Prokofiev, a un siglo de sus Visiones fugitivas
Cuando Prokofiev abandona Rusia en 1918, rumbo a Estados Unidos vía Japón, ya había legado al teclado el fruto de su arrolladora y temperamental personalidad creadora. Considerado un pianista sensacional, se lo discutió con ardor por sus experimentos en nuevos campos de la creación, tan insólitos que hasta se llegaba a negar que la suya fuera música en el buen sentido de la palabra. De todos modos, lanzado a un modernismo que en la Rusia anterior a 1918 abarcó todas las formas del arte, se propuso ir más lejos aún en sus audacias. Así surgen, en el terreno del piano, la Toccata Op. 11, de 1912, y la Sonata Nº 2, Op. 14, del año siguiente. Y en la misma línea se encuentran las Visiones fugitivas, y la tercera y cuarta sonatas, todas para piano, que son de 1917 y cumplen por tanto su primer siglo.
Se advierte que ya desde aquellos años es típica en su escritura para teclado la búsqueda de una expresión vigorosa, subrayada por una rítmica bien marcada, a menudo acentuada por figuras repetidas. Efectos de toccata, de perpetuum mobile y de ritmos ostinatos se encontrarán en la totalidad de su obra. Con esos recursos se define una personalidad pianística fuerte y poderosa, acentuada por el uso de armonías duras y atrevidas en su filiación politonal.
La Toccata Op. 11 es, en tal sentido, paradigmática. De ritmo implacable, usa el teclado con valor percusivo, a través de acordes duramente martillados. Sin embargo, y esto será típico en Prokofiev, hay momentos de calma en medio de la tensión. Entonces se escuchan frases de gran plasticidad y de un lirismo que a veces puede parecer irónico y otras, en cambio, hondamente expresivo.
Las Visiones fugitivas Op. 22 (y a ellas dedicamos nuestro aporte de hoy) constituyen un ciclo de veinte piezas breves escritas entre 1915 y 1917. Como la mayor parte de los músicos de su tiempo, no escapa a la corriente simbolista. Dos versos de Constantin Balmont inspiran la idea general de este ciclo: "En cada visión fugitiva se ven mundos plenos de juegos cambiantes e irisados", se ha escrito. A juicio de importantes comentaristas de la obra, la música de las Visiones fugitivas es a la música de su tiempo lo que fueron los Preludios de Chopin a la música romántica.
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