Teatro Colón: una Aida para el recuerdo
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Aida, ópera de Verdi. Elenco: Mónica Ferracani (Aída), Enrique Folger (Radamés), Guadalupe Barrientos (Amneris), Leonardo López Linares (Amonasro), Lucas Debevec Mayer (Ramfis) y elenco. Dirección escénica: Roberto Oswald (reposición de Aníbal Lápiz). Dirección musical: Carlos Vieu. Coro, Orquesta y Ballet Estables del Teatro Colón . Teatro Colón, función del Abono Vespertino. Nuestra opinión: Muy buena
Como evento central del festejo por los 110 años de vida del Teatro Colón, en cuya función inaugural se representó Aida, la dirección optó por reponer la puesta que, para la ópera de Verdi, realizó Roberto Oswald, en 1996, tarea que estuvo a cargo de Aníbal Lápiz.

Increíblemente, la primera función estuvo a cargo de un elenco todo argentino, una rareza absoluta dado que son cantantes internacionales quienes, habitualmente, tienen a su cargo los estrenos de las (pocas) óperas que el Colón ofrece a su público. Y menester es destacar que, más allá del inmenso prestigio y la solvencia de los visitantes que cantarán en la función de mañana, más allá de algunos detalles menores, los cantantes argentinos demostraron, fehacientemente, que muy bien pueden cumplir con la tarea.
Aida es, una gran ópera, un género dramático francés, que Verdi conocía sobremanera, que tiende a lo espectacular, con números abundosos en escena, muchas escenas corales y escenografías fastuosas. Al tono con lo que Aida requiere y permite, y, además, según era su costumbre, las ideas de Oswald se basan, esencialmente, en los aspectos escenográficos (ciertamente, imponentes), en vestuarios de lujo exacerbado y ajenos a la veracidad histórica (salvo los miserables presos etíopes, todos los personajes, hasta la esclava Aida, lucen atuendos esplendorosos, con gasas de diferentes tonos y joyas, tocados opulentos y brillos por doquier) y en el desfile incesante de séquitos de soldados, sacerdotes, guardias, sirvientes y, también, bailarines. Todo mayormente estático y estatuario, con escasas o nulas marcaciones o indicaciones actorales. Uno a uno, todos los cantantes, sin desmerecer sus intenciones ni, mucho menos, sus contribuciones vocales, inmóviles en la escena, apelaron a gestualidades tan mínimas como estereotipadas. También es necesario consignar que los movimientos multitudinarios, más allá de su reiteración o su previsibilidad, siempre lucieron ajustados y fueron llevados adelante sin tropiezos.

Con la dirección de Carlos Vieu, muy acertada en todos sus conceptos, y los muy buenos desempeños de la orquesta y del coro, la ópera, en cuatro actos, sólo tuvo una única interrupción. En la primera parte, la energía vocal de los cantantes masculinos y el buen caudal de Guadalupe Barrientos, dejaron al canto de Mónica Ferracani –mucho más lírico que intensamente dramático– en un relativo segundo plano. Sin embargo, aquellas intervenciones un tanto aéreas de la soprano argentina, quedaron en un rápido olvido cuando, en la segunda parte, entonó su extrañamiento por su tierra en "O patria mia" de modo consumado, intenso y sumamente musical. Desde ese instante y hasta el final, incluyendo los dos dúos con Amonasro y con Radamés, Ferracani construyó una Aida memorable y, además, confirmó que se puede confiar en ella para sostener protagónicos en el Colón. Los mismos elogios deben dispensarse a Guadalupe Barrientos, una mezzo dramática con bajos profundos y agudos vigorosos y con una gran maleabilidad a todo lo largo de su registro. En suspenso quedaron sus muy reconocidas dotes actorales que, en esta ocasión, no contaron con la guía que pudiera extraerlas y encausarlas. Potente, aunque a veces demasiado impetuoso y rozando cierta rusticidad, Enrique Folger no tuvo inconvenientes para florearse por esos agudos exigentes, casi demoníacos, con los que Verdi elaboró el papel del héroe victorioso y enamorado. Correctos y solventes, también hicieron sus trabajos el bajo Lucas Debevec Mayer y el barítono Leonardo López Linares.
En la función del abono vespertino confluyeron el festejo por el aniversario del teatro, la maravillosa música de Verdi, la imponencia de la puesta, las certezas del director y la orquesta y, como factor determinante, el muy buen desempeño del elenco nacional. La suma de todas ellas explotó vociferante y tumultuosa en una ovación final absolutamente comprensible. Los ciento diez años del Colón habían tenido una muy buena celebración.
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