Moby y su nuevo disco en busca de la redención (que tarda en llegar)
El solo hecho de editar música en plena pandemia dota a cada obra de un significado especial. Por eso cuando Moby lanzó el 15 de mayo pasado su nuevo disco All Visible Objects, las 11 canciones, el título, la tapa con ese cielo infinito lleno de nubes grises, y cada uno de los rincones del álbum, cayeron en las inevitables redes de interpretación de este mundo contemporáneo de distancia social, encierro y cifras de infectados.
Para los que le perdieron el rastro a Moby, y tan solo recuerdan sus hits de finales del siglo XX, como "Why Does My Heart Feel So Bad?" o "Porcelain" -ambos del disco que lo catapultó al estrellato, Play (1999)-, la carrera del músico de electrónica continuó en ascenso con dos grandes obras como 18 (2002) -seguro escucharon "We Are All Made of Stars"- y Hotel (2005) -con "Lift Me Up" al frente; y se fue complejizando con discos en clave downtempo, como Wait for Me (2009), o decididamente ambient, como Long Ambients 1: Calm. Sleep. (2016) y Long Ambients 2 (2019).
All Visible Objects es su álbum 17 de estudio y es, también, un regreso al camino más transitado por Moby. Ese que le dio un nombre y un sonido propios. El que combina paisajes etéreos y melancólicos ("My only love", "One last time") con un bombo en negras diseñado casi exclusivamente para explotar en una rave ("Refuge", "Power is taken"). Los nombres de las canciones y sus mensajes políticos, diseminados a lo largo y ancho del disco, vuelven a resignificarse en plena movilización de los Estados Unidos contra el racismo. Y con el diario del lunes, parece que la distopía que el músico viene ensayando en toda su obra, hoy tiene más realidad que fantasía.
¿Quién es?
Moby es el apodo de Richard Melville Hall, un norteamericano de 54 años que soñó con ser músico desde que tenía 10. Nació en Harlem, Nueva York, pero se crió en Darien, Connecticut, una ciudad olvidada en el mapa, ubicada a una hora de distancia de su Nueva York natal, a la que iba a volver algunas décadas más tarde.
Su padre, James Frederick Hall, era alcohólico y murió en un accidente automovilístico cuando Richard tenía apenas dos años, lo que dejó librados a su suerte a su esposa, Elizabeth McBride, y al pequeño que él mismo había apodado "Moby". En su primer libro de memorias, Porcelain, editado en español en 2016 por Sexto Piso, el músico narra con crudeza su infancia de bajos recursos y la depresión de su madre.
En las primeras páginas del libro hay una escena poderosa que ilustra sus primeros contactos con la música. Elizabeth, que fumaba un cigarrillo tras otro, lloraba mientras doblaba la ropa limpia de sus vecinos en el lavadero de un shopping en las afueras de Darien. Su hijo, el pequeño Moby, la observaba desde el auto mientras las gotas de lluvia que repiqueteaban en el techo funcionaban como el beat perfecto para combinar con cualquiera de los hits que disparaba la radio AM. Sonaba "Love Hangover", de Diana Ross, cuando el futuro músico de electrónica tuvo una epifanía: la música lo iba a salvar.
Como si se tratara de una profecía, siempre supo que para poder vivir de la música tenía que retornar a sus raíces, a la indomable y única en su especie ciudad de Nueva York. La que siempre había idealizado y la que había visitado cada fin de semana en tren para empaparse de la cultura del momento, siempre empilchado con su mejor –y única, comprada en el ejército de salvación- indumentaria hardcore punk.
Logró mudarse allí recién a sus veintitantos, justo antes de que el almanaque marcara el comienzo de la década del noventa. Un tiempo atrás había conseguido su primer trabajo como DJ en Mars, un boliche muy cool de música electrónica, gracias a un casete de mezclas que había confeccionado especialmente en su anterior hogar, una fábrica abandonada sin agua corriente ni calefacción pero con electricidad gratuita, todo lo que necesitaba para crear sus primeras piezas musicales de hip hop y house.
En el documental Go: A Film About Moby (2006), del director George Scott (se puede ver en inglés en YouTube), el músico ya consagrado vuelve a visitar los lugares de su infancia en Connecticut y recorre la fábrica que lo cobijó durante sus primeros años fuera de la casa de su madre. Con algo de nostalgia, muestra ante las cámaras el cubículo donde había improvisado su habitación, el rincón donde creaba su música, la gran estructura de 100 metros cuadrados donde tocaba con sus bandas punk, y la ventana por la que veía el mundo cuando todavía soñaba con ser un músico profesional.
Como se puede apreciar en las imágenes, no hay nada romántico en ese edificio gigante alejado de la civilización que varias veces fue la escena del crimen de traficantes de crack. Pero Moby convirtió los disparos nocturnos, el eco de la fábrica, los vidrios rotos y las consecuencias del sueño americano en las musas inspiradoras del sonido que hoy es su marca registrada. En esa melancolía sonora que inunda el aire cuando comienzan a sonar sus canciones. Por eso mira con ojos vidriosos esa gran caja de ladrillos, porque no hubiese sido él sin esa porción de vida a la intemperie.
Veganismo y polémica
Cuando se instaló en Nueva York, Moby ya había dejado de tomar alcohol y continuaba con su estricta dieta vegana. En 1996, antes de que Play (1999) lo colocara en las listas de éxitos de todo el mundo, editó Animal Rights, un disco de punk rock que no fue bien recibido por la crítica pero que sentó las bases ideológicas del músico, las mismas que sigue militando hasta el día de hoy y que lleva tatuadas en sus brazos y cuello. De hecho todas las ganancias de su nuevo disco All Visible Objects serán destinadas a diferentes organizaciones benéficas que luchan por los derechos de los animales y de los humanos, según se encargó de anunciar.
El flamante álbum no tuvo una gran recepción, tal vez empañado por las polémicas declaraciones que Moby publicó en su segundo libro de memorias, Then It Fell Apart (editado el año pasado en inglés por Faber Social), sobre una supuesta relación con la actriz Natalie Portman, quien luego salió a desmentirlo y lo calificó como un "hombre mayor que estaba interesado en mí de una manera que no parecía apropiada, espeluznante". El músico ensayó unas disculpas vía Instagram pero, en pleno auge del movimiento #MeToo, su imagen quedó manchada.
No obstante Moby siguió haciendo música de la única manera que sabe, y a borbotones. All Visible Objects puede ser un disco más de su carrera, sí, pero es innegable que desde el primer instante suena como ese universo que hizo big bang hace décadas, cuando en el auto de su madre, con la estática de la AM haciendo de púa y las gotas de lluvia marcando el tempo, encontró cuál iba a ser el propósito de su vida. Y nunca dejó de perseguirlo.