Pat Metheny tocó en el Gran Rex y se reencontró con Pedro Aznar después de más de 30 años
En su primera presentación en solitario en nuestro país, el virtuoso músico hizo varios homenajes y se paseó por composiciones propias y ajenas
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Pat Metheny permanece la mayor parte del concierto sentado en el centro del escenario del Gran Rex. Lo rodean instrumentos cubiertos en fundas negras que sus asistentes irán develando a medida que los necesite. La mayoría son guitarras eléctricas, acústicas y elecotracústicas, casi siempre con algún tipo de intervención en sus cuerdas, en los micrófonos o en la construcción misma, para darle a cada una un sonido particular. En la primera mitad, sobresale la Pikasso, un engendro acústico de 42 cuerdas, cuatro mástiles y dos huecos de resonancia que parece unificar todos los laúdes, guitarras y arpas que han sonado en la historia de la música. En un inglés pausado y de vocales alargadas, explicará que fue construida por su luthier favorita, Linda Manzer, una canadiense que recibe sus ideas y se interna en su taller, en medio de algún bosque lejano, hasta dar con la materialización de esa idea. “¿Qué tan difícil sería...?”, cuenta Metheny que es la frase con la que comienza todos sus pedidos. Y Linda siempre resuelve.
Metheny utilizó la Pikasso para “Into The Dream”, una composición de arpegios y acordes abiertos que recreó el ambiente onírico que refiere el título. Aunque las armonías se fueron sobrecargando y líneas melódicas se superponían en un entramado complejo, el resultado fue tan sutil y frágil como un sueño, como si cada elemento de la pieza pudiera desplazarse o condensarse hasta formar otro. La inclusión en el repertorio fue una especie de remanso después del tsunami. Antes, con otra guitarra en sus manos, más convencional pero más intervenida por micrófonos y dispositivos eléctricos, Pat Metheny había acribillado el silencio con un fragmento de Zero Tolerance For Silence, su disco ruidista de 1994 y uno de los que peor recepción tuvo en toda su carrera pero que contaba con el apoyo de Thurston Moore, el maestro del noise a cargo de Sonic Youth. Entre loops, distorsión y disonancias violentas, el aire del teatro se convirtió en una aleación oxidada y cortante.
Como un científico
Marcados los dos extremos, todo lo que sucedió antes y después se mantuvo dentro de esos límites pero con menores distancias. Con sus melena enrulada y gris, como si sobre su cabeza bailara un arbusto cubierto de cenizas, Pat Metheny fue un científico midiéndole el ph a la música, buscando fórmulas químicas que jueguen con los límites de su acidez y su alcalinidad. En esta oportunidad, la primera en Argentina en solitario, con una no tan nueva obsesión: las guitarras barítono. “No son tan conocidas como las guitarras convencionales”, dijo en un largo discurso vindicativo. “Pero en la música popular se pueden escuchar en hits de todo tipo. Si van a un estudio acá en Buenos Aires seguro habrá una”. Como su exploración del registro barítono se remonta a las últimas dos décadas, combinó piezas de One Quiet Night (2003), What It’s All About (2011) y su más reciente MoonDial (2024). Este último, según comentó también en medio del concierto, surgió luego de haber encontrado las cuerdas perfectas, que le permitieron dar con un sonido clásico pero de afinación particular que había buscado durante años. Esas cuerdas, contó, son de la marca argentina Magma Strings, que compró por internet en medio de una gira y la prueba fue tan convincente que se metió a grabar todo el disco con una sola guitarra y esa marca de cuerdas que aún hoy utiliza. Durante ese segmento, en el que se sucedieron temas propios y ajenos sin descanso, sobresalieron “Garota de Ipanema”, de Jobim, “Here, There and Everywhere”, de The Beatles y “Last Train Home”, uno de los clásicos de Pat Metheny Group en los 80.
Hacia la segunda mitad, Pat Metheny pasó a la eléctrica por un buen rato para entregar el sonido que lo caracterizó a lo largo de su carrera: melodías extendidas con ligados que encuentran la manera de que cualquier combinación de notas sea cantable y evocativa. Para “K.C. Blues”, homenaje al mismo tiempo a Charlie Parker y a Kansas City, donde dio sus primeros pasos como músico, marcó primero un clásico walking de bajo en la cuerda más grave que loopeo y sirvió como base para una improvisación que nunca perdió su carácter blusero. Llegado el final, los asistentes quitaron más fundas y el escenario terminó su por convertirse ahora sí en un laboratorio electroacústico. A las guitarras y bajos se sumó el orchestrion, una maquinaria musical que recupera un concepto que tuvo su primer modelo a mediados del siglo XVIII y en esta versión incluye platillos, campanillas, vibráfonos, módulos de guitarra controladas por MIDI y otro montón de artefactos sonoros que suenan a comando. En ese plan sonó “Sueño con México”, superando el desafío de que el despliegue técnico no opaque la búsqueda musical de la pieza.
El final
Ya sobre los varios bises, Metheny volvió a sus acústicas y se paseó por composiciones propias y ajenas, en las que intercaló un fragmento del clásico leitmotiv de Misión Imposible, en claro homenaje a Lalo Schifrin, compositor de la pieza, una de las más reconocibles de la historia del cine. Pero el gran bis de la noche sucedió detrás de los telones y en privado.
“Pedro es uno de los músicos más talentosos que yo he conocido”, le había dicho a LA NACION Pat Metheny sobre Pedro Aznar en una entrevista exclusiva antes de su llegada a Buenos Aires. “Y tal vez uno de los mejores cantantes de la historia. Está en una categoría única”. Ambos músicos compartieron gira y estudios de grabación cuando Aznar se sumó como percusionista y vocalista del Pat Metheny Group en la década del 80. Allí, el argentino participó de First Circle (1984) y The Falcon and the Snowman (1985). En la misma entrevista, Metheny recordó que Aznar, que hasta ese momento tenía al bajo eléctrico como instrumento principal, aceptó el desafío de unirse al grupo para tocar percusiones. “Se puso a tomar clases y estudiar durante una semana, audicionó por teléfono y consiguió el puesto. Para mí tiene un lugar muy especial”. A partir de esa pregunta, Metheny reconoció que hacía mucho no se veían: “Nos mandamos mails de vez en cuando, ahora hace un tiempo que no lo hacemos. Él casi nunca está en Buenos Aires cuando voy, porque también gira mucho. Ahora que lo decís, debería mandarle un mail hoy mismo, no lo había pensado”. Finalmente, esos cruces de mensajes se dieron. Pat Metheny y Pedro Aznar volvieron a verse después de más de 30 años, este viernes en los camarines del Gran Rex.
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