
Ryan Adams: volver al country
Su segundo Album "gold" obtuvo tres nominaciones para los premios Grammy
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Hasta ahora, nombrar a Ryan Adams obligaba a la necesaria diferenciación con el más conocido Bryan. Pero ya es tiempo de enterarse, sobre todo después de que este norteamericano de 27 años consiguió tres nominaciones para los premios Grammy y otra para los británicos Brit Awards, por "Gold", su segundo disco solista.
Los observadores ya habrán visto su nombre en "Songs from the west coast", el último disco de Elton John. Allí se lee: "Agradecimientos especiales para Ryan Adams, que me inspiró para hacer las cosas mejor". No es poca cosa, sobre todo porque esa inspiración lo retrotrajo a sus orígenes para componer sus mejores canciones de los últimos tiempos.
Ryan Adams aparece para recordar por qué el country sigue conmoviendo y mostrando lo universal de la melancolía. Allí están los tics habituales del género: el amor perdido, la compañía fiel de la botella de alcohol, la nostalgia por el tiempo perdido y ese estilo tan country y a la vez tan universal del lamento, que lo conecta con otras músicas del desamparo.
Es que Adams es un tipo capaz de escuchar, incansablemente, a los Smith. "Cuando corté con mi novia, en Nueva York, debo haber escuchado "Meat is murder" 900 veces". La repetición de "That joke isn´t funny anymore", dice, lo dejó partido en mil pedazos.
A Nueva York había llegado, siguiendo a una chica, desde su Carolina del Norte natal. Allí había dejado su banda, Whiskeytown, con un tercer disco, "Pneumonia", listo, pero demorado en los laberintos de la industria discográfica y sus fusiones (sólo apareció el año último). Con ellos ya habían hecho ruido en el mundo del country. Así, sin novia, sin banda y en pedazos, volvió al Sur, a Nashville, y alquiló una casa vacía (sólo un colchón, una manta, una radio, una lámpara y un cenicero) para desplegar toda su tristeza en las canciones de "Heartbreaker" su primer disco solista, aparecido en 2000, y uno de los álbumes debut más prometedores de los últimos años.
Son canciones sencillas, pero viscerales y profundas, con poco más que guitarra, armónica y algo de percusión, pero con el lujo de contar con Emilou Harris en el bellísimamente triste "Oh my sweet Carolina".
Pero, para Adams, en el principio no fue el country, sino el punk rock. Dice que, luego de separados sus padres, cuando tenía nueve años se fue a vivir con su abuela, con la que leían, hablaban de filosofía y compartían los discos de country de ella con los de Black Flag y Dead Kennedy de él. Una abuela que hasta consiguió que un amigo suyo le prestara al nieto una casa, en medio de una plantación, donde Ryan armó una pequeña comunidad punk y donde se gestó Whiskeytown.
Con la banda vino una vida más ajetreada. Culpa del nombre, dirán: la invocación trajo giras, bebidas, ataques de pánico y shows con escándalos. Como cuando fueron la apertura de John Fogerty y, con una toalla enrollada en la cabeza, Adams deformó las canciones hasta volverlas punk rock furioso. Hasta que les cortaron el sonido y, poco después, el amor se hizo espanto y se separaron.
Si con el primer álbum solista se ganó el respeto de los críticos, (dijeron que era un nuevo Dylan, el sucesor de Gram Parsons, el Kurt Cobain del country alternativo) es con "Gold" con el que logró mayor repercusión en el mundo y un público europeo que lo adoptó definitivamente.
Este segundo disco es menos oscuro (aunque no tanto), con un cierto aire pop que lo aliviana. Su sonido remite a Neil Young (en "Harder now that it´s over") y a The Band, pero también a los primeros Stones.
El primer nombre que pensó para el álbum fue "The suicide handbook", aunque cuando las canciones se acumulaban y pensó en una edición doble, lo cambió por "Commercial suicide". Finalmente, fue "Gold" y simple, aunque una primera edición incluyó cinco temas extras.
Aquí lo acompaña, como en el anterior, Ethan Jones (productor e instrumentos varios) y participan Chris Still (cantante y compositor, hijo de Stephen), Benmont Tench (tecladista de Tom Petty) y Adam Duritz, de Counting Crows. Pero el punto no es el adorno, sino el núcleo. Canciones que dicen cosas como: "Pájaros negros que rompen, lenta y suavemente, un vaso de vino, suspiros de tristeza me cantan esta noche" ("Firecracker"), o "Todo el mundo quiere verte sufrir, saben que necesitas el dolor..." ("The rescue blues"). Un tema dedicado a Silvia Plath, la poetisa norteamericana, otro a Nueva York y al amor que allí quedó y un cierre en Los Angeles.
Muy prolífico
Ryan Adams es un poco Calamaro, por lo prolífico y por la urgencia por cantar lo que el alma dicta. Dice que, para "Gold", muchas canciones fueron hechas en quince minutos, tomando cinco extras para las letras. De allí al estudio, y a grabarlas. Primeras tomas, muchas de ellas, lo que contribuye al sonido fresco del álbum.
Y no se queda quieto. En los últimos meses estuvo en un estudio de Nashville grabando con The Pink Hearts, otra banda suya, ligeramente punk. "En un momento sonamos como los Pixies y un minuto después como The Allman Brothers", le dijo a la revista Spin en el estudio.
Antes, apenas terminado "Gold", comenzó a escribir el guión de una obra de teatro, pero en un momento se complicó la cosa y decidió grabar unas canciones que había compuesto en la gira. Invirtió 1200 dólares y 48 horas en terminar otro disco, que espera sacar por su propio sello (se llamaría, justamente, "48 hours"), luego del de Pink Hearts. A éste se sumaría uno que grabó, de paso por Europa, junto a Beth Orton. Tiene listo otro con lo que quedó afuera de "Gold" ("The suicide handbook"), otro en el que sólo se acompaña con su guitarra acústica y uno más, con canciones previas a "Heartbreaker", que llamará "Destroyer".






