
Paloma Herrera, hada del ballet
Espectáculo coreográfico. "La bella durmiente". Música de Piotr Tchaikovsky. Coreografía de Peter Wright según la original de Marius Petipa. Repositora: Louise Lester. Artistas invitados: Paloma Herrera y Ethan Stiefel. Con Cecilia Mengelle, Alicia Quadri, Marta Desperés, Graciela Bertotti, Lila Flores, Miriam Coelho, Adriana Alventosa, Gabriela Alberti, Eugenia Padilla, Karina Olmedo, Silvina Vacarelli, Alejandro Parente, Leonardo Reale, solistas y cuerpo de baile del Ballet Estable. Escenografía y vestuario de Philip Prowse. Produccción del Birmingham Royal Ballet. Director de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires: Javier Logioia Orbe. Teatro Colón. Nuestra opinión: excelente.
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El superclásico "La bella durmiente" es la obra magnífica para el cierre de una temporada, la que finaliza para el Ballet del Teatro Colón. Quizá por no saber qué destino tendrá a partir de enero del 2000, ya que no hay director designado ni temporada planificada, la conmoción fue mayor, tanto por parte de los bailarines, cuya entrega fue a full, como del público, que respondió con fervor.
Con un prólogo y tres actos, la duración (tres horas) parece mucha. Aunque tenga un romántico argumento en el que se confrontan, como siempre en las piezas de este período, el bien y el mal; aunque se trate de un cuento de hadas (inspirado en el de Perrault) que permite que vuele la fantasía, esta obra es la que menos "escapes" emocionales permite a la protagonista, Aurora. En ella se centra la acción, desde que nace, en una época inspirada en la de Luis XIV y en la moda y la arquitectura que predominaron según los gustos del Rey Sol, lujosas hasta el paroxismo: así es la puesta.
Es en su bautismo cuando sobre la beba cae la maldición del hada maléfica, Carabosse, no invitada al festejo. Ofendida, jura que cuando llegue a la adolescencia morirá herida por la aguja de un huso. Así, el hada de las Lilas, la buena, encuentra la salida diciendo que, cuando ese momento llegue, la chica quedará dormida hasta que un hombre la despierte con un beso.
Llevado al ballet, el relato se convierte en una maravillosa sucesión de números que tanto abarcan al cuerpo de baile, solistas bailando en conjunto o en variaciones. Sobre todo, las de las otras hadas, todas positivas, que, además de la de las Lilas, son seis. Cada una lleva el nombre de algún atributo (modestia, honor y otros) que donarán, como regalo, a la princesita. Cuando Aurora cumple los dieciséis, sus padres encontrarán propicio el momento para que elija pretendiente. Es la primera aparición de la bailarina que representa a la protagonista, en este caso, Paloma Herrera. Su actuación es soberbia, porque aquí se prueban las máximas instancias del virtuosismo técnico de una artista. Es una chiquilina alegre e idealista, sin temperamento que la defina. Lo dificultoso que imaginó Petipa fue explayar el mayor purismo del vocabulario académico. Al efectuar cada parte, no hay carácter o dramatismo por donde huir de la perfección clásica exigida por el coreógrafo. Sólo bailar sin demostrar el enorme esfuerzo que significan los pasos.
Ideal intérprete
Un ejemplo es el famoso Adagio de la Rosa, en el que permanece en equilibrio en actitud de derriére tomando y soltando, alternativamente, la mano de sus cuatro admiradores. Luego, deberá hacer lo mismo agregando un giro, sin bajar jamás de la punta, por supuesto, sostenida por una sola pierna. Con naturalidad, Paloma hizo un hito de este fragmento. La mayoría de las bailarinas, excepto las grandes, suele concentrarse en no desequilibrarse, por lo que su mirada no se posa en la de los caballeros.
Herrera, en tanto, se mantiene firme como estatua, dice todo con su cara radiante, saludando con leves gestos de la cabeza a los partenaires. Ha superado la técnica para dar libertad a la danza en sí. No hay exhibicionismo. Sin embargo, la técnica es el paradigma del clasicismo y de su estética. En su variación y coda, estuvo encantadora, sin tacha. Su Aurora va de la graciosa joven de esta primera parte a la ensoñadora y suave de la escena de la Visión, cuando el príncipe Florimond intuye que una mujer conquistará su corazón. Guiado por el hada buena, peleando con determinación contra Carabosse y su séquito, se obra el milagro: Florimond besa a Aurora y todo vuelve a la vida.
Sólo en este segundo acto y en el último actúa el varón. Es la primera vez que Ethan Stiefel, estrella del American Ballet Theatre, al igual que Paloma, actúa en Buenos Aires. Su técnica es impecable; su estampa, noble y volátil y su lucimiento en la variación y coda de Grand Pas de Deux del tercer acto (las Bodas de Aurora) afirmaron su alta escuela y el purismo con el que maneja la batería, los saltos, los giros y las terminaciones, además de su refinada línea, acorde con el estilo y la imagen que debe dar en esta obra.
El final es una recepción que celebra el matrimonio de los enamorados. Allí asistirán personajes de los cuentos de Perrault, y habrá bailes como los singulares de El gato con Botas y la Gata Blanca (Silvina Vacarelli y Rubén Gallardo), muy simpático, o el de Caperucita Roja y el Lobo (Marta Desperés y Vagran Amabartsoumián), que provoca algo de miedo. Coronado por el brillante pas de deux de Aurora y Florimond, el final fue apoteósico, todos interpretando un deslumbrante divertissment y una lluvia de papeles dorados cayendo sobre el escenario.
Excelente Cecilia Mengelle (el hada de las Lilas) y muy en su papel de malvada Alicia Quadri, como Carabosse. El cuerpo de baile estuvo excelente y se destacaron, en partes solistas, Maricel De Mitri, Gabriela Alberti, Silvina Vacarelli, Eugenia Padilla, Adriana Alventosa y Miriam Coelho. En el pas de deux "Pájaro azul" brilló Karina Olmedo, pero Alejandro Parente no tuvo la técnica suficientemente limpia que su parte requiere, sobre todo en la intrincada batería. Entre los varones, Leonardo Reale, José María Varela, Edgardo Tabalón y Vagran Ambartsoumián lucieron homogeneidad y fuerte potencial en el pas de quatre del último acto.
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