En The 100, jóvenes condenados regresan a una Tierra arrasada para repoblarla

Pocos minutos del comienzo de The 100, cuya primera temporada estrena hoy a las 23, en Warner (y ya está disponible también en Netflix), alcanzan para construir un denso ambiente distópico. Y, más allá del contexto, el romance y los enfrentamientos descorazonados tampoco tardan en aparecer. Es que un centenar de chicos, en su mayoría castigados injustamente por una ley que no eligieron, se encuentran incomunicados, lejos de los responsables de su encierro (y posterior destierro) a la vez que se enfrentan con un paisaje de selva y montañas que les pertenece (aparentemente) de forma ilimitada.

En la ficción, la Tierra terminó siendo inhabitable a causa de un holocausto nuclear. Los humanos que sobrevivieron debieron hacerlo en el espacio. Durante los últimos 97 años, un arca galáctica es la única zona segura para una sociedad metálica de leyes estrictas y una enorme facilidad para la pena capital. Pero ese refugio, con todas sus normas y a pesar de una labor rigurosa, no está en condiciones de funcionar como tal durante mucho tiempo más. Enfrentados nuevamente a la posibilidad de la extinción, quienes dictan las normas deciden que es posible que, pasadas tres generaciones en el exilio del espacio exterior, haya alguna esperanza de sobrevivir en el abandonado planeta Tierra. Cien prisioneros son los elegidos para esta misión tan urgente como carente de garantías de éxito. Sin posibilidad de negarse y bajo la promesa de perdonar las penas que pesan sobre sus cabezas al aceptar la misión, esta nueva generación de astronautas despega en busca de soluciones.

Basada en el libro homónimo de Kass Morgan, la serie –con toques de Lost y de Los juegos del hambre– narra la lucha por sobrevivir de los jóvenes a través de dos grandes posibilidades a su disposición: hacerle creer a sus autoridades, jefes y familiares que la atmósfera nuclear los eliminó sin mediar batalla –y condenar a una muerte segura con eso a quienes están en la nave nodriza quedándose sin oxigeno– o intentar conectarse para repoblar el planeta que destrozaron sus antepasados.

Pero, claro, la pelea entre el viejo y el nuevo orden no lo es todo. El grupo de elegidos no demorará en enfrentarse a una serie de males desconocidos, entre los que se encuentran seres en dos o cuatro patas a la par de rastros poco claros y un humo tóxico de misteriosa procedencia.

The 100, que cuenta ya con tres temporadas y una cuarta confirmada para 2017, deposita el destino de la humanidad en manos de un grupo enorme de adolescentes que solo conoce la Tierra que le explicaron o les mostraron en libros. Pero ni el desconcierto ni el fin del mundo pueden desplazar la lucha de egos y las pasiones desenfrenadas, así que la misión se tropieza indefectiblemente con las particularidades, preferencias y objetivos personales de cada viajero espacial.

Los personajes –con algunos grises y el mercado de pases siempre abierto– se reparten entre los que acuerdan con Clarke (Eliza Taylor), con su prolija valentía, las múltiples lecciones aprendidas y un fuerte apego por los que esperan una luz de esperanza desde el arca, y, en las vereda de enfrente, los que se entusiasman con la rebeldía del desbocado Bellamy (Bob Morley), enojado con el esquema completo de valores de aquella isla flotante, y quien no duda ni un segundo en intentar imponer un orden primitivo, donde vale la fuerza y la única libertad posible es no volver nunca al lugar donde nacieron.

Warner vuelve a apostar a los héroes y villanos jóvenes y, si bien en esta serie no funcionan los poderes de Flash o Supergirl, sí hay una interesante variedad de buenos y malos dando batalla para salvar o destrozar, ni más ni menos, todo rastro posible de ser humano.

Por Sol Santoro

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