Protagonizada y dirigida por Germán Palacios e Inés Estévez, la obra escrita por Yasmina Reza es un material complejo de llevar a escena
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Libro: Yasmina Reza. Traducción: Gonzalo Garcés. Intérpretes y dirección: Germán Palacios, Inés Estevez. Vestuario: Romina Giangreco. Escenografía: Ariel Vaccaro. Iluminación: Ricardo Sica. Sala: Maipo, Esmeralda 443. Funciones: viernes, 20.30; sábados, 21. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: regular.
Con el correr del tiempo, la dramaturga francesa Yasmina Reza ha ido consolidando su presencia en la escena porteña. Hace pocos años se reestrenó Art. En 2024 se dio a conocer, en el teatro Sarmiento, James Brown usaba ruleros y en el Maipo acaba de reponerse El hombre inesperado. Esta pieza tuvo su estreno en Buenos Aires, en 2008, con Betiana Blum y Luis Brandoni.
Un viaje en tren que va de París a Frankfurt y solo dos personajes que comparten un camarote, pero no se conocen, conforman el núcleo dramático de la prestigiosa autora. El, es un reconocido escritor y ella, se descubrirá después, una de sus admiradoras. Lo curioso es que a Yasmina Reza no le interesa construir una relación amable entre ellos, sino abrir dos grandes interrogantes: ¿qué sucedería si ambos toman contacto, se presentan y entablan una mínima conversación? ¿Realmente eso sería efectivo?
Los acontecimientos que se irán sucediendo en ese pequeño espacio del camarote en el que se encuentran sentados, uno frente al otro, resultará tan sorpresivo como atractivo.
La lectora, al descubrir que ese hombre, es su escritor preferido, experimentará una gran sorpresa, pero como él no repara en su presencia, ella ni se anima a sacar de su cartera el libro que está leyendo: El hombre inesperado, la última producción del señor Parkys.
La obra está estructurada siguiendo una secuencia de monólogos interiores. A la pasajera, se la observa, aunque lo disimula, algo shockeada, al descubrir que su autor preferido, se encuentra delante suyo, compartiendo ese mismo y estrecho espacio de un tren. Esto provocará que no sólo despierten en su memoria algunos de los textos que más la conmovieron. También la incentivará a recordar sucesos de su vida, que parecieran poco relevantes para quien escucha, pero que significan tanto para una mujer que necesita encontrar en la lectura un soporte perfecto para desarrollar su imaginación y comprender algo de lo que ha marcado su formación y crecimiento. Los pensamientos, las palabras de otros, le han ido afirmando su personalidad.
En el caso del hombre, sucede todo lo contrario. Sus pensamientos resultan bastantes banales. El espectador no logrará descubrir, exactamente, quién es ese exitoso escritor para el que, claramente, el mundo se circunscribe a su actividad cotidiana. Solo en algún momento reparará que está sentado frente a una mujer que le resulta extraña porque no lee durante el viaje, ni siquiera una revista, o no llega a determinar si es una parisina que viaja a Alemania. Pero no se lo pregunta a ella, decide seguir ensimismado y hasta mostrarse muy parco.
Inés Estévez y Germán Palacios asumen con cierta inquietud estos roles, dentro de una propuesta que ellos mismos dirigen.
Si bien los personajes son muy opuestos, el mero hecho de tratarse de pequeños monólogos obliga a un trabajo de introspección muy fuerte. El espectador necesita concentrar su atención en cada uno de los actores, acompañarlos con su imaginación y sentir que van a ir creciendo adentro suyo. Eso hará que aumente la tensión dramática que desde el vamos está planteada por la autora. ¿Por qué no se contactan? ¿Qué temores obliga a cada uno a mantenerse al margen del otro?
Palacios posee una disfonía que le imposibilita relatar con claridad. Hay momentos en los que no se entiende lo que dice. Pero, en particular, no logra corporalmente comprometerse a la hora de dar vida a ese escritor tan opaco.
Inés Estévez es quien quiebra el ritmo que el actor no logra encontrar. Si bien al comienzo se la ve en el mismo registro, poco a poco va dotando a su personaje de vitalidad. La va mostrando cada vez más plena y hasta le aporta una cuota de sensibilidad que al final termina provocando una conmoción, que parece coincidir con lo que la autora estaba buscando a través de este personaje.
El hombre inesperado no es un material sencillo de llevar a escena. Dos personajes que piensan en voz alta, que no se conectan... Ello imposibilita ir dando forma a una teatralidad intensa y da como resultado una difícil llegada al espectador. Los protagonistas apenas se mueven en el espacio. La historia, aunque con toques de absurdo, posee cierta riqueza y solo se engrandecerá si el cuerpo de sus intérpretes encuentra la energía necesaria para hacer que resulte apasionante y en particular provocadora. Esto le permitiría al público reflexionar acerca de un creador y su obra, una lectora y su fascinación por las historias que él concibe. Una pregunta queda latente: ¿hasta dónde una narración puede modificar o transformar la manera de analizar quiénes somos?
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