El desgaste y el ninguneo de una marca
Stravaganza: Sin reglas para el amor / Idea y dirección general: Flavio Mendoza / Elenco: Nacha Guevara, Eleonora Cassano, Felipe Colombo, Gisela Bernal, Mariela Anchipi y elenco / Producción general: Pardo, Giordano y FA Producciones / Teatro: Broadway / Duración: 90 minutos / Nuestra opinión: regular
No cabe duda de que Stravaganza ha sido uno de los fenómenos más singulares del sistema teatral comercial argentino de los últimos años. Fue una de las últimas y pocas "marcas" que en él se han creado y que encontró los mecanismos para insertarse en las expectativas del público local: formato de gran factura, elementos innovadores, diálogos intertextuales foráneos, figuras televisivas con talento, acrobacia y mucha técnica. Todo eso parecía un combo perfecto. Y funciona. Ahora bien, las "marcas" en el sistema artístico no operan igual que en el industrial y Mendoza, su creador, ha ido buscando innovar para refrescarla.
Este último espectáculo (Sin reglas para el amor) es una especie de Moulin Rouge criollo, en donde un joven poeta, Virgilio (¡hay que animarse a ponerle ese nombre a un personaje!), intenta recuperar un mítico salón de tango, Roma, a través de su poesía: Homero, Astor y Malena vivirán una historia amorosa no exenta de tragedia tanguera. Mientras tanto, una musa inspiradora acompañará al joven en el proceso de formación como poeta. Esta línea dramatúrgica es de una debilidad superlativa (¿quién escribirá el libro?) y hace que el espectáculo caiga en el sentido común más plano posible en torno del arte y los artistas (el artista como un ser permanentemente sufriente e incomprendido). Es cierto que siempre Stravaganza jugó con el kitsch como sistema estético, pero aquí éste se asocia con un video que lleva al kitsch a la estética de "póster Pagsa" con su saturación de plateados y dorados (¿quién será el autor del video?). Para jugar con ese "color" estético las letras y la música sufrieron ciertas adaptaciones (¿quién será el responsable de esta tarea?), que no alcanzan a constituir un tono común. Nacha Guevara le aporta todo su profesionalismo para cantar esas letras de altísima intensidad en un contexto sonoro, visual y coreográfico que no va en sintonía con el universo que ella representa desde las letras. Y es por eso tal vez que el rol de Eleonora Cassano tiene mayor coherencia con el espectáculo, porque ella juega -nadie como ella para hacerlo- con lo etéreo, lo angelical, lo prístino. Párrafo aparte merecería Gisela Bernal quien, además de portar una belleza escultural, ofrece la cuota de mayor osadía y confianza en lo que está haciendo. Da placer verla tan entregada a sus compañeros y con tanta confianza en sí misma y en la tecnología que la sostiene, literalmente hablando.
Del resto no se puede decir nada más que señalar que el cuerpo de baile que acompaña es de un enorme profesionalismo. La pregunta que surge desde aquí es cómo se puede sostener un espectáculo que habla sobre los artistas y que en su programa de mano -y en todo su sistema comunicacional- niega el nombre de 30 artistas en escena y de cada uno de los nombres de los rubros artístico-técnicos. Aquí es donde cabe señalar el desgaste de la marca. Stravaganza pareció ser, dentro del "sistema cultural Tinelli", un formato autónomo del sistema de estrellas. La marca era Stravaganza. Aparentemente fracasó en esa propuesta y se convirtió en un show más en donde la gente va a ver al personaje de la tele. Mendoza pareció luchar en contra de eso y generar otra cosa. Ahora hace, o acepta, que la enorme cantidad de artistas no goce de su merecidísimo crédito sabiendo él, tal vez más que nadie, que lo único que porta un artista es su talento y su nombre. ¿Quiénes son los integrantes del cuerpo de baile, quién diseñó la planta lumínica, quién se encargó del diseño sonoro, quién escribió el libro? Indudablemente para Stravaganza todo esto carece de importancia. Aparentemente sólo importa el rostro televisivo de un artista de trayectoria. Se puede coincidir con su "argumento" en relación con el sufrimiento, la marginación e incomprensión que el artista padece, pero jamás sostener ese ninguneo (en el sentido literal) que realiza. Todo el aplauso para esos artistas que lo ofrecen todo sobre el escenario sin que la empresa les permita capitalizar uno de sus bienes por excelencia y de mayor cuidado: su propio nombre. Contradicciones de un arte que en lo argumental sostiene una política y en la estructura ideológica de producción hace exactamente lo contrario.
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