Mariano Loiácono, en el nombre del jazz
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Hay una zona de Buenos Aires que, dependiendo del filtro con el que se la mire, puede ser considerada Barrio Norte, Retiro o Microcentro. Plaza San Martín abre el paisaje en verde hacia un lado, Maipú y el Museo de las Armas lo cierran en grises del otro, mientras la 9 de Julio funciona, a esa altura, como un corredor sin histeria. En un piso 4° y en horario casi de oficina, el trompetista más implacable que ha dado el jazz argentino en los últimos años ensaya melodías que, como la lluvia en el desierto, se evaporan antes de tocar el asfalto. "Me levanto y me pongo a estudiar", dice Mariano Loiácono, de 37 años y mucha conducta. A las cuatro horas de estudio por la mañana le suma otras cuatro por la tarde y así completa el equivalente una jornada laboral abocado a su instrumento.
El resto de las horas las ocupa como profesor en La Usina del Arte, la EMPA y de alumnos particulares. También, cuenta, tiene tiempo para escuchar música y para salir a correr. Aunque no lo diga él, por la noche suele ser uno de los músicos con más presencia en los clubes de jazz de Buenos Aires. Como líder, como sideman o, en un nuevo rol, como el armador de bandas para artistas que vienen del exterior. Así, en los últimos meses, sostuvo las formaciones con las que tocaron el pianista Cyrus Chestnut y los bateristas Clarence Penn y Carl Allen.
Para llegar a esa conexión neoyorquina, que incluye la grabación de su reciente Vibrations con una formación compuesta íntegramente por músicos de la Gran Manzana, Mariano Loiácono ha recorrido un camino de marcado por la obsesión con su instrumento. "Estudio como si fuera un trompetista clásico", revela como una de las claves de su técnica depurada. "Los métodos, algunos conciertos, aunque sepa que nunca los voy a tocar, son desafiantes y me permite ver cosas de ataque y flexibilidad". Lo más importante: todo eso se escucha sobre el escenario. Si algo transmite su sonido, es seguridad. Los fraseos de Loiácono suenan ágiles, pero con peso, como si cada una de las notas fuese tallada a mano.
Nacido en 1982 en Cruz Alta, un pueblo al sureste de la provincia de Córdoba al límite con Santa Fe, creció en una casa donde se escuchaba principalmente tango y el folklore. Su padre era guitarrista amateur y tenía una trompeta guardada en el placard, que casi nunca tocaba. A los 8 años, Loiácono ya tomaba clases de piano y no recuerda haber visto la trompeta de su padre hasta los 12. "Mi vieja un día la sacó del placard mientras ordenaba y la dejó ahí –recuerda sobre esa primera vez–. Mi viejo se puso a tocar y le pedí si me dejaba probar a ver si me salían las notas, y enseguida pude tocar algo". Eso que a cualquier estudiante le lleva semanas, incluso meses, de práctica solo con la boquilla hasta encontrar la embocadura que le permite hacer sonar el instrumento, a Loiácono le había llevado apenas el instante del primer beso.
A partir de ese día, Loiácono comenzó a estudiar y al poco tiempo ingresó en la banda de su pueblo, donde se tocaban clásicos de tango como "Caminito" y se colaban algunos standards de jazz que aún hoy recuerda con su título en español, tal como se leía en los discos y en las partituras: "De buen humor" y "Collar de perlas". Aunque en su casa también había escuchado grabaciones de Glenn Miller y Louis Armstrong, su acercamiento al género le llegó a los 20, cuando ya estudiaba en Rosario y era parte de la Sinfónica Juvenil. Tomar la decisión de intentar ser músico de tiempo completo, recuerda, nunca fue un momento crítico para él. "Cuando estás en la secundaria, muchos ya saben que van a ser médicos desde el primer año, otros están ahí y no saben si abogados u odontólogos. Yo nunca tuve que decidir, ya sabía que iba a ser músico. No es algo de lo que me jacto, no es para que digan '¡Guau!'. Siempre digo que soy músico porque no tenía muchas condiciones para otra cosa", se ríe.

Ya como parte de la Sinfónica Juvenil, empezó a sentir curiosidad por la improvisación. Ver gente que tocaba sin leer una partitura le parecía tan lejano como estimulante. Sin abandonar el estudio de música clásica, empezó a tomar clases particulares con Julio Kobryn, que le acercó material sagrado para cualquier trompetista: Kind of Blue, de Miles Davis, y The Last Great Concert, de Chet Baker. Esos discos le cambiaron la cabeza para siempre. Fascinado con el nuevo universo, Loiácono empezó a sacar los solos, a escuchar en detalle y a explorar todo el jazz que le fuera posible. "Me vine a Buenos Aires y decidí pasarme por completo al jazz. Me di cuenta de que tenemos mucho tiempo perdido en relación a los músicos de Estados Unidos que nacieron en casas donde se escuchaba jazz todo el día, así que desde entonces es lo único que escucho".
En busca de su jazz perdido, Loiácono se radicó en Buenos Aires para estudiar en la Escuela de Música Contemporánea y, según calcula al vuelo, a "recuperar" cerca de veinte años de escucha de jazz. "Es como si un extranjero quiere tocar tango o folklore", resume. Pero los planetas se alinearon rápidamente para él. En el primero año en la EMC estableció vínculo con Mariano Otero, uno de sus profesores de audioperceptiva, que en aquellos años estaba por formar la orquesta con la que grabaría Tres y Cuatro, discos clave de la escena jazzera argentina en la primera década del siglo XXI. El Mariano contrabajista, sin embargo, nunca había escuchado tocar al Mariano trompetista, pero de alguna manera se había enterado de sus capacidades. "Tuve suerte de que me convocara, yo era un pibe y de pronto estaba tocando y dando notas en los diarios con músicos de mucho renombre", recuerda Loiácono.
Sentado al lado de Juan Cruz de Urquiza, que había sido su profesor, Loiácono no solo resolvió sus partes, sino que comenzó a llamar la atención de sus pares. El reconocimiento y la repercusión que tuvo la orquesta le jugó también a su favor. Las fechas se multiplicaron, los festivales le dieron lugar importante en sus grillas y cada uno de sus músicos catalizó la exposición. "Estar ahí me ayudó a que mucha gente me conozca, hasta ese momento era un desconocido que tocaba la trompeta", reconoce.
Entre la voracidad y la obsesión
Si desde esos inicios se hiciera un salto en el tiempo hasta la actualidad, podría trazarse una línea de continuidad que diera cuenta del gusto de Loiácono por las grandes formaciones. Su próxima fecha, por caso, será como director de la Big Orchestra, conformada por once músicos argentinos y enfocada en interpretar clásicos de la edad dorada del swing con arreglos originales. Como punto medio entre ambos extremos temporales, Hot House (2013) funciona de nexo. Al mando de un noneto, el trompetista dio forma a un disco repleto de frescura, que aportaba una mirada hard bop a clásicos de todas las épocas, incluidos "Willow Weep For Me", "Cherokee" y "Chelsea Bridge", todos compuestos entre las décadas del 30 y el 40, los años felices del swing.

Será que, resignificaciones mediante, uno siempre vuelve a lo que le hizo bien. Aquellas grabaciones de los Hot Five de Louis Armstrong fueron su puerta de entrada, pero también un lugar de consulta permanente. Hoy, considera que esos discos entran sin dudar en un probable top five de álbumes que le marcaron el camino. "Me abrió las puertas para ir hacia atrás", explica Loiácono sobre la obra de cantante y trompetista que popularizó "What A Wonderful World". "Uno entra al jazz por donde te toca, me parece que después hay que hacer una búsqueda hacia adelante y hacia atrás. Armstrong me dio el pie para ir a descubrir música que no conocía".
En ese recorrido entre la voracidad por el descubrimiento y la obsesión por el perfeccionismo, desde hace varios años Loiácono expande sus fronteras con Nueva York como norte. Allí va en busca de encontrar esos detalles que hacen la diferencia. "Algo puntual –sintetiza–. Sea trompetista u otro instrumento, si me gusta cómo hace algo y considero que yo no lo logro, entonces es ir a buscar eso. Desde hace un tiempo estoy trabajando mucho sobre el feel rítmico y en intentar llegar a la música sin tener que recurrir a las facilidades técnicas que uno puede tener, es algo que cuesta a veces porque uno va hacia el lado que le resulta más fácil". Correrse del cánon de Miles Davis, Lee Morgan y Freddie Hubbard, sus trompetistas de cabecera, es otra de las claves de su estudio. Art Farmer y Johnny Coles, por ejemplo, ahora son fuente de consulta. "Los pasé al primer plano porque me pueden ayudar a agrandar la posibilidades del discurso", dice.
Loiácono también sabe que la línea entre influencia y copia es a veces muy delgada, pero tiene bien en claro de qué lado está parado. "Trato de ser lo más honesto posible... si mi discurso remite al de otro, es lo que toca", se ataja primero y arremete después: "No creo que sea así, es difícil intentar tocar como otro y decir algo. Yo trato de tocar lo mío, que obviamente está influido por la música que escucho. El problema es cuando remite demasiado". Sin embargo, sabe que todo ese razonamiento es a posteriori, un análisis que llega después de la acción. "Lo primero es estar satisfecho con lo que uno hace artísticamente, es lo principal para mí", simplifica.
Pero los fantasmas están, claro. Es en la composición en donde Loiácono reconoce su punto débil. "No me considero un gran compositor, con eso tengo una pelea", sostiene. En un género en el que el proceso creativo por momentos peca de sobreintelectualización, parece no resultar fácil escribir sin presiones. Incluso cuando esas presiones solo están en la cabeza del artista. Poner en papel todo lo aprendido sin que todo suene a ejercicio matemático y un sinfín de hojas pentagramadas abolladas en el tacho de basura. Ese parece ser el desafío para el músico de jazz en 2019. "Lo intelectual siempre tiene que estar y estar fomentado", advierte Loiácono. "Porque uno estudia y aprende escalas y acordes, pero para generar algo artístico hay que bloquear un poco esa parte, uno tiene que entrar en una situación en donde no importe si voy a tal acorde o a otro. A veces pienso demasiado y eso no me deja ser". De su paso por Boston, donde estudió con el saxofonista George Garzone, le quedó la enseñanza de su maestro que aún recuerda textual: "Estudiá las escalas y los arpegios para tener todo bajo control, pero si cuando tocás estás pensando en eso... estás en problemas".
Criado artísticamente a la par de la escena del jazz argentino del siglo XXI, Mariano desarrolló una estética que, a paso lento pero firme, se fue depurando hasta encontrar en el hard bop su manual de estilo. No solo desde lo sonoro, sino también desde lo visual, verlo en vivo es ver a un músico que se preocupa por referenciar a sus maestros. Y así, si en 2011 la portada de What's New? lo tenía vistiendo un gorro de lana de los New York Yankees, pocos años más tarde adoptó el traje como su vestimenta obligada a la hora de subir al escenario. "Fue totalmente consciente, me vestía como estaba a la tarde, tomando un café, iba así a tocar. Lo hacía desde un lugar honesto, consideraba que estaba bien, que era una manera de expresarme. Pero después, empezando a profundizar en la historia, a leer libros y ver videos, vi que mis ídolos tocaban de traje esa música que a mí me gusta. Decidí, de alguna manera por respeto, que si iba a tocar seriamente, y esto es mi manera de ver, iba a usar traje siempre. Me siento cómodo con eso, no lo hago de careta, ni de que me avergüence hacerlo de otro modo. También lo veo como una cuestión de respeto a la gente que me va a escuchar, pero no considero que sea la uncia opción, cada uno se viste como se parece".
De traje o de civil, Mariano Loiácono es un componente clave del circuito de jazz porteño sea como líder, como ladero, como puente con músicos extranjeros o como profesor. En su análisis del presente del género, detecta un crecimiento en el nivel de los músicos que la integran, acentuado desde que se abrió la carrera para estudiar el estilo en el Conservatorio Manuel de Falla, que no necesariamente se condice con un aumento en la demanda por escuchar esa música en vivo. "Es algo con lo que el jazz lidia desde toda la vida, en todos lados, no solo acá", afirma. Pero lejos de entenderla como música de museo, está convencido de que en el jazz hay mucho por escribirse. "El que cree que está todo dicho, tiene que poner un quiosco o abandonar". Por el contrario, prefiere preguntarse por que hay una gran cantidad de músicos jóvenes que se acercan al jazz. ¿La respuesta? "Hay varios puntos, pero primero que nada, porque es una música hermosa".
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