Me duele una mujer, el Super yo y el Ello como protagonistas de una comedia psicológica
Manuel González Gil conduce muy bien esta pieza de su autoría que elude al melodrama y hace reír a los espectadores
★★★ Autor, director e iluminación: Manuel González Gil. Intérpretes: Nicolás Cabré, Mercedes Funes, Carlos Portaluppi, Facundo Calvo y Sol Loureiro. Escenografía: Jorge Ferrari. Vestuario: Pepe Uría. Música: Martín Bianchedi. Producción general: Julio Gallo. Producción artística: Juan Manuel Caballé. Teatro: Multiteatro Comafi. Funciones: de miércoles a domingos.
Tal como señala su título la obra habla de un dolor, uno que se vuelve insoportable por la no comprensión de las razones que llevaron a su ex novia a tomar la decisión de dejarlo. Él es profesor de filosofía y tiene una relación muy fuerte con el lenguaje, pero muy basada en la cita. Tanto que casi no habla de sí. Y la escena, que sabe de esta característica, coloca allí a un extraño ser (un Super yo, un Ello, un simple alter ego) para que lo ayude en el proceso de búsqueda de un “yo” que pueda ser nombrado. Todo esto que parece muy dramático está en el marco de una comedia. El drama está claro, pero el espectáculo lo eludirá permanentemente.
Nicolás Cabré lleva adelante la tarea del atormentado personaje, atravesado por una obsesión de la que da cuenta incluso a través de su cuerpo. Mercedes Funes tiene la difícil tarea de representar a la mujer (una y muchas) y recurre para ello a una máscara un tanto estereotipada, basada exclusivamente en un ejercicio gestual y corporal. Carlos Portaluppi tiene el papel más complejo y lo resuelve con la maestría que lo caracteriza. Es un actor que tiene ese raro talento de enfrentar las dificultades como si no lo fueran. Tiene una profundidad, incluso en la comedia, que lo deja siempre en un lugar de destaque.
González Gil, un experto de la escena, resuelve con maestría cada una de las situaciones que creó como autor, ayudado muy profesionalmente por Pepe Uría y Jorge Ferrari. Y si bien es un espectáculo simple en su estructura, con buenas ideas de dirección de actores aunque por momento muy apoyado en la “máscara”, lo más sobresaliente que tiene es, paradojalmente, su estatismo. Como director asume un riesgo y sale claramente ganando: no llena la escena de movimientos innecesarios sino que confía en sus actores y en los diálogos. Y a juzgar por los resultados no hizo mal. También, hay que decirlo, se atreve a sumergirse desde el melodrama en zonas profundamente kitsch que generan un enorme disfrute en la platea.
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