
¿Aplanadora del pop o caso patológico de malas decisiones? Rihanna nos dice que no nos preocupemos por ella
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Rihanna no comió, así que mira la carta y elige unas alitas de pollo estilo Buffalo. También pide ketchup, pero la camarera frunce el ceño. "Disculpe", dice, "pero no tenemos ketchup. ¿Quiere que le traiga alguna salsa?".
"¿No tienen ketchup?", pregunta Rihanna. "¡Qué raro!" Pero no es problemática, así que puede vivir sin ketchup. Llegan las alitas y las ataca. Tal vez esté un poco fumada.
Pronto llega la hora del show. En el escenario, uno de los teloneros, un canadiense de cuarenta y pico con bucito con capucha, que se llama Jeremy Hotz –un laburante que se pasó los últimos veintipico de años haciendo sets de relleno en el Funny Bone de Omaha– se empieza a quejar de la ola de frío que azotó Los Angeles. "¡Tuvimos un invierno de dos días!", dice. "No me vine a vivir acá para tener invierno. ¡Qué mierda!"
"¡Sí!", grita Rihanna con entusiasmo. "A mí también me jodió."
Hotz no parece escucharla, y se frota los ojos un minuto, como si el mundo lo abrumara. Luego sigue. "¿No les pasa que a veces hablan solos y se preguntan qué hacer, como unos pelotudos?". Rihanna vuelve a festejarle el chiste. "Me pasa todo el tiempo, cuando estoy fumada", me dice al oído. Después apretuja la cara y finge concentrarse. "Onda, bueno... a ver, ¡perfume!"
Para ser una estrella, es buena tenerla de público. Se ríe de casi todos los remates; muchas veces, también se ríe en la mitad del chiste. Le gustan los chistes sexuales, los chistes sobre el cuerpo, el sonido de las palabras "saquito de té".
Visto desde afuera, no es la cosa más linda del mundo", dice sobre su reconciliación con Chris Brown. Pero era más importante ser feliz. Si es un error, es mi error.
Algunas veces se ríe tanto que tiene que agarrarse de algo: la mesa, su rodilla, el brazo del que tiene sentado al lado. Suelta la carcajada más grande de la noche cuando otro telonero hace un chiste tonto y compara su pija con un chizito, y Rihanna se muere de la risa. "Jajajajajajajajaja", explota. "¡Un chizito!" Se ríe tanto que literalmente se cae del reservado, y tarda un minuto en recuperar el aliento y enjugarse las lágrimas. Su mejor amiga, Melissa, que está una fila más adelante, se da vuelta y la mira, como diciéndole: "¿En serio te causó tanta gracia?".
De vez en cuando, hay momentos incómodos. Cuando sube Cook, hace un chiste sobre las chicas que mandan fotos de ellas desnudas por mensaje de texto, que a él le parece una vulgaridad. Rihanna no se ríe (si googlean van a entender por qué). Después hace otro sobre los usos inadecuados de la palabra "violación", y tampoco se ríe. Empieza otra con la frase: "Muchachos, hagan lo que hagan, no traten de pegarles a sus mujeres...", y durante un momento se hace un silencio sepulcral en la mesa [Rihanna fue víctima de violencia física por parte de su ex pareja, el rapero Chris Brown], pero después agrega: "...una paliza en algún juego", y vuelve a estallar en una carcajada. "Uh, este tipo es terrible", dice, embelesada. "Este tipo es un asco."
Cuando el show está por terminar, se levanta para salir antes que los demás. Se dirige hacia el fondo, donde Hotz, el canadiense de mirada triste, está ahí parado con su bucito, las manos en los bolsillos como un nene de 10 años. "Chau, gracias por venir", murmura tímido, mirando el suelo. La mayor estrella pop de la década le clava la mirada. "La rompiste", le dice.

En la calle, con su saco color verde menta y hombreras de jugador de fútbol americano, se pone a temblar en el frío de Los Angeles. "Estuvo divertidísimo", dice. "La pasé genial." Dice que lo más probable es que se vuelva a casa, para descansar un poco. Sube en el asiento de atrás de un Escalade con chofer, va a un boliche de West Hollywood y pasa la noche con Chris Brown.
Desde hace cuatro años, en noviembre Rihanna saca un disco exitoso. Es una nueva tradición del otoño boreal, tan predecible en los Estados Unidos como la cena de Acción de Gracias: los árboles cambian su follaje, vuelve el fútbol americano y el disco de Rihanna vende un millón de unidades. El último, Unapologetic , fue su primer número uno, y básicamente surgió de un capricho. "Ni siquiera habíamos planificado sacar un disco el año pasado", dice unos días después. "Pero después de unos seis meses, me vuelve a picar el bichito de trabajar en el estudio. Para mí, hacer música es como salir de compras. Cada canción es como un par de zapatos nuevos. Me encantan éstos, éstos me quedan bárbaros, pero siempre necesito algo nuevo." (Dice su ex jefe, L. A. Reid: "El ocio no le sienta bien".)
Así, Rihanna sale de shopping: reúne a algunos hit-makers (Dr. Luke por acá, the-Dream por allá), se dedican unas semanas a componer temas (con o sin ella), ella elige sus preferidos y los rocía con polvo de Rihanna. Tiene un gusto tremendo. Las cifras son tan grandes que llegan a aburrir: doce simples número 1 en seis años; más ventas digitales que cualquier otra persona en toda la historia (100 millones y sigue sumando); 3.200 millones de vistas en YouTube. Conquistó el espíritu del tiempo gracias a su fuerza implacable y a su enorme poder de fuego, un Genghis Khan del Top 40.
Esta noche, cena en su restaurante preferido, una cantina italiana atendida por una familia cerca de la Pacific Coast Highway que se llama Giorgio Baldi. Come ahí unas tres veces por semana; iría más, pero cierran los lunes. Siempre le tienen una mesa reservada, y el mozo Marco sabe que adora el parmesano y odia las trufas. Casi siempre pide spaghetti con salsa de tomate, y rabas de entrada. Cuando le gusta algo, Rihanna le es fiel, aunque no sea perfecto. "Tengo que trabajar en eso", dice. "Pasito a pasito."
Esta noche llega unas dos horas tarde, lo cual es propio de ella. Marco lo sabe; ni siquiera me cuenta los platos del día "porque para cuando ella llegue ya te vas a haber olvidado" (¡estos italianos!). Cuando aparece, con zapatos Manolo Blahnik de 700 dólares y eau de marihuana, se la ve un poco cansada. "Mi cuerpo es raro", dice, mientras despliega la servilleta. "Me levanto cuando sale el sol, y me cuesta dormirme. Mis pensamientos me dominan." De camino al restaurante, durmió su segunda siesta del día.
Rihanna se mudó a este barrio hace un par de meses, y estaría mintiendo si dijera que estar cerca de Giorgio Baldi no influyó en su decisión ("Delivery"). Antes vivía en Beverly Hills, en una casa que nunca la terminó de convencer. "La pileta era una pesadilla", explica. "El fondo era azul oscuro, parecía un lago." Su casa nueva también tiene pileta, pero "normal, con fondo celeste".
Llegan las rabas, y nos ponemos a hablar del avión de Rihanna. Tal vez hayan escuchado hablar del avión de Rihanna: en el marco de la campaña de marketing de Unapologetic , su séptimo disco, alquiló un Boeing 777 y visitó siete países en siete días, con unos 250 fans y periodistas. El primer par de días todo anduvo fantástico, hasta que los blogueros que habían venido con la expectativa de un viaje con todo pago lleno de glamour tuvieron que pasarse horas en la pista de despegue, sin agua y sin baño. Le pregunté si había seguido el escándalo en internet.
"¿Qué?", pregunta, como si fuera la primera vez que lo escucha. "Sé que un par de personas se fastidiaron, pero eso sólo saltó al final."
¿No te enteraste de lo demás? No podían dormir, no tenían comida, había mal olor... ¡casi terminan amotinándose!
"¿En el avión?", dice ella. "¡Eso es una locura!" En cualquier caso, ¿cómo la pasó ella? "Yo la pasé bárbaro", dice. "No paré de divertirme."
En cierto sentido, el viaje fue una metáfora de su vida en los últimos tiempos: un fiasco de prensa altamente blogueable que llama mucho la atención. Fotos en topless en Instagram; autofotos fumando un porro; histeriqueos por Twitter con el tipo que la mandó al hospital. Es casi un personaje de Lena Dunham a la hora de exponerse demasiado y tomar decisiones cuestionables; y hasta la propia Dunham piensa que está metiendo la pata ("me parte el corazón a la mitad", declaró Dunham el mes pasado sobre el romance entre Rihanna y Brown). Rihanna dice que ponerle a su último disco Unapologetic (que fue como decir, "nada de qué disculparse") fue una forma de responderles a todos los que consideran que debería ser un mejor modelo de conducta. "Nunca le diría a una chica de 10 años que me imite", dice esta noche, "porque sé que no soy perfecta. Esa nunca fue mi intención".
Su mentor, Jay-Z, dice que todo eso forma parte de crecer. "Dentro de un tiempo, va a reflexionar sobre algunos de esos momentos y va a decir: «¿Por qué habré dicho eso?», comenta sin entrar en detalles específicos. "Y pienso que eso está muy bien. Así es la vida. Salir y tomar malas decisiones, cometer errores. Es mucho más divertido que si fuera un robot controlado."
Su última gran provocación fue su reconciliación (al menos transitoria, ya que después volvieron a distanciarse) con Brown, que ha aprovechado en su música tanto como en su vida real. El video de "We Found Love", de 2011, era un clip difícil de tragar en el que un hombre parecido a Brown le agarraba la cara en un auto; la portada de "Stay", su nuevo simple, una hermosa balada que también pareciera ser sobre Brown (y que, a propósito, destruyó por completo en Saturday Night Live ) muestra a una pareja que parecen ser ellos abrazándose. Y hay otra canción nueva, "Nobody’s Business", un dueto desconcertantemente alegre que defiende su relación. En cierto sentido, es la continuación de una tradición musical que se remonta a Bessie Smith, hace noventa años ("Preferiría que mi hombre me pegara/ a que se mandara a mudar y me dejara/ es cosa mía lo que haga", cantaba en 1923). Pero las fotos con las pruebas de Bessie Smith nunca salieron en internet.

En cierto sentido, Rihanna parece más grande, y en otro parece mucho más chica. No se anima a ir al Chateau Marmont porque les tiene miedo a los fantasmas ("Se siente, man. Es un lugar que no nos pertenece."). También está aprendiendo a disfrutar del sushi y las verduras, y sabe una sola frase en otro idioma (es en español: "Necesito un pene"). Pero también es capaz de reírse de sí misma, como cuando hablamos de un rumor que afirma que se peleó con su amiga Katy Perry porque ella decidió salir con John Mayer. "Katy Perry puede salir con quien se le antoje", dice. "Además, ¿quién carajo soy yo para decir nada?". Se ríe. "No podría darle consejos románticos a nadie."
Mientras Marco se lleva los platos, Rihanna habla sobre su nueva colección de ropa, que sale este mes ("Es seductora, pícara, y a la vez simple"). Cuenta lo que quiere hacer cuando salga de gira, como ponerse al día con Breaking Bad o aprender italiano con el programa Rosetta Stone, que se compró hace dos años. ("Siempre surge algo.") Habla del regalo que le compró a Blue Ivy, el bebé de Jay-Z y Beyoncé, una versión en miniatura de una campera que Rihanna se puso en The X Factor , y sobre la posibilidad de tener hijos en el futuro. "Claro que quiero tener hijos", dice, y se ríe. "Pero me gustaría poder encargarlos."
Llega la cuenta.
Pacific palisades es uno de los barrios más exclusivos de Los Angeles, hogar de Steven Spielberg, Tom Hanks, Matt Damon, Ben Affleck y Jennifer Garner. La casa de Rihanna, una mansión de estuco que parece la guarida de un villano de Bond metida al costado de un barranco, como una porción de la torta del Trivial Pursuit, es una de las menos discretas. Hay dos Escalades estacionados en la entrada, con guardias de seguridad, y en el garaje hay un Jeep Wrangler negro y un Porsche convertible plateado, ambos regalos de Jay-Z (todavía no probó ninguno. Todavía no sacó el registro. "Siempre surge algo", dice).
"No podría identificarme con la palabra débil. No habría podido salir de esto si fuera débil", dice Rihanna.
Adentro, sentadas a la mesa de la cocina, dos amigas y una prima, todas de Barbados, comen Froot Loops y conversan con un fuerte acento de las Indias Occidentales. Parecen chicas plantadas. Rihanna dice que cuando está con ellas es cuando está más feliz. "Boludeando, cagándonos de risas, haciendo jodas, puteándonos como locas." También, cuando está con ellas, se le nota un montón el acento. Una de ellas, Melissa, es la mejor amiga de Rihanna desde que tenían 14 años, cuando RiRi usaba zapatillas y shorts de marimacho. ("Me enseñó a usar tacos, maquillaje, me peinaba, me hacía las uñas... Ella ya tenía tetitas", recuerda Rihanna.) Pero ni siquiera Melissa tenía permiso para hablarle de Brown. "Pensaba: «¿para qué molestarse?»", dice Rihanna. "Ninguna otra persona está pasando por lo mismo. Nadie entendería."
Hay un paquete esperándola: una botella de coñac D’Ussé, la marca de Jay-Z, acompañado de una nota del mismísimo Jay, con una gran J serpenteante que ocupa la mitad de la tarjeta. "¡Ay!", dice, y la pone con el resto de las botellas. Mientras tanto, en la pared detrás de ella, hasta el techo de cuatro metros, está todo lleno de estantes para vino, ocupados en su totalidad por botellas de Charles Shaw Cabernet, también conocido como el vino de dos dólares de Trader Joe’s. Rihanna ve cómo los miro, sonríe, se encoge de hombros: "Venían con la casa".
Busca en la cocina una bolsa de Hill’s Hot Balls, unos chizitos picantes traídos de Barbados, y la sigo, atravesando el vestíbulo, con estatuas romanas, fotos de Bob Marley y un retrato de Marilyn Monroe en cristales de Swarovski. Para en su habitación para agarrar un abrigo, sin hacer comentarios sobre la planta de marihuana de utilería del tamaño de un árbol navideño y la almohada que dice FUCK YOU, y sale al patio, donde se sienta junto a la pileta. Es de un celeste etéreo. Charlamos un minuto, y le pregunto dónde estuvo la otra noche. Me dice: "Boludeando en el estudio con Chris", de manera casual, como si sus palabras no tuvieran implicancias pesadísimas.

Su reconciliación ha sido muy moderna. En mayo de 2011, volvieron a seguirse en Twitter. En febrero del año pasado, cuando cumplió 24, Rihanna editó un remix de su canción "Birthday Cake", donde cantaba Brown, que comenzaba su estrofa diciendo: "Nena, te quiero coger ahora mismo". En agosto de ese año, le contó a Oprah que todavía estaba enamorada de Brown; en octubre, éste declaró en una conferencia de prensa que se había separado de su novia, porque "no quiero lastimarla con mi amistad con Rihanna". En Navidad, se sentaron juntos en los asientos al lado de la cancha en un partido de los Lakers, y la mañana de Año Nuevo los dos subieron fotos a Instagram tomadas en la cama de Brown.
Cuando hablamos por otro artículo hace dos años, Rihanna manejó la situación de Brown con aplomo y elegancia. No quería hablar mucho sobre la relación, "porque no vale mucho la pena", pero dijo que todavía lo quería y quería que le fuera bien (a diferencia de Brown, que el día siguiente, en Good Morning America , se enfureció tanto cuando le preguntaron por Rihanna que se arrancó la camisa en el backstage y rompió una ventana con una silla). Ella dejó muy en claro que no quería volver y ni siquiera hablar con él, pero no quería obstaculizar su carrera.
Entonces, ¿qué cambió?
Acurrucada, con su abrigo gigantesco y sus botitas Reebok rojas y negras, parece más chiquita que su personaje público, más menuda. Dice que el enojo con Brown le duró muchísimo tiempo. "Quería que sintiera lo que era perderme", explica. "Que sufriera las consecuencias." Pensaba que no iba a querer verlo nunca más por lo que había hecho. "Así que cuando volvió a pasar" –se refiere al amor–, "no entendía nada. Onda, ¿me estás cargando? Pero fui honesta conmigo misma, y no podía reprimir mis sentimientos".
Sabía que se iba a exponer a toda suerte de críticas si volvía con él. "Pero decidí que era más importante ser feliz", dice, "y no iba a permitir que la opinión de nadie se interpusiera en el camino. Incluso si me estoy equivocando, es una equivocación mía. Luego de sentirme atormentada durante tantos años, enojada y angustiada, prefiero vivir mi verdad y afrontar las consecuencias. Me las puedo bancar".
–¿Te puedo ser franco? –le pregunto–. No soy amigo tuyo, ni puedo hacer de cuenta que entiendo por lo que estás pasando. Pero, como creo que le pasó a mucha gente, cuando los vi juntos de nuevo, me cayó mal.
Asiente. Entiende. "Visto desde afuera, no es lo más lindo del mundo. La gente nos ve caminando, en el auto, en el estudio, en el boliche, y piensa que entiende. Pero ahora es diferente. Ya no tenemos esas peleas. Hablamos las cosas. Nos valoramos. Sabemos exactamente lo que tenemos ahora, y no queremos perderlo".
–Claro –le digo–. Pero también lo vemos insultar y amenazar a otra gente. Lo vemos enojarse y romper cosas. Y pensamos: "El tipo no cambió".
Vuelve a asentir y cierra los ojos. "Ya sé que da esa impresión. Y no ayuda. El estuvo enojado muchísimo tiempo, y sentía que no podía escaparse de eso, sin importar lo que hiciera. Pero hay muchísimos motivos por los que me planteé volver a tenerlo en mi vida. No es el monstruo que todo el mundo piensa. Es una buena persona. Tiene un corazón increíble. Es generoso y cariñoso. Y es divertido. Eso es lo que me encanta de él, siempre me hace reír. Y yo lo único que quiero hacer es reírme, y con él me río."
–¿Así que de verdad pensás que él cambió?
"Por supuesto que todo el mundo tiene una opinión formada sobre él, por lo que hizo", explica. "Eso siempre va a pesar. Pero él se equivocó y pagó el precio. Lo pagó carísimo. Y sé que no quiere volver a pasar lo mismo. Y a veces la gente necesita que la apoyen y que la animen, en vez de que se burlen, la critiquen y le peguen."
–Claro –digo–. Pero eso no es tarea tuya, ¿no? No tenés por qué ocuparte de eso.

Por primera vez, me mira muy fijo. -"Pará", dice. "¿Pensás que quiero reivindicar a Chris? No, no. No busco eso. Creeme. Podría haberlo hecho desde el primer momento si hubiera pensado que me correspondía. Lo que a mí me correspondía era cuidarme a mí misma, y lo hice. No estaría acá si no pensara que Chris está preparado."
–¿Qué hacés si vuelve a pasar?
"Escuchame", me dice. "Te lo digo clarito: no tengo por qué bancármelo. Si vuelve a hacerme eso, me voy. No puede darse el lujo de volver a meter la pata. No tiene alternativa. No puedo decir que nunca más vamos a tener un problema. Pero estoy convencida de que él siente asco por lo que hizo. Y no habría llegado tan lejos si pensara que existe la más mínima posibilidad."
Rihanna sabe lo que la gente piensa. Que es una estadística, un cliché, que es ingenua, que es una víctima clásica. Y tal vez tengan razón. Pero eso no significa que sea una pusilánime, y eso no significa que se pueda confundir su amor con debilidad. "Nunca podría identificarme con la palabra «débil»", dice. "No habría podido salir de esto si fuera débil. Ni por casualidad." [Al cierre de esta edición, había fuertes rumores de que la relación se había terminado.]
Está haciendo más frío. Oscureció. Adentro, las chicas siguen charlando, y Rihanna va a vestirse para ensayar.
"La conozco", me cuenta su mamá, Monica Fenty. "Estoy muy orgullosa de ella. Tiene la cabeza bien puesta. Tengo que dejarla que tome sus propias decisiones, y lo único que puedo hacer es relajarme y esperar que todo le salga bien. Pero ella tiene algo que me sorprende mucho: su capacidad para tomar la decisión correcta."
Un par de días antes, en una cena, Rihanna hablaba sobre su casa vieja, la que tenía una pileta que parecía un lago, y cómo se había dado cuenta de que había llegado el momento de mudarse. "Tenía demasiados problemas. Tenía pérdidas. Tenía mucho moho. Literalmente, cada dos semanas surgía algún problema nuevo. Recibía constantemente señales de que tenía que sacármela de encima, y no lo hacía. No quería. Me encantaba. Me involucré mucho en el diseño; me apropié de ella. Pero finalmente llegó a un punto en que ya no era vivible, y necesitaba venderla."
"Qué cagada", le dije, sin pensarlo, como una frase hecha. Pero paró en seco y me miró de una manera que me hizo atragantar.
"No", me respondió con firmeza. "No fue una cagada. Estuvo bien. Porque quería hacerlo, pero no sabía si era la decisión correcta. Pero cuando lo hice, pensé: «Sí. Bien. Ya está»."
Por Josh Eells




