Carlos Rottemberg y sus 50 años con el teatro: de los contratos miniatura a la noche en que iluminó el escenario con un Fiat
Empezó a los 18, alquilando una sala; hoy, a los 68, el icónico productor al que todos siguen llamando “Carlitos” es dueño de 16, y lleva estrenadas más de mil obras; una charla íntima y repleta de anécdotas imperdibles
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Carlos Rottemberg es hijo de Juana y Miguel Rottenberg [SIC] quien falleció en abril del año pasado. Tiene tres hijos y una esposa. Un viernes de 1965, a sus ocho años, su mamá lo llevó a ver una película al cine Ambassador, de la calle Lavalle. Cuando en la primera escena de La novicia rebelde vio a Julie Andrews cantando, se largó a llorar. “Quiero ser eso”, le dijo a su madre. A la noche, en la casa de Mataderos, escuchó a sus padres hablar. La madre le contaba a su marido que Carlitos había llorado casi toda la película y que “quería ser eso”. El “Ruso” Miguel, como llamaban a su padre en el barrio, le preguntó a su desconcertada esposa: “¿Querrá ser cantante, director de cine… o novicia?”.
Nada de eso. En sus teatros de Buenos Aires y de Mar del Plata estrenó más de mil espectáculos que ya fueron vistos por 22.000.000 de espectadores. En la actualidad, dependen de él y de su hijo Tomás Rottemberg 8991 butacas. Así se ganó el mote de el Señor de los Teatros. La historia fantástica de todo esto empezó un 1° de julio de 1975. O sea, hace justo 50 años.
🎂 Esta Casa Teatral fue fundada el 1 de julio de 1975, hace hoy exactamente 50 años.
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El precoz inicio fue como inquilina del teatro Ateneo de Bs. As.
Fueron cinco décadas de una vocación convertida en profesión.
Ayer y hoy, siempre Teatro.
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A los 18 años, el mundo de Carlos Rottemberg eran los cines de Lavalle y sus alrededores. Conocía a los acomodadores y varios de sus dueños. Sabía de memoria la cartelera. Acumulaba en su cuarto todos los programas de mano existentes en el circuito. Pertenecer a ese mundo hizo que uno de los productores de cine le avisara que estaba en el alquiler el Teatro Ateneo, sala que tiempo atrás había sido un espacio dedicado al cine infantil que se encontraba habilitado como cine/teatro. Llevaba cuatro años. Su inquilino era Alejandro Romay, el llamado Zar de la Televisión, que también brillaba en la radio y el teatro, y de cuya muerte se acaban de cumplir diez años.

El 30 de junio, Miguel Rottenberg acompañó a su hijo a visitar a Romay en su oficina del primer piso en el Teatro El Nacional. Ahora, cuando Carlos Rottemberg recibe a LA NACION en su oficina del Multiteatro, se cumplen exactamente 50 años de esa reunión cumbre entre un zar y un pibe con inquietudes. “Durante todo el tiempo la mirada de Romay se iba hacia mi viejo, que unas 10 veces le aclaró que él se dedicaba al cuero y que el ‘del espectáculo’ era yo. Romay, entonces, me miraba un momento, pero volvía a dirigirse a mi viejo”, recuerda en un largo encuentro con este cronista, matizado por sándwiches de miga y gaseosas. Terminada aquella reunión, hubo acuerdo entre las partes.
Sin conocer nada del mundillo teatral, al otro día, 1° de julio de 1975, entró al Ateneo como el nuevo inquilino. En el libro No hay más localidades, un texto clave escrito por Carlos Rottemberg que merece una reedición, cuenta cómo fue aquello. La boletera del Ateneo, una tal Luisa, recibió a su padre y al joven productor con la mejor sonrisa. Un detalle en la vestimenta de la boletera le llamó la atención: a la altura de los tobillos tenía los pantalones ajustados con una cinta. Era para que las ratas no se subieran a sus piernas. “Eso lo resolvimos en 10 minutos. Trajimos un hurón y dos gatos. A mí lo que me sobraban eran las ganas, lo de las ratas era algo menor”, recuerda de aquel kilómetro cero.
Como se venían las vacaciones de invierno, el joven Carlitos, como todos lo llamaban, alquiló un proyector y programó la película El festival de Tom y Jerry en tres funciones diarias. Pero durante las noches, la sala quedaba cerrada. Así, decidió programar teatro con actores de verdad y no en la pantalla. El primera obra que estrenó fue Parra, con Pepe Soriano.
Una tarde, el Zar llamó al joven Rottemberg. Se reunieron. EL hombre le contó que tenía los derechos de autor de dos obras y que una de ellas la pensaba para el Ateneo. Se trataba de Equus, texto de Peter Schaffer. El novato aceptó de inmediato y se lo hizo saber el veterano hacedor. Según confiesa el mismo productor en el libro Vivir entre butacas, de Carlos Ulanovsky y Hugo Paredero, luego tuvo que buscar en el diccionario el significado de la palabra “equus”. Actuaban Duilio Marzio y Miguel Ángel Solá dirigidos por Cecilio Madanes y producido por Romay. Fue un verdadero éxito. Eran tiempos de la dictadura y la obra incluía un desnudo de Solá. Una de las noches, en plena función, cayó un control policial. Como Carlos Rottemberg no tenía en ese momento su cédula de identidad para comprobar su edad, los uniformados fueron claros: “Vos serás mayor de edad, pero no te podés pasar de acá, de la línea de la boletería”. Se fueron y cruzó la línea.

Otra noche, en plena función de Cena de matrimonios, obra con Alberto Closas y Susana Campos, el barrio se quedó sin luz. Rottemberg había llegado con el Fiat 125 color beige de su abuelo, que había estacionado en la puerta. Closas, rápido de reflejos, le propuso que entrara el coche al hall para iluminar el escenario. Así fue. Por las dudas se quedó adentro del Fiat por temor a que se apagaran las luces. La batería del auto se la bancó y terminó la función en medio de un gran aplauso.
A los seis años de eso, de ser inquilino del Ateneo pasó a ser propietario. Equus había dejado sus ganancias que le permitieron comprar el 50 por ciento de Alfil. Todo el dinero recaudado quedaba en el Banco Nación de Carlos Pellegrini y Paraguay. En esa misma sede bancaria, años antes, no lo había dejando abrir una cuenta porque era menor de edad. Para resolver la cosa, sus padres le aprobaron su emancipación.
El pibe al que le sobraban ganas no paró y empezó a programar en Mar del Plata, en donde actualmente cuenta con seis salas (el Teatro Mar del Plata lo construyó en donde había una playa de estacionamiento). A lo largo de estos 50 años de trayectoria, Carlos Rottemberg fue adquiriendo otras salas, desprendiéndose de otras y tejiendo amistades troncales con personalidades como con Luis Brandoni, Hugo Sofovich o Emilio Disi. También con Daniel Tinayre y Mirtha Legrand. La señora de las mesazas protagonizó Potiche en una sala de Rottemberg y, entre 1990 a 2011, el productor teatral cuyo interés inicial fue el cine se convirtió en productor de sus almuerzos.
Con el actor Guillermo Bredeston se asoció en 1981 para hacerse cargo del Tabaris. Apenas asumieron tuvo lugar Teatro Abierto, el acto cultural contra la dictadura a cargo de figuras claves de la escena independiente. En la madrugada del 6 de agosto de 1981, un comando militar provocó el incendio de las instalaciones del Teatro El Picadero, en donde tenía lugar el ciclo. Bredeston y Rottemberg ofrecieron la sala para que Teatro Abierto se pasara allí mientras, a la noche, ocupaban el escenario los cómicos Alberto Locatti y Jorge Corona, que era una producción de Carlos A. Petit. Cuando el famoso productor clave de la revista porteña se enteró de la doble programación dijo, al pasar: “Muchachos, los bomberos los ponemos a bordereaux [SIC]”. No hubo necesidad. Teatro Abierto funcionó a sala llena en el teatro vinculado con la picaresca.
📌Original del contrato de Alberto Olmedo, firmado a las 23.30 hs. del viernes 4 de marzo de 1988 en su camarín del teatro Tronador de Mar del Plata para la continuidad en invierno de su espectáculo “Éramos tan pobres” en el teatro Astral de Bs. As.
— Multiteatro (@multiteatro) January 5, 2019
Olmedo falleció esa madrugada. pic.twitter.com/4ROl6sgwRU
Con las ganancias obtenidas en las temporadas de Mar del Plata terminaron comprando el Tabaris, actual Multitabarís, en 1987. “Nos vinimos con los dólares comprados en Mar del Plata por la Ruta 2 para darle la plata al que era el dueño de la sala. Esta empresa está ligada a los 22 millones de espectadore, y en poco llegaremos a 23, que pagaron las entradas de las obras que programamos”, recuerda quien en La Feliz la pegó con la serie de obras que protagonizaron los galanes tanto como con El negro no puede, con Alberto Olmedo, que marcó el récord histórico de público de temporada de verano. Con él firmó un contrato el viernes 4 de marzo de 1988 en su camarín del Teatro Tronador para presentar la obra Éramos tan pobres, en el Astral de Buenos Aires. A la madrugada, Olmedo murió.
En 1991, Bredeston/Rottemberg produjeron Brujas, aquel espectáculo que se estrenó el 3 de enero de 1991, en Mar del Plata, que pensaban que iba a durar únicamente ese verano y bajó este año, por ahora, en la misma sala de su debut. Tampoco nadie, ni el mismo Rottemberg, imaginó que Salsa criolla, con Enrique Pinti, iba a estar tanto tiempo en cartel. Obvio, también hubo fracasos.
Tomás Rottembeg fue su primer hijo, producto de la relación de su padre con la actriz Linda Peretz. De perfil bajo, Tomás tardó mucho en dar una nota periodística. La primera fue con LA NACION. Aquella vez contó que cuando tenía unos 13 o 14 años le pidió a su padre ser boletero del Teatro Corrientes, de Mar del Plata. Estaba cansado de estar en la playa. “Nací en esto y no sabría hacer otra cosa ni me veo haciendo otra cosa [...]. De pibe, siendo boletero, ya jugaba con esa idea, con hacer teatro”, contó quien se crió viendo a su madre en La flaca escopeta y cuyo padre renunció, hace 50 años, a encargarse de una boletería de un cine para hacerse cargo del Ateneo.
Tomás tiene dos hermanos: Matilda y Nicolás, fruto de la relación de Carlos Rottemberg con Karina Pérez Moretto, su esposa. Matilda fue la que apostó fuerte para que su padre fuera uno de los productores de Matilda. Nicolás se la jugó al año siguiente con School of Rock. Ahora, los dos apostaron por La sirenita. A juzgar por los números de taquilla, saben elegir títulos.
En la trayectoria de Carlos Rottemberg hay otra presencia fundante: Sarita Sapag, su secretaria y mucho más eso. Esa dama de fina estampa y de trato amoroso que hace 47 años trabaja con el Señor de los Teatros. Durante la conversión aparece ella, la que en otros tiempos se iba con Rottemberg tres meses a Mar del Plata para estar pendiente del día a día de la maquinaria teatral. “Hasta Tomás, sigo. Pero a Nicolás, no llego. Sería mucho. Nico será el próximo jefe de todo eso, pero no el mío”, apunta, risueña, sobre el pasado, presente y futuro de esta familia teatral.
Lo viejo funciona
Durante la conversación Carlos Rottemberg dice que “la credibilidad ayuda a vender entradas”. Lo afirma en tiempos en que el valor de la palabra atraviesa un momento crítico. “‘Lo viejo funciona, Juan’; como se dice en El Eternauta. Podrán decir lo contrario, pero es así -comenta convencido-. Muchos laburan para hoy, yo siempre laburé para dentro de 20 años. Yo quiero a la gente adentro de los teatros“. Para tener a su público dentro de los teatros lanzó hace unas temporadas una campaña de localidades con precios máximos que llamó Precios amigables. Actualmente esto está vigente para sus salas porteñas (Liceo, Multitabarís y Multiteatro). También es una forma de compartir y celebrar sus 50 años de trabajo en el sector. “Trabajo es otra cosa...”, se ataja.
-Estar a cargo de tantas salas, ¿no es un trabajo?
-Yo tengo el privilegio de seguir con mi vocación intacta de los ocho años salvo que, ahora, en vez de mirarla de afuera lo hago desde adentro. A mí me salvó saber de dónde vengo, dónde estuve siempre y a dónde voy. Crucé la semana pasada al Gran Rex, vi mi apellido en la marquesina de La sirenita y se me vino Mataderos, mi barrio y toda la historia. Me pregunté cómo había llegado acá... Cuando me llaman para hacerme consultas sobre teatro siempre me pregunto por qué me preguntan a mí si, de pibe, lo que yo quería era conocer a alguien de este medio. Me sigue maravillando abrir las puertas de los teatros y entrar a las salas como si fueran mías, que los acomodadores me saluden y que me sigan llamando Carlitos...
Se toma un respiro, bebe algo de gaseosa y sigue: “Saber de dónde vengo es importantísimo. Si tenés en cuenta eso, es muy difícil que te puedas cansar de la profesión. Estoy convencido que hice bien los deberes. Antes había hablado de la credibilidad del público. Yo parto de la base de que el señor que pasa por la esquina me conoce y que si digo que si el espectáculo salió bien, es porque es así. Y si no salió bien, en el mejor de los casos no se lo digo. Pero no le vendo otra. Mi vieja me sirve de frontón. Fue el otro día a ver una obra a un teatro de Devoto, no le quisieron cobrar. Esa noche, el dueño de la sala me mandó una foto con un mensaje que decía: “La reina ya ha ingresado”. ¿Ves? Ese cuidado me emociona. Que un empresario se preocupe por ese detalle no es la norma. Al otro día mi vieja me preguntó: ‘¿Cómo llegaste a eso?’“.
-¿Qué te respondiste?
-Me lo sigo preguntando. Estoy convencido que hice los deberes con ética. Sigo creyendo que la ética garpa, aunque parezca lo contrario. ¿Por qué no voy a creer en lo que me dio resultado? El valor de la palabra, como el firmar contratos con el dedo sobre unos papelitos que siempre tengo en este cajón.
-Esa práctica ya la implementabas cuando, por ejemplo, arreglabas temporadas en Mar del Plata con Alberto Olmedo y con los galanes de la época?
-En aquel momento tenía que firmar contratos porque yo no era conocido. En todo el tiempo que fui productor de Mirtha Legrand en la televisión, solamente en los dos primeros años firmamos contratos. Después, ¿para qué?
-¿Qué sensaciones te generan estos 50 años de trayectoria? ¿Es tema de conversación con Tomás, tu hijo?
-Estamos todo el tiempos juntos, no nos damos cuenta. Mi mayor satisfacción de estos tiempos, algo que ya me pasó algunas veces, es que llego a una reunión con grupito de actores convocados por él y me presentan como “el papá de Tomás”. Me encanta, es misión cumplida como padre. Ahora le sale decir que yo soy más institucional. Y sin querer queriendo, eso se está dando. De los 50 años, más de 30 fui un obsesivo del laburo. A Tomás nunca lo llevé a Disney porque trabajábamos los veranos en Mar del Plata y los inviernos en Buenos Aires.
El dos ambientes
Cuando se fue a vivir con Linda Peretz alquilaron un departamento de dos ambientes en la esquina de Pueyrredón y Santa Fe. Una noche fueron a cenar Guillermo Bredeston y Nora Cárpena. En el comedor había una mesa para cuatro personas. Bredeston no entraba porque se chocaban las sillas contra las paredes. El amigo y socio de Rottemberg propuso ir a cenar a un restaurante del barrio. El dueño -en verdad, inquilino- de casa contestó: “Yo voy hacer lo imposible para reinvertir lo que ingrese de público en teatros, por eso alquilamos este departamento chiquito. Algún día tendré uno más grande. Primero, los teatros”.
Eran tiempos en los manejaba el Fiat 600 turquesa de su madre. Una noche dejó el auto en la puerta del Ateneo, en donde estaba actuando Jorge Mayorano. El actor había estacionado su Mercedes Benz justo delante del fitito de su madre. No le importó. La primera nota grande que le hicieron fue en el diario La Opinión. El periodista Aníbal Vinelli la tituló “El cachorro de león”. “¿Qué habrá visto para que ponga ese título? Yo era ese Carlitos de 18 años y sigo siendo Carlitos a los 68; nunca pude ser el señor Rottemberg. Siempre hice más de lo que pensé. Desconozco si es bueno o malo, pero fue mi fórmula".
El año pasado volvió al Ateneo para ver una obra. “Me salió la emoción del recorrido. Y creo que no me traicionó, porque tengo muy en claro de dónde vengo, cómo lo transité y cómo lo vivo hacia el futuro. A mí esta profesión siempre me trató bien. Soy un agradecido a los artistas, a los empresarios. Tengo claro que Julio Gallo, del Astral, fue el que mi impulsó para que entrara a Aadet, la entidad que nuclea a productores del circuito comercial. Tuve muchas manos. Cuando me consultan algunos de los popes vuelvo a preguntarme: ¿Cómo es que se dio vuelta esta historia? En verdad, no se dio vuelta; me dejaron pertenecer. O hice los deberes", apunta.
-Festejaste los 40 años y no los 50.
-Hubiera hecho algo si viviera mi viejo. Que no esté él, me tira abajo... Si hiciera algo, seguramente me la pasaría hablando de él. Es que para mí la familia está por encima del teatro, así me educaron mis viejos. Ni los puntos de rating ni los seguidores ni el bordereaux ni las audiencias ni los autógrafos ni las selfies te van a dar la mano antes de entrar a un quirófano. Solamente los afectos y la familia. Lo tengo clarísimo. Cuando inauguré, el viernes 10 de diciembre de 2004, el Teatro Mar del Plata fue porque era el cumpleaños de mi viejo. Nunca me voy a olvidar de la contención de mis padres cuando me largué a esta locura.
-Cabe imaginar que de estar en funcionamiento la Fábrica de Arte Contemporáneo (FAC) [el emprendimiento familiar de San Telmo que espera la aprobación del gobierno porteño] la cosa hubiera sido distinta.
-Puede ser.... Lo hubiera festejado. Pero los permisos para encarar esa obra no salen, seguimos haciendo trámites en el Gobierno de la Ciudad para poder comenzar con la obra. Ya saldrán. Hay que esperar e insistir. ¿Y por qué lo hago así? Porque podré seguir diciendo que todo lo hice sin coimear.
En la mesa de su escritorio tiene una calculadora de esas que usan cinta de papel. Hay cuadros con fotos, algunos de sus premios, una copia de la llamada Torre de los Ingleses que usaba Enrique Pinti en su programa y aún quedan unos pocos sándwiches de migas. Carlos Rottemberg muestra un video que le mandó Mauricio Dayub. “Cuando Carlos está en actividad, el teatro argentino juega en equipo. Sin Carlos, somos solo individualidades”, dice el actor.

Lo vio ya casi 10 veces. “Las primeras cinco, no paré de llorar. Y vuelvo a preguntarme, como si estuviera frente al espejo del baño: ¿Cómo es que llegué a esto?“.
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