Lo único fijo es el cambio
Muchos fanáticos del fútbol recuerdan con nostalgia los tiempos en que podían tranquilamente memorizar y repetir sin error la formación de su equipo favorito, algo que hoy es casi imposible a partir de las necesidades de un mercado millonario y globalizado que estimula el cambio permanente de casaca en los jugadores y un éxodo sin pausas.
Salvando las distancias, algo parecido ocurre desde hace un buen tiempo en el escenario televisivo. Aquellos momentos en que la programación de los canales abiertos permanecía más o menos fija durante varios meses (los estrenos se reducían a dos o tres lanzamientos conjuntos fuertes por año) sólo suscitan hoy el interés de los historiadores del medio. A partir de esa circunstancia, que no pocos añoran, podía alentarse la identificación plena de quienes sentían espontáneamente el impulso de colocarse la camiseta de tal o cual emisora y mantener esa actitud con el tiempo. Porque sus preferencias, lejos de quedar satisfechas por un solo ciclo, surgían de la programación en su conjunto.
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El panorama actual es bien diferente. Los canales alteran sus grillas a cada momento por razones que varían según el caso. Algunos adoptan esta estrategia de mutación constante al quedar envueltos en una fiebre competitiva por el rating que obliga a alterar los movimientos a cada instante en función de la estrategia del competidor directo. Desde esta perspectiva, es preferible reforzar un plan de reacomodamiento permanente en pos de aquel objetivo superior que afrontar el posible riesgo de una pérdida de identidad de la programación entendida como un todo integrado.
En otros casos, la política del cambio permanente responde a necesidades de ajuste y saneamiento económico a partir de un panorama en el que abundan las estrecheces (basta con recorrer los números de la menguada torta publicitaria) y los tiempos de tolerancia se reducen para los programas que no encuentran una respuesta del público acorde a las expectativas.
Esta realidad quedó al desnudo durante las últimas tres semanas, lapso en que la televisión descubrió que vivía más que nunca ansiosamente condicionada a los dictados de las mediciones de audiencia. Curiosamente, este paréntesis sirvió como un bálsamo sobre el convulsionado cuerpo televisivo y, aunque la fiebre se mantuvo elevada en el comando central de los canales, los televidentes vivieron un breve período de raro sosiego, en donde las programaciones casi no se alteraron (a excepción del raro fenómeno de estrenos a granel en Canal 7) y la grilla se movió a partir de una atípica sensación de previsibilidad. Con la vuelta del rating, ahora todo parece regresar a la "normalidad": otra vez necesitaremos ayuda adicional para ver cómo cada ficha es ubicada en el cada vez más complejo tablero de la programación televisiva.
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