
Metáforas sobre rieles
Puede no significar nada, pero el dato es curioso: en la cartelera porteña, tres obras de teatro se refieren, directa o indirectamente, al tren. "Rápido nocturno, aire de foxtrot", de Mauricio Kartun, en el San Martín, transcurre en una casilla de guardabarrera y en el andén de la estación contigua; en el Cervantes, "Ya nadie recuerda a Frédéric Chopin", de Roberto Cossa, instala en el proscenio una síntesis de la estación de Villa del Parque, y en el Auditorio Bauen, "Sevigné, una estación olvidada", de Susana Gutiérrez Posse, alude, aunque lejanamente, a un apeadero del ferrocarril.
"Y un silbido de adiós que deja el tren", es evocado por Homero Manzi como uno de los rasgos nostálgicos de su "Barrio de tango", con música de Troilo. Podría introducirse una variante: "Y el misterio de adiós que deja el tren". Es el más poético de los medios de transporte, a pesar del termo y la protesta que la proliferación del ferrocarril originó, allá por 1840, en el mundo entero. El estruendo, el hollín y los gases arrojados por las locomotoras, la velocidad excesiva -treinta kilómetros por hora-, eran los objeciones de sus enemigos.
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Pero ya Turner, el pintor de los efectos atmosféricos, había intuido, en "Lluvia, vapor, velocidad: el Great Western Railroad", un óleo de 1844, lo que el arte descubriría en el raudo paso del tren: una metáfora de la vida, con sus vertiginosos cambios, la condición de eterna despedida, el sentir de los que se van y los que se quedan en el andén. Y la cualidad estética del humo, tan bien aprovechada por el cine: ¿quién que la haya visto podría olvidar la nube de humo que oculta a Marlene Dietrich a su llegada a la estación, en "El jardín de Alá", y que va desflecándose hasta confundirse con las excesivas gasas de su atuendo? Y a ella misma, improbable pasajera de "El expreso de Shanghai", de Von Sternberg; o a Greta Garbo, que con sólo bajar del tren, en "El demonio y la carne", anunciaba ya su condición de mujer fatal. En otro registro, muy distinto, Buster Keaton exaltó al tren como si fuera un personaje viviente en los "gags" portentosos de "La general". Y la proeza técnica de las inmensas estaciones de hierro y vidrio fue registrada por los pintores impresionistas, en especial Monet, en sus visiones de la Gare Saint-Lazare, en París.
El teatro no se quedó atrás. En "The Edwardians" ("Los eduardianos"), una evocación por el escritor inglés J. B. Priestley de su infancia londinense en tiempos del rey Eduardo VII (1902-1910), en el capítulo dedicado a los espectáculos hay una curiosa fotografía de una representación teatral en el Drury Lane Theatre (famoso por los efectos especiales de sus grandiosas puestas), donde el espectador, sin duda pasmado, asistía nada menos que a un choque de dos locomotoras en escena, con el consiguiente descarrilamiento y momentos de pánico y dolor. La obra se llamaba "The Whip" y la fecha es 1909.
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En los escenarios norteamericanos de fines del siglo pasado era clásica la escena del villano sorprendido en el acto de atar a la heroína a los rieles mientras se acercaba el expreso, por un lado y, por el otro, el muchacho corría a salvarla (el cine mudo heredó esta imagen y la convirtió en un icono de culto, como decimos hoy). En los años setenta de este siglo, el grupo TSE de actores argentinos celebrados en París, con Alfredo Arias, Marilú Marini y Facundo Bo, presentó, con mucho éxito "L´ Etoile du Nord", una parodia de intriga policial que transcurría en un tren así llamado. La obra maestra que sintetiza todos estos sentimientos y sugerencias aportados por el tren es, sin duda, "Brief Encounter" ("Lo que no fue"), de Noel Coward, llevada al cine, hace cincuenta años, por David Lean, y que permanece como un hito insoslayable. Para terminar: un joven dramaturgo argentino, Pedro Sedlinsky, ha escrito una obra tan original como su título: "La mano en el frasco en la caja en el tren", premiada en el concurso de dramaturgia de la revista Teatro XXI, en 1997. Premio muy merecido, por cierto.





