
Schygulla reinventa su leyenda
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Hanna Schygulla chante Jean-Marie Sénia. Si la decadente sensualidad de la posguerra tiene un rostro en el imaginario colectivo, ése es el de Hanna Schygulla. Con los rasgos de Petra von Kant, de Maria Braun o de Lili Marleen, conmovió y sedujo a quienes tuvieron la suerte de conocerla en la extensa obra de Fassbinder, con la que quedó identificada casi como la abanderada de una estética revolucionaria. Fiel a esta imagen, Schygulla canta (o más bien dice) textos de Jean-Claude Carriére, Baudelaire, Heiner Müller, Thomas Bernhard, Supervielle y Fassbinder, musicalizados por Sénia, que también la acompaña al piano con una ductilidad fascinante. Sin despliegue histriónico ni golpes de efecto (se presenta descalza, envuelta en un vestido de seda de tonos bajos), Schygulla se entrega a un tono intimista en el que consigue embarcar al público gracias, en gran medida, al esfuerzo de introducir cada canción con un texto en español, que muchas veces no sólo rescata el sentido del relato, sino también el ritmo y la rima del original. Un espectáculo cuidado de punta a punta, en el que la imagen de la actriz se mantiene indemne. E.R.
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River. Eiko y Koma se presentaron por primera vez en el país con su obra "River", que realizan junto al Kronos Quartet tocando temas del compositor japonés Somei Satoh. El proscenio simula la ribera de un río; hay montículos de tierra, briznas de pasto. Más atrás, en semipenumbra, se desplazan suavemente dos figuras no identificables; dan la impresión de flotar sobre el agua, de dejarse llevar por el río al que alude el título.
En los inicios, todo es silencio. Las figuras, arrastrándose, cruzan la escena de izquierda a derecha con movimientos muy lentos.Y cada paso es un triunfo; dan la sensación de que su energía se extingue en el mínimo avance. Siguen intentándolo; no se vislumbran brazos ni piernas. Son como primarias formas de vida, larvas que concretan su sino con un ritmo inexorable, sutil, apenas perceptible. Cuando la música comienza, un sonido dulce, sereno y triste se incorpora y tiende un manto de protección sobre esos seres, tan frágiles y solitarios en su extenuante trajinar. Ella, Eiko, desnudo el torso y melancólicamente caído su largo pelo negro, empieza a incorporarse y, aun así, no traduce la visión de una mujer. El cuerpo se expresa en planos patéticos. Intenta, como un bebe recién nacido sin la ayuda de su madre, subsistir por sus precarios medios. Cuando las figuras se encuentran, no hay una masculina y otra femenina. Koma es delicado, contemplativo, y se inicia un dúo de inmensa dulzura. La obra, con su dinámica monocorde, se hace larga, pero en su serenidad conmueve. S.G.
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Femtella. Primera función del grupo tunecino: "Laburá, loco, que para eso pagué la entrada", grita un espectador. Otro le recrimina a un señor, ilustrándolo: "Aprendé, esto es el espacio vacío". Desde un lateral de la sala una mujer pregunta: "Che, ¿se venderá el libro de la obra?" Cuando alguien del público se levanta para irse (no fueron muchos los que abandonaron la sala), la platea hace palmas y coros: "Que se quede, que se quede". Por momentos, el nivel de intensidad de los espectadores se parece al caos de los programas de Mauro Viale. Esto es "Femtella", la obra que el grupo tunecino presentó en el Festival. O, para ser más precisos, esto es lo que "Femtella" despertó en el público local. Es un trabajo al que su director, Taoufik Jepali, denomina como minimalista. La obra comienza con cinco actores posando para una foto. Allí están, quietos, sin música de fondo, sin pronunciar palabra alguna. Así están hasta el minuto 15, cuando uno de ellos mueve los hombros. Hasta que el minuto 25, cuando bostezan. Hasta que el minuto 30, cuando se oye el ruido de un mosquito. O, hasta que, casi a la hora, una actriz recita en castellano un texto que termina diciendo: "El resto es nada". A.C.





