
Noches de magia con Schubert
Doris Petroni, Víctor Torres, Daniel Suárez Marzal y Patricia Averbuj recrean lo mejor de una leyenda como Schubert.
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Mejor que entrar en el análisis de si es válido escenificar el ciclo de lieder de Schubert, una de sus grandes creaciones artísticas es señalar de inmediato que Víctor Torres coronó un desempeño excepcional como intérprete al punto de considerarlo como el mejor especialista de nuestro país desde la época de esplendor de Angel Mattiello y Víctor De Narké.
Consustanciado con el delicado micromundo sonoro y dotado de condiciones vocales de primer orden, no se duda en afirmar que el cantante ha adquirido un rango suficiente como para justificar sus recientes éxitos en Europa, lanzado en una carrera internacional.
La voz de Torres es aterciopelada, de color cautivante, sonora y matizada. Su escuela es sólida como para emitir con naturalidad y regular sin esfuerzo los pasajes de sonido delicados a los potentes y exuberantes. Su fraseo es refinado y posee sensibilidad como para que su canto transmita emoción.
Esas cualidades, sumadas a su imponente figura, nos recuerdan la nobleza expresiva y el hermoso sonido del célebre bajo alemán Franz Crass, conocido en Buenos Aires en varias temporadas líricas entre 1963 y 1971.
Por lo tanto fue un deleite escuchar la obra de Schubert, que por otra parte tuvo en la pianista Patricia Averbuj a una intérprete segura desde el punto de vista técnico e ideal en cuanto al encuadre estilístico, dinámicas y matices.
Equilibrio emocionante
La idea de Daniel Suárez Marzal de escenificar un ciclo que sugiere un triste y fatigoso viaje de un vagabundo, quizás el poeta abandonado por su amor o quizás el propio músico que presiente su fin, resultó válida, más no agregó nada sustancial (seguramente no hubo esa intención) al valor intrínseco de la obra, emocionante equilibrio entre poesía y música.
Podría haber perturbado la audición, pero no fue así porque Marzal es un artista de refinada sensibilidad y vasta cultura que de ninguna manera podría haber traicionado a sus dos pasiones, el teatro y la música. Entonces, todo el planteo fue sugerente y atinado, sin aristas cortantes ni efectos grandilocuentes. La música no fue perjudicada y, por el contrario, el decir de los poemas cantados se hizo más expresivo frente a la necesidad de Torres de resolver una acción actoral.
Apenas unas pinceladas para la partida, sugerir el agua donde el vagabundo ve sus propias lágrimas o el agua congelada, el relato que le ha dado albergue un carbonero, el sueño feliz y luego la desilusión en una atmósfera irreal, el rechazo del vagabundo a la serenidad de la noche y el anhelo de una tormenta.
No faltó la sensación de envejecimiento, el caer de hojas, una luz vacilante que quizás fuese una ilusión, un cartel que podría ser el camino hacia su propia tumba, el descarnado cementerio, la alucinante visión de tres soles y la amistad final con un afinador de órganos, entre otros detalles de los versos de Müller.
La creación simbólica de una mujer que se transmuta en la muerte y en el destino acompañando dulcemente pero con sarcasmo al protagonista en el desesperante y heladamente inhumano viaje estuvo a cargo de la actriz Doris Petroni, de indudable solvencia actoral, pero sin llegar a lograr acabadamente una imagen aún más etérea y enigmática.
Daniel Suárez Marzal fue el organillero y dijo versos alejandrinos con una reducción y adaptación a partir del poeta original, para contribuir a la unidad de la acción, lógicamente doliente y parsimoniosa reforzadas en este aspecto por una atmósfera lumínica acorde y por el marco del teatro, cuya platea fue trasformada en una especie de taberna como las visitadas por los amigos de Schubert en sus bohemias reuniones de vino, canto y violines.
Mesitas iluminadas con una vela, un rojo vino servido por una simpática camarera, el sublime arte del lied con un intérprete excelente y la posibilidad de encontrar el calor de la amistad entre un público desconocido, pero con similares ideales espirituales, hizo que la noche en el Xirgú fuera de esas que reconfortan la vida y no se olvidan, pese a la ausencia de un bocadillo.
Durante octubre y noviembre, los sábados a las 21 habrá dos Schubertiadas dedicadas a la música de cámara (piano a cuatro manos y el cuarteto "La muerte y la doncella"), algunos lieder y los poco conocidos dúos vocales para barítono y mezzosoprano. ¡Qué delicadeza!





