Nelson Castro: su dura infancia, la frase de sus padres que lo marcó y cómo la música guió su vida
El reconocido periodista recibió a LA NACION en la quietud de su casa para repasar su carrera y recordar la valiosa experiencia de colaborar con la Fundación SOIJAR que se propone la inclusión de niños y jóvenes
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Nelson Castro abre las puertas de su departamento y rápidamente se divisa el piano histórico que es una suerte de continuación física del médico, periodista y músico. “Me interesa cumplir con los objetivos que me planteo”, sostiene cuando se le hace notar su diversidad de quehaceres. No cabe duda de su versatilidad y de un extremo compromiso sobre todo aquello que decide abordar.

Ese ímpetu lo trae desde el vamos. De cuna. Nació hace 70 años y su primer terruño fue la localidad de San Martín. Una grave enfermedad, el estímulo de sus padres y una inquebrantable fe religiosa lo llevaron a cumplir -siempre con excelencia- cada una de las metas que se propuso.
“Pasen, siéntanse como en su casa”, recibe, mientras invita con algo para tomar. “El silencio de este lugar no lo podría encontrar en otro lado”, rompe el hielo ante los elogios del espacio. No miente. A pesar de tratarse de un piso en pleno barrio de Recoleta, ni siquiera la quietud es interrumpida por los aviones que se divisan despegar no demasiado lejos. En su misma torre reside otra ilustre, la actriz Thelma Biral, “una vecina fantástica, muy querida por todos”.
Nelson Castro resulta un ser cercano. Establecer la charla es hacerlo con alguien de mucha afabilidad, extremadamente cortés y de un decir elegante hasta el paroxismo. Vestido con saco, camisa y corbata de tonos pasteles, recuerda a algún caballero andante de los que todavía se ven dando vueltas por esa zona distinguida de la ciudad.
“Me gusta salir a caminar por el barrio, elijo distintos barcitos para tomarme mi café”. Vínculo inequívoco y directo con la gente.
-Nelson, ¿charlamos?
-De lo que quieras.
Se abre al juego. Conoce de qué se trata. Ha hecho de la palabra dicha y escrita su modo de entender, decodificar el mundo. Como también lo hace con la música.

Si su trascendencia mediática se dio en el campo de la comunicación -hoy conduce Telenoche (eltrece) y Vamos Rivadavia (Radio Rivadavia)-, su afición por la ejecución de piano también lo llevó a lograr reconocimiento, incluso como director orquestal, un rol que dialoga y es consecuencia de su pasión por el estudio de las partituras -actualmente solo abocado al repertorio clásico-, y por la composición de piezas propias, cuyos acordes pudo conocer LA NACION en una suerte de concierto intimista en esa planta alta rodeada de enormes ventanales que permiten divisar Buenos Aires en un radio de ciento ochenta grados.
En su carácter de director orquestal, el 29 de noviembre pasado, Castro surcó los poco más de cien kilómetros que separan su domicilio en Recoleta de la ciudad de Chascomús para ponerse al frente de la Orquesta Sinfónica Juvenil Alberto Ginastera, una de las 11 formaciones de la Orquesta-Escuela de Chascomús, creada por Valeria Atela en 1998.

El periodista, al frente de la agrupación, dirigió, batuta en mano, el “Cuarto Movimiento” de la “Quinta Sinfonía” de (Ludwig van) Beethoven. “Tocar una nota equivocada, es insignificante. Tocar sin pasión, es inexcusable”, sostuvo, alguna vez este genio atormentado, compositor de más de un centenar de opus, fallecido en Viena en 1827.
A Nelson Castro, pasión le sobra, pero también es un minucioso preciosista de la técnica, un ocupado estudioso que apela al rigor como búsqueda de la excelencia posible. Será por eso que su vínculo con SOIJAr (Sistema de Orquesta Infantiles y Juveniles de Argentina) se dio naturalmente.
No sería irrespetuoso afirmar que el piano cobra en su living tanto protagonismo como su morador que también habla a través de las partituras. Otro modo de decir. Decirse ante el mundo.
Mundo propio
Debajo del piano reposa una planta cuyas hojas verdes lucen tan lustrosas como la superficie del instrumento de grandes proporciones. No se trata de un exotismo, ni de un capricho de ambientación. “Debido a la loza radiante, la madera se reseca, entonces la planta debajo le confiere humedad y la conserva en buen estado, sin afectar, por supuesto, la afinación”.

El living -de paredes y techo con tratamiento acústico “para no molestar a los vecinos cuando toco el piano”- se encuentra despojado. Un televisor de unas cuantas pulgadas, junto con dos grandes sillones, no logran relegar el protagonismo del piano.
En el comedor, integrado al living en “L” una gran mesa permite albergar a unos cuantos comensales, pero se intuye que Castro debe ser un hombre muy abocado a su trabajo y a su pasión por la música, un recoleto poco adepto a los cambios de horario, las cenas trasnochadas y el bullicio. Riguroso.
-¿Qué hay detrás de un buen concertista?
-En primer lugar, debe tener talento, algo que no tengo.
Busca despegarse de su rol. Acaso como quien vive con pudor pisar esos terrenos que supo conocer habitados por enormes y admirados maestros. No es falsa modestia, se trata de pudor. “Metodología, pasión y estudio”. En esa sagrada trinidad descansa parte del secreto de su metier. “Insume muchas horas de estudio, cuatro, ocho, diez, es una vida de enormes sacrificios”.
-Lo percibo muy metódico.
-Efectivamente, no podría hacer todas las cosas que hago sino tuviera metodología.
-El método implica esfuerzo.
-Cuando estoy en el canal o en la radio, mi mente está puesta en eso que estoy haciendo. Cuando llego a mi casa, me concentro en la música sin distracción.
-Entiendo que la música se convierte en un gran oasis frente a la vorágine informativa.
-Cuando toco, antes de ir al noticiero, me pasa algo mágico.
-¿Qué le sucede?
-Me desenchufo y, cuando termino, aparece algo que, quizás, estaba dudoso; encuentro el camino y se lo planteo al equipo del canal.
Aquel lugar
Nació en la localidad de San Martín y, cuando había cumplido los cinco años, sus padres (Elsa y Nelson) mudaron a la familia al barrio capitalino de Villa Urquiza, donde vivió hasta no hace mucho tiempo atrás.
Su padre, carpintero de oficio, lo marcó en muchos aspectos, incluso en el musical: “Había tocado el bombardino en la banda municipal de su pueblo natal, en el sur de Córdoba”.
A pesar que la familia residía en otro lugar, Castro estudió desde los diez hasta los 15 años en un destacado conservatorio de San Martín. “Cuando comencé el colegio secundario, tuve que cambiar de horario en el conservatorio, cursando en el turno de la tarde-noche, donde iban chicos más grandes que tocaban muy bien. Eso me abrió a un repertorio que no conocía y me introdujo a la música clásica, ahí nació mi pasión, se despertó algo que no se terminó nunca”.
Sin embargo, la medicina y el periodismo le ganaron, en principio, a la vocación musical. Se recibió de médico en la Universidad de Buenos Aires con notable promedio -Diploma de Honor- que le permitió ejercer hasta entrada la década del noventa como un destacado profesional.
En simultáneo se formó como periodista en el Instituto Grafotécnico y el Círculo de Periodistas Deportivos, la rama de la comunicación donde comenzó a despuntar esta pasión que, varios años después, lo consagró como uno de los más serios y éticos profesionales del análisis político.
-¿Qué decían sus padres cuando iban despertando en usted las diversas vocaciones?
-Confiaron en mí, algo que les agradezco mucho. Siempre me dijeron “si lo querés hacer, lo vas a hacer”.
En 1978 finalizó su colegio secundario, totalmente recuperado de aquella enfermedad bacteriana que lo había aquejado y que lo sometió a un sinnúmero de intervenciones quirúrgicas hasta sus 14 años. Era un niño cuando su vida corrió peligro, pero aquello lo marcó favorablemente, germinando en él un espíritu resiliente, tenaz.
-Jamás hubo en usted dudas vocacionales.
-Jamás. Estudiar medicina era lo clásico y seguir periodismo era poco menos que una excentricidad, pero mis padres confiaron en mí, fue un estímulo enorme, los recuerdo con tanto cariño.
-Ese estímulo resultó esencial para su despertar a la vida y a una vida realizada.
-Mis padres eran gente sencilla, Mi padre era carpintero y mi madre se desempeñaba como ama de casa, pero siempre me estimularon.
-Así como el piano, la carpintería también tiene un sonido muy propio.
-Siempre le reproché a mi padre no haberme enseñado el oficio. Mi hermano Daniel, en cambio, es un gran carpintero.

En su familia también estimularon su fe cristiana, la convicción religiosa que lo acompaña hasta hoy. “La música es un regalo de la vida”, sostuvo alguna vez. Acaso esa ofrenda lo estrecha con su profunda fe. “La música es un arte sublime, divino. Una melodía genera un montón de reacciones, que van de la mano de cada uno y son inescrutables”.
Si la música puede entenderse como una manifestación de la divinidad, aprovechó sus coberturas periodísticas, a propósito de la guerra desatada en Ucrania y del conflicto en Israel, para esparcir arte. Allí, en medio de sus salidas al aire micrófono en mano, se dio tiempo para la ejecución musical. Una bendición para esas personas que atravesaban, y atraviesan, la tragedia de la guerra.
“Son esas experiencias que le agradecés a la vida y a la música. Me preguntás por eso y se me produce la piel de gallina. Tuvieron una repercusión mundial que me impactó. Digo una frase que no me pertenece ´donde reina la música vive la paz´”.
En 2022, en la estación de trenes de Lviv, en Ucrania, ejecutó el piano para los refugiados, corridos por el ataque ruso. El reloj marcaba las 14.03 en el frente del edificio Art Nouveau y, en medio del dolor, no faltó quien acompañara sus acordes con el baile.
“Era la frontera entre Polonia y Ucrania. Un muchacho tenía un piano transportable. Le pedí si me permitía tocarlo y lo hice durante una hora. La gente se comenzó a agolpar, lloraban, fue impactante. Magdalena Ruíz Guiñazú me envió un mensaje a través de Joaquín Morales Solá donde me comentaba que lloraba mirando las imágenes: ´Me llega al alma, esto es la paz´, me dijo”.
-Hubo una segunda experiencia en la trinchera de guerra en Ucrania.
-Después toqué en una casa donde había caído una bomba y la gente había muerto. Estaba el piano totalmente destruido, con la partitura que estaban tocando en el momento en el que cayó la bomba y los mató.
-¿Qué partitura era?
-El “Preludio 20” de (Fréderic) Chopin. Fue impactante.
La destrucción del instrumento apenas le permitió ejecutarlo, estremeciendo a quienes se encontraban allí.
Tiempo después, Nelson Castro visitó Israel, ya en tiempos del conflicto con Palestina. El periodista ingresó a un kibutz y, como un mensaje del destino, se topó con un piano “que no sonaba desde el 7 de octubre”. Allí también, a través de su interpretación, bregó por la paz.
Cuando se llevaron a cabo las exequias del Papa Francisco, también se sentó en el taburete y ejecutó las teclas y blancas. Allí, en Roma, la pieza escogida fue “Eran los ocho de la mañana”, de su autoría. “Tuvo que ver con la inspiración de ese momento”. La interpreta para LA NACION y conmueve. Mágicamente, un haz de luz solar ingresa furibundo por el amplio ventanal y todo parece un milagro.
-¿Todo lo que se propone, lo logra?
-Se lo agradezco a Dios todos los días. Le agradezco a Dios ser lo que quise ser, es un regalo de Dios y de la vida. Todos los días disfruto y agradezco.
-¿Es muy creyente?
-Sí. Cuando fui a la guerra me sentí protegido por Dios, fui seguro. No soy ningún valiente, no me siento superior a nadie que puede haber tenido miedo, pero sentí que Dios nos iba a proteger, como finalmente sucedió.
A pesar que primero se desarrolló como intérprete, desde niño lo acompañó la vocación por la dirección de orquesta que hoy también conmueve a su audiencia: “Me surgió cuando vi, por primera vez, una orquesta sinfónica por televisión”.
Aquel programa era Selecciones del Reader’s Digest y la orquesta en cuestión era la de Filadelfia, interpretando el “Segundo movimiento de la quinta sinfonía” de (Piotr Ilich) Chaikovski. Castro tararea sin pudores. Emula con su garganta aquello que fue epifanía. “Cuando escuché eso, tenía nueve años, y me dije ´esto es maravilloso´”.
Torcer adversidades
-Vuelvo a su trabajo en SOIJAR, a la dirección de una orquesta de niños y jóvenes, y pienso en cuánto se puede hacer por la inclusión desde espacios como esos.
-El deporte y el arte generan inclusión, sobre todo cuando se trata de actividades colectivas, como el fútbol o una orquesta. Además, exigen disciplina, rigurosidad. Los chicos mejoran su productividad escolar porque están motivados.
“La base de SOIJAr es la escuela de Chascomús con Valeria Atela a la cabeza, una gran directora”, reconoce el periodista, quien recuerda que conoció a la agrupación chascomunense en 2005, cuando se encontraba al frente del ciclo Lo que el viento no se llevó por la señal Canal A.
-¿Cómo nace su vínculo con SOIJAR?
-Me contactó Liliana Parodi (reconocida productora que ha estado al frente de diversas señales y holdings de medios), a quien conocía desde 1995, cuando hicimos CVN, y es a través de ella que comienzo a tomar idea de algo que nosotros seguimos con mucha atención desde 2004, cuando hicimos un documental, que fue medalla de oro en el Festival Internacional de Nueva York, con la Orquesta Infanto Juvenil de la Villa 31. También veníamos trabajando con el maestro Mario Benzecry y la Orquesta Libertador General San Martín, que tiene la misma lógica. Lo maravilloso de SOIJAr es que se expandió a todo el país.
“Los chicos tienen que tocar bien porque eso es inclusión. Si no tocaran bien, no habría inclusión”, sostiene, acodado en su piano, donde una buena montaña de partituras descansa sobre la madera lustrosa junto a una batuta, signo inequívoco de su rol como director.
-Entonces, para los niños y jóvenes no sólo se trata de la posibilidad de integrar una agrupación orquestal, sino que implica aprehender el compromiso de la exigencia en busca de los logros.
-Los chicos tienen una calidad muy buena, cuando los escuché me impactaron. Ese es el valor, si no tocaran bien no habría inclusión. Es como sucede con el colegio, si el chico que termina el séptimo grado no sabe sumar o restar, esa institución no sirve. Algunos chicos serán músicos, otros no, pero salen personas con valores.
Si de valores se trata, Nelson Castro reconoce que “la orquesta sinfónica tiene un valor formativo porque conviven setenta, ochenta o cien personas con pensamientos diferentes, pero todos forman parte de un común y saben que para que salga bien lo que hacen exige que cada uno haga bien su parte”.
-Muy aplicable a la vida.
-Eso hace que cada uno se ponga contento cuando al otro le sale algo bien, porque hace que el conjunto se luzca.
También abrir espacios de interpretación en torno a la música clásica es para Castro una proyección no menor: “Se puede escuchar en el (teatro) Colón o en Chascomús”.
-En ese sentido, usted también ha interpretado música popular.
-La música se divide en buena o mala. La “Rapsodia bohemia” es una obra genial, como también lo son la (sinfonía) “Quinta” de (Ludwig van) Beethoven o la (sinfonía) “Quinta” de (Gustav) Mahler, pero son de distinta complejidad. Freddie Mercury no hubiera podido escribirlas, pero su obra también tiene su genio y su calidad. Eso es muy importante entenderlo. En mi caso, hoy no tengo el tiempo para abordar la música popular como quisiera.
Antes que el piano cooptara su vida, la guitarra fue el instrumento que maridaba con la pasión del periodista con la música: “Toqué mucho a los clásicos españoles, como (Isaac) Albéniz y también a (Fréderic) Chopin y (Ludwig van) Beethoven y, entre los argentinos, a (Carlos) Guastavino y (Eduardo) Falú, con composiciones concertistas poco escuchadas”. En plan de recordar ese acervo popular, también rememora aquel tiempo donde la ejecución de su instrumento de cuerdas lo llevó hacia el tango más disruptivo: “Con mi guitarra toqué mucho a (Astor) Piazzolla”.

-¿Cuáles fueron aquellas primeras partituras que ejecutó en piano?
-... [Se acomoda en el butacón y sus dedos van en busca de las blancas y las negras que harán volar la imaginación del escucha con aquello compuesto por Chopin]
Explica la utilización del metrónomo, indispensable en su rol de director de orquesta. Un antiguo ejemplar descansa sobre el piano. Lo pone en marcha en diversos “tempos” y mueve sus brazos, batuta en mano, demostrando cómo la técnica se traduce en sensibilidad corporal. Está dirigiendo, aún sin orquesta. Y la atmósfera se vuelve santificada.
El silencio parece multiplicarse. Y hasta uno podría intuir los sonidos de una agrupación orquestal en plena faena. Nelson Castro se posesiona. Imbuido en los acordes internos. Y también en su fe. “Siento la presencia de Dios”.
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