Carla Pandolfi: del consejo de Darío Grandinetti y el llamado de Guillermo Francella a las jugadas escenas de su última película
Es una de las actrices más prolíficas de su generación y protagoniza, junto a Luis Machín, Desbarrancada, film que desnuda la hipocresía social en tiempos de dictadura
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“Nací en 1982 y la película transcurre en 1977, así que había algo en la experiencia de vida no transitado por el cuerpo, pero sí a través de lo que uno supo leyendo la historia; tuve que encontrar, traducir, aunque nada sería parecido a la experiencia real, pero sí entender el rol de la mujer en esa época, indagar en la mujer objeto y en cómo, en el seno de la familia burguesa en la que vive mi personaje, pudo rebelarse”. Carla Pandolfi vuelve a transitar desde su pensamiento la idiosincrasia del ser que le tocó componer en Desbarrancada, el film dirigido por Guadalupe Yepes, que acaba de estrenarse en un nutrido circuito de salas, material en el que la actriz comparte el protagónico con Luis Machín.
Llega puntualmente a la entrevista con LA NACION, en medio de un recreo de Ventana Sur, el espacio de intercambio en América Latina en el que la industria cinematográfica ofrece ideas, proyectos y materiales. En algo anda esta mujer nacida en Córdoba, casi en la frontera con Santa Fe, y que, desde su radicación en Buenos Aires no ha dejado de trabajar.
Entre sus últimas creaciones también se encuentra la composición de Marina Iñazú, el personaje que le tocó poner de pie en Envidiosa, protagonizada por Griselda Siciliani, uno de los grandes éxitos de las últimas temporadas de la plataforma Netflix.
“No pongas que lloro”. No implora ni determina. Se mofa de su tendencia al lagrimeo cada vez que repasa su historial de sueños, esfuerzos y concreciones laborales y personales, de ambas tuvo unas cuantas. Saltó a la visibilidad pública a través de un reality -Lux Star (eltrece)- y fue parte de la factoría Cris Morena cuando rodó Erreway cuatro caminos. Hizo mil y un bolos y compartió el escenario de la recordada pieza Baraka con Darío Grandinetti, Hugo Arana, Juan Leyrado y Jorge Marrale, bajo las directivas de Javier Daulte.
Pisó el Parque Lezama de Juan José Campanella acompañando a Luis Brandoni y Eduardo Blanco y fue parte de los repartos de los films Matrimillas y Granizo, exhibidos por Netflix. De hacer sabe. Y de aprovechar los golpes de suerte, motorizados por su trabajo, también. Así fue como llegó a la mira de Guillermo Francella, quien la convocó para la versión escénica de Perfectos desconocidos, y al radar de Adrián Suar, con quien compartió el escenario de la comedia Inmaduros. “Es un líder muy positivo”, dirá sobre el pope de eltrece, hoy también abocado a la dirección teatral y cinematográfica.
“La actuación me revela zonas y una parte de este oficio es contar ideas e historias”, define sobre su arte.

-¿Por qué actriz?
-Siempre me gustó la actuación, transitar otras vidas. Cuando era chica no entendía cómo solo se podía vivir una sola vida. Creo que todas las existencias son interesantes y ese fue mi motor para vincularme con la actuación.
-Incluso la atracción de ser aquella de ficción con la que no compartís valores ni ética.
-Me sucedió con la mujer policía de En el barro. Me pregunto siempre qué sentirá ese tipo de personajes.
-¿Cómo resultó esa experiencia?
-Fue el tercer proyecto que hice para Underground y, es curioso, porque siempre me ven del lado de la ley. Soy muy estricta y prolija con mi trabajo, seguramente ahí hay algo que les “matchea” con el rol.

En la productora fundada por Sebastián Ortega también rodó Diario de un gigoló, donde compuso a una fiscal. “La pensé como una sueca, desde un lugar muy austero”.
También bajo la producción de Ortega, con su rol en la serie Un gallo para esculapio, dirigida por Bruno Stagnaro, logró repercusión. “Hay que hacer las cosas bien y eso genera que te vuelvan a llamar”, asegura.
Aquellas calles
Nació en Leones, un pequeño pueblo que tiene más de santafesino que de cordobés. Acaso por eso, Carla Pandolfi tiene poca tonada arrastrada y se aspira algunas eses. Ni mucho ni tan poco. Si bien, al conversar con ella, emerge un aire campechano, lo cierto es que la identidad porteña y el trabajo de la actuación también atravesaron su forma de decir.

“Fue difícil instalarme en una ciudad como Buenos Aires, que nada tiene que ver con mi lugar de origen”. Leones es la Capital Nacional del Trigo y se encuentra a 465 kilómetros del Obelisco. “Mi viejo deja el auto con la llave adentro, eso sucede todavía, pero, llegar a una ciudad donde era una más, me encantó”.
-Un anonimato que no existe en tu lugar natal y que, evidentemente, no te repelió de Buenos Aires.
-En un pueblo, todo lo que uno hace, se sabe. El anonimato me atraía, pero me costó la falta de lazos que hay entre la gente. En mi pueblo, golpeás una puerta y te abren para ayudarte. Acá hay que ganarse el espacio.
-¿Qué sucede en el medio artístico? ¿Es hostil para el recién llegado?
-Para alguien que nació en Buenos Aires hacerse camino en el mundo de la actuación también es difícil, creo que todos jugamos con las mismas posibilidades. Me considero muy afortunada, porque tuve un deseo desde muy chica y pude trabajar de lo que siempre soñé, en ese espacio donde me visualicé.
-¿Regresás con regularidad a tu pueblo?
-Si no estoy haciendo teatro, voy más seguido.
-¿Cuál es el recibimiento de tus vecinos?
-Allá soy la de siempre, estoy con mi familia, me pongo las zapatillas y voy al club, pero, los hijos de mis amigos, a quienes vi nacer, me piden sacarse fotos conmigo.
Cada vez que vuelve a pisar su tierra aparece el recuerdo de Rita, la única abuela que conoció y que falleció hace tiempo. “Siempre viene su imagen a mí”. Se emociona y llora. Reconoce que no hay grandes cicatrices en su piel ni dolores insondables, pero aquella partida de un ser neurálgico para la familia aún hoy le duele.
-¿Nunca hubo dudas vocacionales?
-No, este era mi deseo.
Y, otra vez, se desploma en un llanto tan profundo que hasta genera culpa en el interlocutor. “Tengo muchos amigos que tuvieron ganas de hacer algo y no pudieron. Hay mucha gente con más condiciones que yo y no les pasó. ¿Por qué? Hay una parte que es uno y su potencial, pero también es dar con las personas que te pueden ver y te dan una posibilidad”. Y sigue llorando, entendiendo esa emoción también como una señal de agradecimiento a ese destino cumplido con creces. A un camino que se desarrolló en la dirección correcta y con viento a favor.

“Hice todo un trayecto estudiando teatro. De Leones me fui a Bell Ville y de ahí a Villa María, antes de recalar en la universidad en la ciudad de Córdoba”. Luego del periplo por su provincia natal, dio el paso hacia Buenos Aires. “Acá hice la escuela de Raúl Serrano”.
Reconoce que, durante mucho tiempo, tenía el temor a equivocarse sin reparar en capitalizar el error: “Pensaba que un paso en falso podía ser el pasaje de regreso a Córdoba”.
-¿Cómo fue que Guillermo Francella reparó en vos?
-Me vio en un comercial. En ese momento, él estaba dirigiendo Perfectos desconocidos y, como Merecedes Funes dejaba su lugar, necesitaba una actriz para reemplazarla. Antes, los productores me habían tanteado para ese proyecto, pero yo estaba embarazada de mi segundo hijo y no pude hacerlo.
-¿Cómo fue ese encuentro con Francella?
-Le dije “Guille, en mi casa se veían tus trabajos, De carne somos, La familia Benvenuto”. De chica, imitaba tanto a Juana Molina como a Guillermo Francella. Cuando le conté todo eso, se sorprendió mucho.
Además de Perfectos desconocidos, la actriz también participó en Granizo, film protagonizado por Francella y, durante la temporada 2026, volverá a trabajar con el actor en Desde el jardín, la versión teatral del film recordado por un gran protagónico de Peter Sellers.
La obra se podrá ver en el Metropolitan de Buenos Aires con Andrea Frigerio conformando el rubro principal junto a Guillermo Francella. “La ayuda llega cuando alguien te ve y te convoca”, afirma Pandolfi, buscando decodificar su buena estrella.
Contar la hostilidad
En el film Desbarrancada, compone a Gina, una mujer que intenta tener un hijo con su marido, un empresario vinculado de manera oscura con el poder militar de la época, y, a su vez, se ve atraída por un cuidador de caballos que trabaja para su familia, de muy buena posición social.

Dobleces, hipocresías, mandatos, se ponen en juego y se hacen trizas en la trama pergeñada por la directora Guadalupe Yepes, quien también es actriz y conoce la experiencia de pararse frente a cámaras. “A la hora de componer busqué puntos en común con mi historia que me resonaban a partir de lo que la directora me indicaba”, sostiene la actriz.
-¿Cuál fue ese puente?
-Vengo de una familia de clase media, con una mamá ama de casa, pero que siempre quiso dedicarse a lo artístico. Sin embargo, en la época había algo instaurado que era acompañar al hombre y relegar un montón de cuestiones que tenían que ver con deseos y proyectos personales. En esas vivencias, de la mujer de la época, de mi pueblo, fui hurgando para armar a mi personaje.
Desde lo físico también hubo una búsqueda: “No pertenezco al status narrado en la película, pero tengo un ´pysique du role´ que calzó bastante bien. Fue un gran trabajo domesticar mi físico, porque soy más despatarrada que el personaje”.
-En el film hay escenas de desnudos que son jugadas física y emocionalmente. ¿Cómo llegás a esa zona de interpretación?
-Fue la primera vez con experiencias tan crudas, ya que se trata de tres situaciones físicas de mucha violencia.
-Desnudo y violencia.
-Vengo trabajando en otros proyectos donde aparece la figura del “coach de intimidad”, pero me gusta establecer directamente el código con mi compañero, en ponerme de acuerdo. Plantear hasta dónde me animo, cuál es el límite de ambos.
En este caso, sus charlas fueron con Luis Machín, Pepe Monje y Francisco Andrade, los actores con los que le tocó atravesar situaciones de exposición física e intimidad narrativa. “En el marco de la ficción y la actuación, tengo una gran desinhibición con mi cuerpo, pero, en mi vida personal, tengo muchos más pudores”.
-En la ficción te escuda un personaje.
-Y siento que mi instrumento de trabajo es mi cuerpo, así estamos formados los actores, no tengo prurito con esto. Incluso, elegí, en algunas escenas, no utilizar prótesis.
Se refiere a dispositivos que se colocan entre los cuerpos para que el contacto de las pieles de los actores no sea real. En Casi feliz, la serie protagonizada por Sebastián Wainraich, interpretó a una hippie que recibía en topless al personaje interpretado por el conductor radial. “Cuando alguien se desnuda, el problema es del otro”.

“Estuve muy oscura durante el tiempo de rodaje, en este tipo de historias no podés entrar y salir”. La mujer destratada, vejada y, en un marco de dictadura, convertían al personaje de Gina en un ser desamparado en todos los aspectos.
Carla Pandolfi tiene dos hijos, a diferencia del personaje de ficción que no logra concretar el deseo de la maternidad: “En los pueblos, como el que yo nací, se mira mucho ese tipo de cosas. Mi personaje, de casi 38 años, no tiene hijos, y eso es comentario en una comunidad pequeña. Además, su marido la culpa porque quedó embarazada y lo perdió”. Radiografías de una sociedad patriarcal.
Más luminosa es la narrativa con la que debutó como protagonista-performer de un espectáculo para un solo intérprete. En el campo teatral, y a partir de una propuesta del director Alberto Lecchi, protagonizó Ana por la ventana, que obtuvo buena repercusión en el circuito teatral independiente y que espera reponer durante la temporada 2026. La dramaturgia de Alfredo Allende dibujó a una mujer que, a partir de un hecho fortuito, inicia un camino de búsqueda personal, de hallazgo de la felicidad y de cambio de destino.
“Al ver Desbarrancada en el cine, lloré“, confiesa poco antes de la despedida y, cuando se le consulta qué consejo de algún compañero consagrado recuerda haber recibido en sus inicios, no duda: ”Era muy chica cuando hice Baraka y recuerdo que Darío Grandinetti, cuando yo ´puchereaba´ por algo, me decía ´te falta cuero, calle, andá, viví, probá, equivocate´, me alentaba a hacer siempre más”. Y cumplió.
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