
Anton Chejov, un escritor que inspiró a varios compositores
Entre los escritores rusos que han inspirado a los músicos, por lejos es Pushkin quien se lleva las palmas por la cantidad de títulos adaptados a la escena lírica ("Oneguin", "Mazeppa", "Boris Godunov", "Rusalka", "El convidado de piedra", "Mozart y Salieri", "Ruslan y Ludmila", "La dama de pique"...), seguido, ya en el tránsito al realismo, por Gogol, Dostoievski, Turguéniev y Tolstoi.
En cuanto a Anton Chejov, que nos atrae ahora, pues acaba de cumplirse un siglo de su fallecimiento (1904), también ha motivado a más de un compositor, incluso entre nosotros, ya que Jacobo Ficher (nacido en Rusia y radicado en la Argentina) escribió dos óperas de cámara sobre textos de ese autor, "El oso" y "Pedido de mano", convencido de que "los héroes de Chejov están envueltos en los sonidos del mundo exterior".
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Hace unos años un crítico francés se preguntaba por qué el arte lírico ha prestado tan poca atención al imaginario chejoviano, aunque él mismo acepta que, existiendo una treintena (cifra que, confieso, me sorprende) de óperas basadas en el autor de "La gaviota" ninguna ha logrado imponerse. Salvo...
Sí, salvo "Tres hermanas", del compositor y director de orquesta húngaro Peter Eötvös, que desde 1998 hasta hoy se ha convertido en una de las perlas del mundo lírico europeo. Desde Lyon, donde tuvo su estreno mundial, en ruso, dirigida por Kent Nagano y el propio compositor (versión grabada en dos CD), hasta Dusseldorf (en alemán), Utrecht, Budapest (en húngaro), Hamburgo, Friburgo, Zagreb, Edimburgo, París, Bruselas y Viena, en casi todos los casos en ruso, la obra ha provocado un revuelo fenomenal por la audacia con que Eötvös aborda el mundo de Chejov.
Es lugar común que de todas las obras del autor de "Tío Vania", "El jardín de los cerezos" o "La gaviota", "Tres hermanas" es una de las que mejor describen el desencanto, la impotencia y la desesperanza que oprimen a los rusos hacia fines del siglo XIX. A través de la congoja y la inercia que asfixian a Olga, Masa e Irina, Chejov transmite el presentimiento de una tempestad, que intuye y pone en boca de sus personajes.
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Pero lo asombroso de la ópera de Eötvös es que las tres hermanas y Natacha, su cuñada, están a cargo de ¡contratenores!, lo que significa que los trece personajes que circulan por la escena son hombres. "Los personajes son tipos psicológicos. Si se confían los caracteres femeninos a mujeres, se los trivializa", ha dicho el autor. A ello hay que sumar que, como respuesta a una escritura musical teñida de sensibilidad oriental, el compositor buscó al régisseur Ushio Amagatsu para crear en el estreno en Lyon una pieza próxima al teatro kabuki, en el mejor estilo de los dramaturgos de la época Tokugawa.
Así se justifica que Alain Perroux, en su columna de Le Temps, haya formulado en 1998 la siguiente duda: "Ante tan bella unidad, ¿cómo imaginar la obra con otra realización escénica?" La respuesta se la dio al año siguiente el teatro de Dusseldorf, que optó por una versión que el propio compositor terminó por aceptar, para voces femeninas, y por lo mismo con una muy diferente concepción espiritual y escénica. De todas maneras, los números cantan: casi todos los teatros europeos se sumergieron en la versión original, como corresponde a una época en la que nadie acepta andar con medias tintas.




