucedió algo así. En la universidad, en una materia saqué bolilla para rendir un final y aprobé. Luego, una profesora me reconoció y me tomó de nuevo. El prejuicio está en todos los órdenes de la vida y en todos los estratos sociales.
-A los 17 años, con todos los beneficios de la popularidad, ¿no debe haber resultado sencillo el cambio de vida?
-Decidí cortar con la fama, es muy difícil manejarla. Quizás no lo aguanté. No soy extrovertido, sino todo lo contrario, de vida interior. Además, la idea de la carrera universitaria era algo que me debía y no lo quise postergar. Si hoy volviese a nacer, volvería a elegir la medicina.
Si bien los medios fueron una ocupación temprana que llegó sin planes previos, trabajar en el ámbito de la salud es, indudablemente, el gran desafío de Marcelo. “Hago medicina real, en el Conurbano. Soy médico del hospital público. Ahora como Jefe de Unidad, pero hice muchos años guardias. Empecé desde abajo. Conozco todo lo concerniente al hospital. Los argentinos no le damos valor a la medicina pública que tenemos”, explica con un indisimulable orgullo el Dr. Marcote de impecable guardapolvo blanco.
Este médico aguerrido que toma su profesión como una herramienta transformadora, sabe cuáles son las necesidades de su entorno. Es que se crió en Piñeyro, una zona humilde de Avellaneda. Y allí sigue hoy, fiel a su gente. Su especialidad es la Neumonología Infantil. Pero su vocación por la salud comenzó ni bien dejó los medios. En ese momento, hizo una carrera terciaria “para saber si me iba a bancar ser médico”. Así, una vez transitado el camino de la Hemoterapia, se decidió a estudiar medicina en la Universidad de Buenos Aires. “Durante un tiempo fui docente ad honorem para devolverle al Estado todo lo que medio. Toda mi educación fue pública. Y estoy orgulloso de eso”, dice este convencido defensor de lo estatal y agrega: “Tenemos que recuperar la educación pública. Ver lo que sucede, me genera dolor. No tenemos conciencia de lo que estamos maltratando a la educación y a la medicina. Hoy, a los chicos que se reciben, les ofrecen más plata en lo privado que en el hospital y eligen eso. No hablo de política, esto no se hace de un día para otro. Este un problema de complicidades de muchos años, pero se puede arreglar. Los países con buena educación y buen sistema de salud, consideran esto como una gran inversión”.
-¿Cómo llegás a la especialidad pediátrica?
-La Jefa de Servicio nos orientó en que debíamos hacer una especialidad. Así fue como incliné por la pediatría y por la neumología. Siempre en el mismo hospital. Primero fui becario. Siguió el interinato. Gané un concurso de cargo. Y hoy soy Jefe de Unidad. Pasé por todo. El hospital es mi escuela y mi casa.
-Todo médico convive con el dolor de la enfermedad. En tu caso, además, se trata del dolor de los chicos. ¿Cómo sobrellevás ese estrés, la carga de tu profesión?
-Pesa más la alegría que los dolores. La carga existe, pero ver a un chico curado y ver a un padre feliz no tiene precio. Con los chicos, estás muy cerca de la vida. Es más lo que te devuelven, que los dolores.
Marcelo está casado con una pediatra a la que conoció haciendo las residencias en el mismo servicio. Llevan dos décadas juntos. Y es padre de Manuel, de diez años, con quien comparte la platea de Independiente. El “Rojo” de Avellaneda y la música son su cable a tierra. “La vida me dio todo. Tuve una gran familia de origen, con unos padres que me dejaron decidir. Y ahora tengo una compañera que es parte de mí. Tenemos una familia hermosa. Aunque a veces nos peleamos, como todo matrimonio”, dice entre risas.
-Das la sensación de tener una vida interior rica, profunda...
-Yo creo que sí. Soy muy introvertido, donde tengo un espacio para mí, lo aprovecho. Conecto con la música, con mis amigos de toda la vida. Los momentos con mi hermano, señora e hijo no se negocian.
-¿Qué te sucede cuándo te reconocen? ¿Te molesta?
-Me da vergüenza, soy tímido. Y, por respeto al paciente, no hablo de mi vida anterior. Tengo reconocimiento en la calle y mi hijo se asombra. Aunque le he mostrado videos, pero yo no vuelvo para atrás.
-¿Cómo ves la televisión que hoy se hace para los chicos?
-No veo tele. Solo algo de fútbol y Netflix. Soy coleccionista de música y leo mucho. Ese es mi mundo. No me cautiva la tele, para nada.
El Dr. Marcelo Marcote debe continuar atendiendo a sus pacientes. Muchos de ellos, son hijos de la primera camada que atendió. Allí, en el hospital público siente que está su lugar. Y su gran aporte a la sociedad.
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