El diputado viajó con su familia a California para reencontrarse con su hijo mayor
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No es fácil armar el mapa de la familia De Narváez. Las fotos no ayudan: hijos y nietos se confunden. "Tenemos una combinación poco común", dirá más adelante el diputado nacional por el partido Unión Celeste y Blanco. Fue padre en el siglo XX, cuando comenzaba su carrera como empresario, y volvió a ser papá casi treinta años después, en el siglo XXI, cuando ya había forjado nombre propio como político en la provincia de Buenos Aires. Hoy tiene seis hijos y cinco nietos. Hay algunos detalles curiosos en su árbol genealógico: además de que en cada generación se repite un "Francisco", los nietos mayores son más grandes que los hijos menores.
El cumpleaños de Paco (36), su hijo mayor, polista profesional que vive en Santa Barbara (California) buena parte del año, fue la excusa perfecta para visitarlo. Sin agenda ni reuniones políticas, Francisco de Nárvaez (59) se dedicó a consentir a su mujer, Agustina Ayllon (41), a sus tres hijos menores, Milena (8), Juan (5) y Antonio (3), y a dos de sus nietos, Paquito (4) y Begonia (2). Eligió una casa frente al mar para su estadía y organizó la vida familiar con dos prioridades: contacto con la naturaleza y juegos. De vuelta en Buenos Aires, le contó a ¡Hola! Argentina todos los detalles.
–Tenés nietos de las edades de tus hijos más chicos. ¿Cómo vivís esta segunda vuelta de tu paternidad?
–En mi familia se da una combinación poco común: tengo nietos mayores que mis hijos. La verdad es que ahora vivo la paternidad de una forma más intensa. Cuando nació mi primer hijo yo tenía 23 años, y a esa edad uno no es tan consciente de lo que implica ser papá.

–¿Sos un padre consentidor o sos de los que ponen límites?
–Soy malcriador, y a mucha honra. Y los tres hijos que tenemos con Agustina –Milena (8), Juan (5) y Antonio (3)– lo saben, igual que la mamá. En general, los procesos de negociación terminan con "preguntale a tu papá", y papá cede.
–¿Los límites los pone Agustina?
–Sí. Igual, en su casa eran seis hermanos, con lo cual ella también tuvo una convivencia muy integrada, pero es verdad que es más rigurosa. Creo que cuando los hijos son chicos la madre tiene un rol un poco más contenedor y ordenador, y el padre, uno más permisivo. Tal vez más adelante eso cambie.
–¿En qué los consentís?
–Acabamos de adquirir un nuevo miembro en la familia. Se llama Guapo, y es un cachorro labrador color chocolate. Y, aunque al principio Milena decía "voy a ser la que limpie y le dé comer a Guapo", ahora duerme conmigo y Agustina, justo en el medio de la cama.
–¿Te reconocés más miedoso, más obsesivo o más flexible que hace treinta años?
–Siento que con los años empezás a ser más consciente del dolor que te puede producir que le pase algo grave a un hijo. Yo tengo seis chicos, no importan sus edades, lo único que no quisiera es que les pasara algo.
–¿Qué actividades o momentos compartís con todos tus hijos?
–Cuando los mayores eran chicos nos mudamos a Luján, a una chacra grande, así que cuando decimos "nos vemos en casa" es "nos vemos en Luján". Y ese lugar lo compartimos todos: los grandes, los chicos, los nietos. Además, tiene una motivación de campo, hay caballos, perros… Si llueve salimos con botas de lluvia, andamos en el barro, nos encajamos. Ahí compartimos la vida en familia y la mesa de los domingos.
–Con los varones compartís el polo. ¿Jugaste con Paco en Santa Barbara?
–Bueno, anduvimos a caballo todo lo que podíamos, algo que a todos nos gusta. Y jugué un par de prácticas. Más bien diría que ellos jugaban y yo miraba de adentro de la cancha, porque ya estoy retirado. [Risas.] Me gusta taquear con mis chicos. Paco es un buen jugador, Martín también, y nos divertimos. Los menores andan de acá para allá con sus taquitos, esperando el momento de entrar.

–A partir de tu ingreso a la política, ¿cambió la dinámica familiar en cuanto a horarios y hábitos?
–Sí, cambió mucho. Los sábados, por ejemplo, tanto Agustina como yo trabajamos. Y la política tiene mucha actividad de noche: reuniones, comidas. Eso te obliga a ajustar ciertas costumbres y horarios.
–¿Qué te perdés de la vida cotidiana de tus hijos por tu actividad política?
–Me pierdo la parte de bañarlos y acostarlos a la noche. Agustina no, ella siempre trata de estar en casa a esa hora. Yo sí o sí los levanto a la mañana y desayuno con ellos, no importa a qué hora me haya acostado.
–¿Cómo es la relación de tus hijos con la política?
–Los mayores aceptan mi decisión de hacer política, y me han bancado en todo. Pero no es que les cause una gran alegría. Sé que se sienten orgullosos de lo que hacemos, pero no les resulta del todo agradable haber perdido cierta privacidad, aunque la gente siempre los trata bien. Los más chicos lo viven distinto, más naturalmente, y quizás Antonio ni se dé cuenta porque está creciendo con eso.
–¿A los menores les explicaste de qué trabajás?
–Sí, de una forma que ellos puedan entenderlo. Igual, en tiempos de campaña, mis hijos creen que trabajo en televisión.
–A los políticos se los critica porque están alejados de la realidad. ¿Cómo hacés para que tus hijos tengan contacto con lo que pasa?
–Esa es la principal preocupación que tenemos con Agustina: no queremos que crezcan en una burbuja. Y los dos intentamos que tengan los pies sobre la tierra con cosas pequeñas, porque todavía son chicos. Queremos que entiendan que nosotros vivimos una situación de privilegio y que tienen que rendir en consencuencia. Por lo menos a mí me criaron así. Yo crecí en una familia que tenía una buena posición económica, pero siempre me enseñaron que eso requería de mí multiplicar el esfuerzo.
Texto: Gabriela Grosso
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