Olvidate del matadero: Pablo Finamore vuelve a sorprender
La novela de Esteban Echeverría, como eje de esta interesante propuesta dramática escrita y dirigida por Claudio Martínez Bel
Dramaturgia y dirección: Claudio Martínez Bel. Intérprete: Pablo Finamore. Vestuario y escenografía: Adriana Estol. Iluminación: Agnese Lozupone. Supervisión dramatúrgica: Mauricio Kartun. Sala: Teatro del Pueblo. Lavalle 3636. Duración: 65 minutos.
La premisa es muy buena: un empleado de Esteban Echeverría, apenas alfabetizado, ha tomado el vicio de la lectura. Sin jerarquía, lee cualquier papel con letras que caiga en sus manos. Entre ellos, el texto oculto de Echeverría: El matadero. El empleado parece presentir la importancia de ese texto que marca uno de los míticos comienzos de nuestras letras. Su empleador lo manda a olvidar lo leído, él, sometido, empieza a armar un plan de recuerdo de experiencia confiando que, con eso, olvidará la lectura.
Hay varios puntos interesantes en la pieza donde se destaca la actuación de Pablo Finamore. Él da vida a Misky, arquetípico opa. Conecta pronto con el público, muestra una gran cantidad de recursos desde lo vocal y lo físico, crea un ser orgánico con el que es fácil empatizar. Misky está en un gallinero. se cortó un dedo intentando degollar a una gallina y la sangre no cesa. Ese dedo que se resiste a sanar comprime el hilo conductor del relato. Se ve, también, la influencia kartuniana que el texto tiene a partir del mundo propuesto y ciertos giros lingüísticos muy propios del dramaturgo que viene trabajando hace años con Martínez Bel. Se aprecian las frases pulidas, el cruce entre lo “alto” y lo popular, pero hay algo del conflicto por la negativa (la necesidad de olvidar) que tarda en traccionar. En eso, la intensidad crece cuando el relato de Misky y el de Echeverría se juntan, cuando nos cuentan, de nuevo, la pieza vibrante que sigue siendo El matadero. Allí se suceden algunas de sus imágenes, plagadas de sensorialidad y fuerza. Parecen dejarse pasar algunas oportunidades que están apenas sugeridas: la lucha política en la que civilización y barbarie se dan en simultáneo queda relegada y Echeverría se convierte en un villano un poco de manual. Nada de esto atenta contra la emoción que sigue teniendo ese breve cuento póstumo que nos legó el poeta, con una problemática que resuena en presente.
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