Christian Slater empezó a trabajar como actor cuando tenía 10 años y en la adolescencia se convirtió en uno de los intérpretes más buscados por Hollywood y la policía
En Hollywood las carreras y las vidas de algunos de sus actores más talentosos y problemáticos se suelen medir en referencia a dos ejemplos con comienzos similares y finales muy distintos. Por un lado, está la escala Robert Downey Jr, un intérprete que comenzó a trabajar durante su adolescencia al que rápidamente su habilidad lo llevó a proyectos de alto perfil y su adicción a las drogas al borde de la muerte con un paso intermedio por la cárcel y un renacimiento artístico y personal, impensado durante sus etapas más oscuras, que acaba de alcanzar su punto más alto con el Oscar que consiguió por su papel en Oppenheimer. Del otro lado del espectro está el caso de River Phoenix, que también se transformó en uno de los actores más solicitados de la industria desde la adolescencia gracias a su enorme talento y una fotogenia de la que Hollywood no parecía cansarse. Su muerte prematura ocurrida en 1993, cuando el actor tenía 23 años, resulta desde entonces una advertencia sobre las consecuencias de la fama excesiva y su relación con el consumo de drogas.
Claro que entre los dos extremos, entre el resurgir de Downey Jr. y la tragedia de Phoenix, existen otras historias de triunfos tempranos y ocasos acelerados que no derivan en papeles de superhéroes mega taquilleros ni, por suerte, en la muerte aunque sí demuestran la vocación iconoclasta de la industria del entretenimiento con sus integrantes más vulnerables. Tal vez el mejor ejemplo de esa operación caníbal en el mundo del espectáculo sea Christian Slater, un profesional de la actuación desde los 10 años que tuvo una carrera explosiva entre la adolescencia y la primera adultez y que a poco de cumplir los 30 años desapareció del mapa, fue a la cárcel, salió y volvió para contar su historia plena de éxitos y fracasos -laborales y personales- que atravesó a la vista de todo el mundo.
Para quienes conocen a Slater mayormente por su trabajo en la notable serie Mr. Robot, conviene recordar que en sus primeros años como actor, un torbellino que empezó en Broadway, fue el protagonista de algunas de las películas más destacadas de la década del 80 y principios de los noventa. De padre actor y madre directora de casting, su carrera como intérprete comenzó casi como una extensión de la vida familiar. En 1980, a los diez años, fue seleccionado para trabajar en una nueva puesta de The Music Man, un exitoso musical que protagonizaba Dick Van Dyke. Un año después integró el elenco de Copperfield, otra exitosa puesta teatral. En 1982 tuvo un papel en Macbeth y luego protagonizó el musical Merlín. A los 15 años, Slater, ya un veterano de los escenarios con alguna experiencia en la TV, debutó en cine con la película La leyenda de Billie Jean, en la que interpretaba al hermano de la protagonista, una joven rebelde que huía de la ley a través del estado de Texas.
A esa primera incursión en la pantalla grande le siguió su primer gran éxito: El nombre de la rosa, el film adaptado de la novela de Umberto Eco que encabezó Sean Connery. A pesar del ridículo corte de pelo que lucía en la película dirigida por Jean-Jacques Annaud, con ese papel Slater probó que estaba listo para las grandes ligas. En poco tiempo fue el protagonista del thriller Twisted, participó en Tucker: el hombre y su sueño, de Francis Ford Coppola y consiguió el papel de J.D., el joven contracultural por antonomasia, en la película de culto Heathers o Escuela de jóvenes asesinos, el nada sutil título con el que fue estrenada en la Argentina.
Gracias a ese personaje que él mismo admitió haber modelado según los modos de Jack Nicholson, su actor favorito, a los 19 años Slater empezó a ser uno de los más solicitados de Hollywood y a formar parte del trío de “chicos malos” que integraba con Johnny Depp y River Phoenix. Claro que su forma de actuar, su uso de la sonrisa sarcástica, sus expresivas cejas y esa mirada repleta de desafío y humor, parecían encajar a la perfección con los guiones que se producían en aquellos años que usaban el cinismo y la resistencia a las normas para decir algo sobre el estado del mundo en la era del capitalismo salvaje impulsado por el gobierno de Ronald Reagan.
En ese contexto filmó el western Demasiado joven para morir y Suban el volumen, el film de 1990 que lo volvió una celebridad global y el personaje central de las fantasías románticas de las adolescentes de todo el mundo que se encerraban en sus habitaciones rodeadas de sus pósters. Nada casualmente esa fama le llegó a la par de sus primeros escarceos con la ley, un modus operandi que escalaría peligrosamente en los años por venir. En 1990, Slater fue condenado a diez días de prisión por manejar borracho, huir de la policía, chocar contra un poste de luz y luego patear a un oficial de policía que intentó detenerlo.
“Era un chico viviendo en el universo adulto y no sabía cómo comportarme ni qué hacer. Me movía con mucha libertad, me daban rienda suelta para hacer lo que quisiera. Algunos de los personajes que interpretaba en aquellos años eran adolescentes rebeldes y su imagen se mezclaba para muchos con quién yo era en realidad. Lo cierto es que el 90 por ciento del tiempo yo hacía todo lo posible para mantener esa percepción y ser ese tipo”, relataba hace unos años Slater al diario británico The Guardian.
Esa confusión entre el personaje y la persona se había profundizado durante el tiempo en que su educación dependía de los tutores que tenía en medio de los rodajes y su decisión de abandonar esas clases antes de graduarse de la secundaria. No había tiempo para otra cosa que ser una estrella como lo demuestra la seguidilla de películas en las que apareció en los primeros años noventa: Robin Hood, el príncipe de los ladrones; El imperio del crimen; Kuffs, Corazón indomable y Escape salvaje, el debut de Quentin Tarantino como guionista, entre otros proyectos que mostraban el amplio rango interpretativo del actor al tiempo que su vida fuera de los sets se volvía cada vez más caótica.
El punto de quiebre llegó en 1993 cuando le tocó la ingrata tarea de reemplazar a Phoenix en el film Entrevista con el vampiro, a pocas semanas de su muerte. “Creía que íbamos a estar en este negocio para siempre, que seguiríamos compitiendo por los mismos papeles pero en cambio ocurrió esa tragedia”, explicó Slater tiempo después de sumarse al rodaje de la película en la que Phoenix iba a encarnar al periodista Daniel Molloy, que lleva adelante el reportaje al vampiro que interpreta Brad Pitt. “Fue difícil e incómodo ocupar el lugar de alguien que había muerto así y al que admiraba inmensamente”, contó el actor durante la etapa de promoción de la exitosa película. Un suceso que estuvo lejos de disfrutar. Es que además de las circunstancias en las que se sumó al proyecto, a poco de su estreno fue arrestado en el aeropuerto J.F. Kennedy de Nueva York acusado de posesión de armas de fuego cuando le encontraron una pistola descargada en su equipaje. Si bien la transición de actor adolescente a intérprete adulto no había complicado su carrera, el hecho de que su foto apareciera en todos los diarios y revistas de chismes en el contexto de comportamientos ilegales y cada vez más extraños, no contribuyó a mantener su estatus en Hollywood.
Más allá de protagonizar la divertida Código flecha rota de John Woo, junto a John Travolta, Slater intentó convertirse en un héroe romántico en películas como Días de amor y rosas y Julian Po, un registro que chocaba con sus escándalos públicos. Como el que lo llevó a la cárcel por 59 días a finales de los noventa: todo ocurrió en el verano boreal de 1997, cuando la policía tuvo que intervenir en una pelea en la que el actor quedó involucrado en una fiesta en Los Ángeles. Cuando se conocieron los detalles de los incidentes, la opinión del público sobre el actor cambió rotundamente. Es que aquella noche Slater estaba acompañado por su novia, a la que en un ataque de furia empezó a golpear delante de los invitados y cuando un hombre intentó detenerlo se desató una pelea que suscitó la intervención de la policía y a la que el actor también atacó a su llegada. En el juicio, Slater admitió que había estado bajo los efectos de la cocaína, la heroína y el alcohol y fue condenado a tres meses de prisión.
En los dos meses que pasó en la cárcel, según contó en un reportaje con la revista Rolling Stone, el actor no recibió tratamiento especial de parte de las autoridades. “Soy un criminal. Estaba en prisión, estaba cumpliendo mi condena, nadie me trataba de manera especial, a nadie le importaba quién era yo. Fue una experiencia horrible pero necesaria para mí. Cuando vas por el camino en el que yo estaba o te suicidás o te ves forzado a pasar tiempo fuera de circulación”. Aquella experiencia derivó en un largo proceso de rehabilitación en el que Slater decidió terminar el secundario, organizar sus prioridades y seguir trabajando a pesar de que los proyectos que le ofrecían ya no estaban a la altura de aquellos que lo habían hecho famoso.
El camino de regreso no fue fácil y tuvo algunos desvíos que llamaron la atención de la prensa: en 2003 el actor recibió veinte puntos de sutura en el hospital Desert Springs de Las Vegas tras una disputa conyugal durante la cual su primera esposa, Ryan Haddon, supuestamente le rompió un vaso de vidrio en la cabeza. Slater declaró que todo había sido un accidente y decidió no presentar cargos contra Haddon, de la que se divorció en 2006. Un año antes, el actor había sido arrestado en Nueva York luego de haber toqueteado a una mujer por la calle en aparente estado de ebriedad. Después de aquel incidente que le ganó el apodo del “toquetón serial Christian Slater”, según el sitio de chismes Gawker, siguió trabajando aunque sus proyectos rara vez pasaban por los cines y sus apariciones en TV eran más bien esporádicas.
Hacia 2013, habiendo pasado casi una década sin grandes éxitos en su lista, la carrera y la vida del actor parecía estar mejor encaminada. Llevaba varios años de sobriedad, había vuelto a casarse y, por consejo del director Lars von Trier con quién había trabajado en el controvertido film Nynphomaniac, estaba en proceso de recomponer su relación con su padre del que estaba alejado hace años. Ese intento quedó trunco cuando un año después de regresar al centro de la escena de Hollywood-en este período participó del excelente film de Santiago Mitre, La cordillera-, gracias a su papel en la exitosa serie Mr. Robot, el actor fue demandado por veinte millones de dólares por su papá. Tom Slater alegaba que su hijo y su ex esposa lo habían difamado y arruinado su carrera al contar públicamente que era esquizofrénico. El actor pidió que se descartara el proceso judicial aduciendo que su padre había sido diagnosticado con la enfermedad mental en 1972, tras ser internado en un hospital psiquiátrico luego de haber amenazado con matar a toda la familia. La demanda, desestimada por la jueza por falta de mérito, demostró una vez más el difícil y largo camino que atraviesan las estrellas que comienzan a trabajar desde la infancia en Hollywood, expuestas desde temprana edad a un mundo pleno de luces y sombras de las que algunos nunca logran salir y otros, como Slater, pasan décadas tratando de disipar.
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