El odio y la pérdida, en una gran tragedia
La persistencia , de Griselda Gambaro. Dirección: Cristina Banegas. Con Carolina Fal, Gabo Correa, Horacio Acosta y Sandro Nunziata. Escenografía y vestuario: Graciela Galán. Iluminación: Jorge Pastorino. Música original: Edgardo Cardozo. Entrenamiento físico: Sandro Nunziata. Asistencia artística: Tanya Barbieri. Asistencia de dirección: Ana María Converti. En la sala Casacuberta del Teatro San Martín. Duración: 80 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Miles de huérfanos habían sido exterminados en su cruel novela Ganarse la muerte , y una madre decapitaba a sus hijos en Dios no nos quiere contentos . En una primera reflexión, esta nueva obra dramática de Griselda Gambaro está mucho más cerca de su literatura de prosa que de su dramaturgia. Pero ése es un terreno para el que quiera estudiarla (vale la pena). De todos modos, sirve como primera pincelada para el análisis de este impresionante trabajo que se acaba de estrenar en el San Martín, ya que los niños no son una preocupación nueva de la autora. "La Tierra no comprende para qué están, si con tanta soltura los borramos", dice ahora.
Gambaro escribió una tragedia que, sin duda, pasará a integrar la lista de clásicos de la dramaturgia local. Sin exageración. Logra transmitir en su texto el horror y el odio, con belleza de palabras. Hizo un texto que conduce, que hace punta, con actores que lo subliman y una dirección que logra una sinfonía perfecta.
Tomó como disparador una crónica periodística sobre la masacre de Beslan, cuando las tropas rusas, en su afán de liberar una escuela tomada por terroristas chechenos, no tuvieron inconvenientes en matar a cientos de chicos. Gambaro tomó como eje de la acción a Zaida, una joven que encontró a su hijo descuartizado en esa masacre. Contar más ribetes de la trama no tiene sentido porque sería revelar demasiado y todo es muy rico como para que el espectador lo deguste de la forma más sibarita.
"El odio conforta más que una mano en la mejilla", dice Zaida, quien prioriza ese odio al dolor. Y el texto se vuelve un debate natural sobre los límites frágiles de la ética de los sentimientos humanos, pero en su esencia más salvaje. ¿Quién tiene derecho a ganarse el paraíso, a obtener perdón o a redimir sus culpas?, sentencia la autora. El odio es el protagonista, pero el disparador de todo este conflicto, en cada uno de los tres personajes principales, es la pérdida. Lo que ésta origina cuando los caminos conducen únicamente al peor de los sentimientos, en una naturaleza donde el amor parece ser sólo ciencia ficción. A su vez, la dialéctica de Gambaro acaricia ciertos dogmas y no intenta redimir a estas criaturas embriagadas de odio, ni tampoco justificarlas. Simplemente, movilizar el alma de cada espectador sobre los resultados de la naturaleza humana, con unos ribetes psicológicos ineludibles que enriquecen. Pero no sólo el sentido sino la forma son artesanales. La persistencia tiene un entramado sólido y perfecto en su resolución, virajes insospechados y vínculos. Incluso la dramaturgia está puesta en las acciones, en las emociones, en la sensibilidad o insensibilidad de estas criaturas. No es una tragedia quieta. Las numerosas acciones son empujadas por la psiquis de estos personajes. "Sólo mi corazón está achicharrado, no mi cerebro. Pienso, pienso...", se destripa ella.
Una joven gran actriz
Cristina Banegas supo que el texto que tenía entre manos era una joya y trabajó su puesta y su dirección sobre esas líneas. Consiguió la verdad absoluta en la composición y un dramatismo potente. En ese sentido, fue importante el aporte de Nunziata en el trabajo físico. Asimismo, su puesta en escena es de una belleza que pasma.
A estas alturas, decir que Carolina Fal es una actriz excelente es una obviedad. Ya ducha en textos de Gambaro, se descarna, para conmover primero y perturbar después. Por su parte, era hora de que Gabo Correa tuviera su oportunidad en un personaje de esta envergadura. El vínculo que logra con Fal es vigoroso. Tanto él como Horacio Acosta hacen de sus criaturas seres potentes en diferentes dimensiones. Los tres realizan un trabajo físico admirable. Por su parte, Sandro Nunziata pone presencia sólida en su importante rol de El Silencioso.
Tal vez la penumbra de la primera parte sea excesiva e impida ver al detalle el trabajo de los actores. Pero hay un buen trabajo general de Jorge Pastorino. La escenografía y el vestuario de Graciela Galán siempre se pliegan al lenguaje propuesto, así como la música de Edgardo Cardozo.
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